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Lunes, 3 de octubre de 2011

TEATRO › RENE POLLESCH MOSTRO ¡TE ESTOY MIRANDO A LOS OJOS, CONTEXTO SOCIAL DE OFUSCACION!

“Reivindicamos la primacía del cuerpo”

El autor y director alemán plantea en su obra comunicarse a través de todo aquello que no se comparte, al contrario de lo habitual. Y también cuestiona el valor del alma desde una visión cósmica, “pero no esotérica sino materialista”.

 Por Hilda Cabrera

¿Destruir la “ilusión ilusa” o fragmentarla para seguir jugando? La apuesta del autor y director alemán René Pollesch toma, en el inicio de ¡Te estoy mirando a los ojos, contexto social de ofuscación!, la forma de un enlace de citas y enunciados: “Esto que ven acá no habla por todos”, dice el actor Fabian Hinrichs, señalándose, y trayendo y retirando objetos, modificando con su sola presencia el ritmo de la obra. Una forma de comunicación “podría consistir en eso que no compartimos”, reitera, y entonces es probable que el espectador se pregunte qué es eso que se cree compartir, pero no se comparte. ¿El contexto social de ofuscación? Y la idea prende, no por rara sino por el trabajo del actor que, a través del texto y de su acción física, se mete con el teatro “interpasivo” e interactivo, del cual Hinrichs (conocido por su protagónico en la película Sophie Scholl) se mofa, pero aquí lo practica. Cuestiona la búsqueda de un sentido en la comunicación, afirma la primacía del cuerpo y reflexiona en tono distante sobre la muerte para concluir que “nuestro origen y nuestro presente son inestables”. Un “devenir”, como dirá Pollesch, en la entrevista con Página/12, a propósito de esta obra, presentada por la Volksbühne am Rosa Luxemburg Platz, de Berlín, en el Festival Internacional de Buenos Aires. La presunción de que se trata de un compilado de citas es rebatida por Pollesch, quien califica a su texto de coherente, aunque los temas “avancen y retrocedan”. “Lo central –puntualiza– es el cuestionamiento de la primacía o el privilegio del alma sobre el cuerpo. Tema que no es visto como problema, porque, a nivel general, se acepta que el alma tiene más valor que el cuerpo. Nosotros, por el contrario, reivindicamos la primacía del cuerpo.”

El título de la pieza fue tomado de una conferencia que tuvo lugar en la Universidad de Frankfurt, referida a la subjetividad y la ideología, pero el texto se inspira en teorías del filósofo francés Jean-Luc Nancy, autor de ensayos que se han convertido en diagnóstico de esta época, como El sentido o el final del sentido. Pollesch se refiere básicamente a Corpus, y a destacar el hecho de que “somos cuerpo”, recreando, por lo tanto, otras metáforas sobre la subjetividad. Este director ha participado de los ciclos de Nueva Dramaturgia y los workshops, organizados por el Instituto Goethe, y ha delegado la puesta de algunas de sus obras en los directores argentinos Luciano Cáceres y Marcelo Massa. Se desempeñó como programador de la Sala Prater, de la Volksbühne (ubicada en lo que fuera la República Democrática Alemana), y estrenó obras en Europa y América. Durante la entrevista, el director se explaya sobre el cuerpo, el alma, la comunicación, el sentido y lo que denomina “contexto social de ofuscación”. Dispuesto a aclarar con ejemplos, responde de esta manera a la pregunta sobre el valor que se le adjudica al cuerpo: “Cuando en un grupo de personas que conversan, alguien dice ‘no hay que privilegiar tanto lo exterior sino lo interior’, está formulando una frase hecha. Yo, en cambio, abogaría por poner de manifiesto la materialidad de las cosas. Muestro este billete de 100 pesos, vemos su valor y no el papel con que está hecho, o sea su valor interior. Nosotros somos como estos billetes. Nos vemos como mujeres y hombres. Eso es lo exterior, las ‘adjudicaciones’, lo que nos han asignado, los papeles que debemos actuar a lo largo de nuestra vida. Lo interior, lo que somos, es nuestro cuerpo.

–¿Cómo es ese cuerpo así “valorizado” ante la muerte? La obra formula unas líneas de despedida a una madre enferma, y el actor se refiere a la mano: “Una es la mano que me alimenta y otra, la que muere”.

–Cuando vemos a un agonizante en su lecho, consumido, flaco, lo primero que pensamos es que el cuerpo se desintegra, se acaba, pero que ahí hay un alma que pervive. Y eso me parece injusto.

–¿Pensar en el alma no es un consuelo?

–Sí, cuando no existe en nosotros idea del devenir, porque en el hecho de envejecer no vemos otra cosa que destrucción. Por eso estamos obligados a pensar en el alma como si su existencia fuera un consuelo. Se afirma que el espíritu, un texto y el alma son inmortales. No pienso así: ni el espíritu ni un texto ni el alma son inmortales. Suscribo lo que expresa el filósofo Jean-Luc Nancy: el cuerpo es inmortal. ¿Qué quiero decir con esto? Que el cuerpo se va destruyendo, desintegrando hasta convertirse en polvo, pero ninguna de sus moléculas desaparece por completo.

–¿Ese pensamiento suyo responde a una visión cósmica?

–Sí, pero no esotérica, sino materialista. El alma es una suposición y un texto, también. Todos dicen que Shakespeare es eterno, por sus textos. También eso pongo en cuestión. ¿Quién lo dice? Yo diría que los textos de Shakespeare no dicen nada de todos nosotros. La “inmortalidad” de un texto es una mentira.

–¿Relaciona estas ideas con las falacias de la comunicación, con lo que denomina “contexto social de ofuscación”? ¿Qué es lo que no se puede compartir?

–El concepto de ofuscación es uno de los temas más importantes de la comunicación. Nosotros, en esta mesa de café, creemos que compartimos algo, porque nos observamos como seres humanos, pero hay cosas que no podemos compartir sino, simplemente, transmitir. Por ejemplo, el recuerdo que cada uno tiene de un primer amor. Pero no podemos transmitir todo, por ejemplo, un dolor insoportable. Probablemente hallemos comprensión, pero no más. La muerte tampoco se puede compartir y el moribundo lo sabe.

–¿Cómo es comunicar por identificación?

–Ese es el modelo dominante: comunicarnos a través de nuestras similitudes o semejanzas. Otro, alternativo, es el que intentamos en la obra: comunicarnos a través de aquello que no compartimos. Esto no nos obliga a formarnos idea de aquello que supuestamente nos asemeja. El contexto de ofuscación es, justamente, el que me obliga a entrar en ese modelo dominante y encontrar semejanzas, aunque no las posea. ¿Qué puedo decir de mí? Que soy René Pollesch, hombre y director de teatro, que me gustan las flores, que tengo un perro, que me gusta pasear... Y así podría seguir enumerando sin que nunca lograra dar cuenta de mi persona.

–¿Por qué eligió al actor Fabian Hinrichs?

–Este es mi primer unipersonal. Pensaba en dos actores y una actriz, pero ellos se corrieron del proyecto. La gente de la Schaubühne dijo que estábamos locos, porque la sala es enorme. Pero en ese espacio inmenso, con el trabajo de Fabian y esa bola inmensa que se muestra en la obra, el resultado fue fantástico. Llevamos la obra en gira y la presentamos en salas mucho más chicas, como en Bruselas, y fue un éxito.

–¿Cómo es hoy, en líneas generales, el teatro en Berlín?

–Voy muy poco al teatro. Lo bueno es que hay muchísimas salas, y de todos los tamaños y para todos los gustos. En Berlín se puede trabajar en “nichos”, salas donde se presentan trabajos nuevos. Entre 2001 y 2007 fui curador de la Sala Prater, que pertenece a la Volksbühne, pero después cerró, la abrieron un tiempo, y volvió a cerrar. Ahora estoy en forma permanente en la Volksbühne, como director artístico.

–¿Qué conclusión saca de sus experiencias en la Argentina?

–Luciano Cáceres y Marcelo Massa, que es cordobés, querían poner textos míos. Ni en Alemania ni en ninguna otra parte del mundo había delegado la función de puestista de mis obras, pero en 2002 decidí que en Sudamérica lo permitiría.

–¿Por qué?

–Fue una invitación del Instituto Goethe. En Chile se puso Heidi Hoh ya no trabaja aquí, y en Córdoba y Buenos Aires, obras como Sex, según Mae West. En mis encuentros con los directores, actrices y actores, aclaré que mi teatro no es de diálogos ni de representación. Para mí es suficiente que los actores quieran apropiarse del texto. Como autor, soy yo el que está al servicio de los actores. Escribo en forma permanente y nunca llego a un ensayo con una obra terminada. La comparto con los actores, y si tengo que tirar todo a la basura, lo tiro. Los actores no son “representantes” de un autor sobre el escenario; Fabian Hinrichs no es una marioneta, es un intelectual. A partir de muchísimos textos que llevé a los ensayos, fue extrayendo aquellos con los cuales decidió que podía realizar su trabajo, que para mí es fantástico.

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“Como autor, soy yo el que está al servicio de los actores”, afirma René Pollesch.
Imagen: Pablo Piovano
 
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