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Lunes, 7 de mayo de 2012

TEATRO › TAMARA KIPER Y LA HISTORIA DETRáS DE SU OBRA GUARDAPOLVOS

Cómo romper con el silencio

La autora reconoce que, aun después del advenimiento de la democracia, le costó poder romper la coraza producida por la desaparición de su padre, en 1977. Ver a Kirchner ordenando que bajaran el cuadro de Videla, señala, abrió una puerta para esta puesta.

 Por Sebastián Ackerman

“Esta es la historia de nosotras –explica una de las dos hermanas apenas empieza la obra–. Nosotras de chicas y de grandes, de mamá, de la abuela, de las tías”, aclara. “Y de papá”, advierte la otra. Es que Guardapolvos es la autobiografía teatral de Tamara Kiper, organizada por la presencia de la ausencia de su padre, secuestrado en 1977 por la dictadura. “Comienza en una casa justo después de que se llevan secuestrado al padre de unas hermanas. Transcurre entre la infancia y la adultez de unas chicas a lo largo de los días, de los años, de la vida, cómo su mundo cambió por ese hecho”, define la autora en su encuentro con Página/12. “Eso de ni vivos ni muertos es uno de los puntos más perversos para los que quedamos, porque llena de huecos y no respuestas que los adultos no tenían ni para ellos, y por eso no tenían para dar a los chicos”, recuerda Kiper, y señala que “está muy apoyada en la mirada de los chicos, que es pura y directa, realmente inocente”.

La obra propone un ida y vuelta entre el pasado y el presente, articulando la trama como un caleidoscopio de retazos de historia, que se unen como un rompecabezas en el que la figura final no se conoce desde el principio. Esta estructura le sirve a la autora para reconstruir, “por un lado, lo que fue la figura de mi papá, y por otro, qué pasó con él: mi abuela, mi mamá y mis tías siempre estuvieron buscándolo y yo de chica escuchando lo que se decía y de más grande sumándome a la búsqueda, a investigar para saber qué fue lo que pasó”, cuenta. Y todo eso generó esos saltos en el tiempo, “entre anécdotas suyas, que era médico, las cosas que le gustaba hacer, fotos, recuerdos, entrevistarte con otra gente que tenía desa-parecidos... La vida no fue lineal para acercarnos a él, y la obra tiene esa estructura porque tiene que ver con esto: así fue, y así es la vida real”, agrega.

¿No es exponerse demasiado contar la propia historia en una obra teatral? “Tenía una necesidad muy grande de contar lo que viví, de hablar de ese aspecto humano que en los 30.000 desaparecidos me pierdo. Históricamente fue necesario hablar de los 30.000 por la magnitud de lo que hicieron, y me parece que todo lo que está pasando ahora en la Justicia me permite a mí poder contar la historia desde adentro de una casa”, admite, y recupera el aspecto particular del hecho, lo corre de la épica y muestra a los desaparecidos como personas comunes, que eran padres, sobrinos, hijos. “Eso es muy complejo, porque vas entendiendo que el lugar de los desaparecidos es un lugar intocable, como héroes. En mi casa lo planteaban así... y era mi papá, no era Superman”, compara. “Muchos años de psicoanálisis –dice, y ríe– me permitieron hoy contar esta historia del vínculo de una hija con un padre y con la familia después de que se lo llevan. Poder hablar de esto tiene un lugar de reivindicación, sanación.”

Kiper tenía tres años cuando secuestraron a su padre, por lo que explicarle por qué su papá no estaba más no era fácil. “A una nena la madre le explica lo que puede sobre por qué su papá no está más. En mi caso, que unos señores malos se llevaron. Un chico, a esa edad, procesa lo que puede. Entiende algo, a la vez el padre deja de estar, no lo acuesta a la noche... –evoca, y mira por la ventana como buscando las palabras exactas–. Hay muchos sentimientos encontrados que no están permitidos porque uno percibe la tragedia”, sostiene, y ejemplifica con la relación que se establecía entre ella y sus hermanas, por un lado, y los adultos de su casa, por el otro: “Lo que recuerdo respecto de los adultos es como una conciencia de que hay que cuidarlos a los grandes porque eran muy frágiles. Me acuerdo de verla a mi abuela y me daba cuenta de que había cosas que no podía decirle porque sentía que se iba a deshacer”, analiza.

“Desde la infancia, mi educación y mi vida fueron marcadas por el silencio. Ese aprendizaje de que no se hable del tema porque es peligroso, que te pueden venir a buscar a tu casa. Eso lo tenía marcado a fuego”, concede Kiper, y esa mochila la cargó durante más de veinte años tras el regreso de la democracia. A pesar de participar de marchas desde chica, de reuniones de familiares de desaparecidos, está convencida de que su lugar para hablar de su historia era el teatro. Y señala el momento exacto en el que pensó, por primera vez, en escribir una obra contando su pasado: “El gesto de Néstor Kirchner de bajar el cuadro de Videla me generó un movimiento interno muy profundo que me sorprendió. Como si el silencio hubiera empezado a hacer ruido”, interpreta, y añade que “a partir de ahí empezó a hacerse espacio en mí la idea de hacer una obra. Después de eso, siguieron los juicios... Empezó a pasar algo que yo no puedo separar porque fue lo que a mí me mostró que era posible hablar”.

El nombre tiene una justificación: cuando tenía 19 años, encontró varios guardapolvos de su papá en el placard de la mamá, y averiguó que ella los lavaba y volvía a guardar. “No dije nada muchos años, y después escribí un monólogo de una mujer que lava y guarda los guardapolvos, y su obsesión era devolverles el blanco. Esa fue la semilla”, asegura. Ese símbolo es lo que, tras años de investigación, ayudó a encontrar el rastro de sus últimos días: Luis Saúl Kiper fue secuestrado en la guardia del hospital de Boulogne, y sobrevivientes de la ex ESMA recuerdan haberlo visto entrar allí, con su ropa de trabajo. “Muchísimos años no supimos cuál había sido su destino; hoy sabemos un poco más, pero hay gente que todavía no sabe nada”, remarca, y apuesta a que su trabajo sea una manera de compartir algo del dolor de aquellos años “también con gente que no tuvo una desaparición cercana y vivió esos años donde todo estaba cerrado, donde no se hablaba, donde muchas cosas estaban congeladas por terror, por peligro”.

Guardapolvos, que también hace funciones-debate para colegios y es candidata a formar parte de la temporada de Teatro por la Identidad, se estrenó en marzo, y los Kiper estuvieron allí. “Cuando vino mi familia, yo estaba muerta de miedo porque no sabía qué iba a pasar... En un momento pensé en llamar al SAME”, bromea. Pero está convencida de que allí notó que así se pudo “descongelar” el tema de la desaparición de su padre. “Toda la vida me contaron anécdotas que empiezan y terminan en momentos fijos. Todo muy estructurado porque si vas un poco más profundo, se desarma todo. Después, encontrándome con otros hijos de desaparecidos me di cuenta de que en todas las familias fue lo mismo, todo milimetradamente calculado, cada anécdota, cada frase, porque si no, no se podía vivir”, por lo que por la presentación de la obra “pasó que eso hubiera podido empezar a respirar, empezar a mover todas esas historias, empezar a acordarse de otras cosas, a que fluya más”, concluye.

* Guardapolvos, lunes a las 21 en Timbre 4 (México 3554).

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“Eso de ni vivos ni muertos es uno de los puntos más perversos para los que quedamos”, dice Kiper.
Imagen: Rafael Yohai
 
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