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Lunes, 3 de octubre de 2011

LITERATURA › ORLANDO VAN BREDAM REEDITO EL RETOBADO, SU NOUVELLE SOBRE EL GAUCHITO GIL

“A mi modo, también soy un devoto”

El escritor formoseño descubrió la mitología acerca de Antonio Mamerto Gil en 1992, porque su auto se detuvo misteriosamente en Mercedes, Corrientes. “Creo que, en el fondo, busqué construir una alegoría sobre al abuso de poder”, asegura.

 Por Silvina Friera

“Mi mujer diría: ‘Vos con tal de hablar, no comés’. A mí me gusta hablar más que comer.” Orlando van Bredam –entrerriano de nacimiento, formoseño por adopción– está en una parrilla de Resistencia (Chaco), donde se festeja el cierre del Foro del Fomento del Libro y la Lectura. En vez de hincarle el diente a unos chorizos que aún chirrian en la bandeja, el escritor esquiva el almuerzo, flor de herejía en medio de tanta efervescencia carnívora, y despliega el inventario de su pasión por Antonio Mamerto Gil –ese gaucho correntino que vivió y murió en el siglo XIX, y que para la devoción popular encarna el paradigma del héroe y santo no canonizado–, ahora que se reedita la primera nouvelle que publicó, El Retobado (Ediciones Continente), inspirada en el Gauchito Gil. En esa “novelita” –como prefiere llamarla enlazando la brevedad, 90 páginas, con el amor que siente por ese texto– cuelga al héroe de los tobillos y con la mirada invertida para que a través de los refucilos de la memoria, en esos intersticios tensos entre la ficción y la historia, se recupere la dimensión de un mortal más, “endeble a los barquinazos de la vida”.

El Retobado subraya el costado ideológico del personaje más que la faceta del mártir que abonaba la primera versión de la novela, titulada originalmente Colgado de los tobillos, publicada sólo en la provincia de Formosa en 2001. “El Gauchito Gil se construye como gaucho desertor, que tiene antecedentes en nuestra literatura con Martín Fierro, con Cruz, con Moreira; desertar de la civilización para convertirse en el gaucho ‘malo’, ese gaucho que Sarmiento desprecia, y que se hace ‘malo’ porque las circunstancias le son adversas y no acepta tanta desgracia y atropello”, plantea Van Bredam en la entrevista con Página/12. “El se convierte en desertor en un contexto que no admite la disidencia y debe ser sancionado. Hay muchas versiones sobre por qué se lo sanciona; hay quienes dicen que es un bandido rural que roba a los ricos para darles a los pobres, pero no se pudo comprobar. No hay certezas.”

El autor de las novelas Teoría del desamparo –ganadora del premio Emecé en 2007– y La música en que flotamos cabecea y se encorva en una actitud de rendición absoluta hacia el mito. “Las acusaciones provienen de un tal Valenzuela, dueño de una estancia –continúa Van Bredam–. Cuando el juez ordena la detención del Gauchito y se lo llevan para ser juzgado, en el camino –como se sabe que se lo puede absolver– deciden matarlo a 8 kilómetros de la localidad de Mercedes (Corrientes), donde es colgado de un árbol, como un cordero, y degollado con su propio cuchillo, sin oponer resistencia. Hay una analogía con la figura de Jesús, que se entrega sin resistencia y en definitiva permite, incluso, que se lo asesine. La famosa cruz que acompaña siempre a la figura del Gauchito le da una dimensión cristiana, a la que se le suma la condición política del personaje. El Gauchito es el disidente, el que dice: ‘Así no, esto no me gusta’.”

Van Bredam, nacido en Villa San Marcial (Entre Ríos) en 1952, estaba viajando junto a su familia en su viejo Peugeot desde Colorado (Formosa), donde reside, hasta Gualeguaychú. Pero el auto se rompió en Mercedes, justo cerca del santuario de Antonio Mamerto Gil. Fue en 1992, cuando la devoción popular no estaba tan generalizada. “El mecánico atribuyó la rotura no a problemas en el coche sino al hecho de que pasé sin detenerme, sin tocar bocina como hacen los camioneros. No cumplí con el rito popular de bajarme a buscar una cinta roja, o tocar bocina, o saludar, sino que circulé de una manera irreverente por un lugar sagrado para los correntinos –recuerda–. Como estoy siempre atento a buscar historias, advertí que había un charquito de ideas. No hubo persona de Mercedes que no me contara quién era el Gauchito Gil.” Durante ocho años acopió información, testimonios y documentos históricos varios. “La novela respeta los tres milagros que se le atribuyen y que han sido presentados en más de una oportunidad ante el Vaticano, para que se lo beatifique –explica el escritor y docente, a cargo de las cátedras de Literatura Iberoamericana y Teoría y Crítica Literaria de la Universidad Nacional de Formosa–. El primer milagro tiene que ver con el verdugo, que cura a un hijo con la sangre del Gauchito, que todavía no se ha secado. La frase que aparece en la novela también es la que transmite la leyenda: ‘Con sangre de un inocente se cura a otro inocente’.”

–¿Por qué optó por una narración fragmentaria?

–No quería caer en un relato costumbrista o lineal; por eso introduje técnicas modernas como el sentido fragmentario del relato y la mirada de un narrador omnisciente, pero siempre desde la memoria del Gauchito, que está cabeza abajo. La historia comienza desde el instante en que su verdugo se levanta y va hacia él con el cuchillo en la mano; en esos segundos transcurre la novelita. Siempre será fragmentaria cualquier historia que se escriba sobre el Gauchito. La literatura busca verdades, pero no desde la imitación sino desde la alegoría. Creo que, en el fondo, busqué construir una alegoría sobre al abuso de poder. En todas mis novelas aparece la preocupación por las prácticas del poder, sobre todo cuando se sacrifica a los más débiles. Cuando el poder se pone del lado de los débiles, lo aplaudo. Cuando aplasta al más débil, me enojo.

–¿Cómo explica que el abuso del poder sea una temática constante en sus novelas?

–Posiblemente tiene que ver con mi ideología. Desde niño, quien impactó en mi formación y en mi mirada política ha sido mi abuelo, que era un ferviente admirador de Eva Perón. Mido siempre a este país a partir de ese termómetro que es el ideario de Evita. En un país que ha sido muy injusto, donde ha habido mucha crueldad ejercida sobre los más pobres, la historia del Retobado sigue encarnando a todos los desamparados. En la novela le atribuyo frases que tal vez no las pensó; pero de pronto mi personaje, que no ha leído a Marx, pudo haberse preguntado, como cualquiera que tenga sentido común, por qué la gente está condenada a ser fatalmente pobre, oprimida. Hay demasiada injusticia en el mundo como para que un gaucho, aunque no haya ido a la escuela, no la vea. Este Gauchito debió ser alguien que no sólo llevaba adelante acciones concretas sino que hablaba. Y fue peligroso, como siempre fue peligroso el que piensa en este país. Lo peligroso es la palabra. Durante las dictaduras se combatió más la palabra que el fusil, porque el fusil descalifica a quien lo usa.

–¿Por qué el Gauchito Gil es uno de los santos más queridos?

–La palabra “Gauchito” ya lo ubica en una dimensión juvenil; el diminutivo es cariñoso, lo mismo que Evita, que para quienes la amamos no es Eva. Al Gauchito se lo muestra como un joven bello, agradable, porque la belleza también construye el mito, como lo hace con Evita y con el Che. Hay una religiosidad popular que lo sostiene al Gauchito. ¿Qué es la religiosidad popular? Los caminos que elige la gente libremente para acercarse a Dios; reconoce en él un puente; por eso el Gauchito ha sido condenado por las religiones instituidas y dogmáticas. En él no hay un pastor que oriente, no hay ritos; uno inventa su propio rito. Yo he visto a la gente llorar sobre la cruz del Gauchito, poner una vela, acariciar una cinta o rezar calladamente. A mí me sucede, también a mi modo soy un devoto. Cuando necesito a Dios, de todos los santos me parece que el Gauchito es el que más me va a entender.

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“La historia de El Retobado sigue encarnando a todos los desamparados”, afirma Van Bredam.
 
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