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Miércoles, 9 de mayo de 2012

TEATRO › CLAUDIO TOLCACHIR ANTE EL ESTRENO DE BUENA GENTE, CON MERCEDES MORáN

“Hoy el modelo de éxito está en duda”

El director destaca la intención de “no juzgar” a personajes que, como acostumbra,nunca son unidimensionales ni previsibles.

 Por María Daniela Yaccar

“Las buenas obras no tienen malos.” Esta definición de Claudio Tolcachir es la que Buena gente lleva al extremo. En esta obra, que estrena hoy (de miércoles a domingo en el Liceo, Rivadavia 1499), hay una lucha afectiva, económica, social, de clases. Pero no hay héroes ni villanos. “Es lo más parecido a la vida. Y lo interesante es identificarse con un personaje que queda mal parado”, cierra el prolífico director, para quien hacer teatro no es cosa de circuitos (presenta sus creaciones tanto en el independiente como en el comercial). Después de Agosto, Buena gente vuelve a cruzarlo con Mercedes Morán, la primera interesada en montar en Buenos Aires este texto del autor estadounidense David Lindsay-Abaire, estrenado en 2011 en Broadway. Aquí, con adaptación de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, ha tomado un tinte bien argentino, casi costumbrista.

“No me parecía interesante hacer una obra americana con esta historia”, subraya Tolcachir. Es el caso contrario a Todos eran mis hijos, que “no hubiese tenido sentido ubicar en Laferrere”. Buena gente es la historia de Margarita (Morán), a quien la vida no le resultó fácil, por las cosas que le han tocado y por los errores que comete. Al comienzo pierde otra vez su empleo. Un reencuentro con Juan, un novio de la juventud (Gustavo Garzón), puede hacer que se tuerza su suerte. El salió de la pobreza y se convirtió en médico. La fortuna es uno de los temas que toca la historia, por eso gran parte ocurre en un bingo. Completan el elenco Verónica Llinás, Silvina Sabater, Marina Bellati y Gerardo Otero. “Es una obra contemporánea. La temática es nueva para Estados Unidos, habla de la crisis actual”, reflexiona Tolcachir. El joven director cuenta que quería escribir una obra para su sala Timbre 4, hasta que Morán lo sorprendió con un llamado. “Tengo una admiración infinita por ella. Además, a las dos de la mañana empecé a leer la obra en mi telefonito y no pude parar. En la primera escena Margarita pide con tanto humor que no la echen del trabajo que me di cuenta de que con ese autor me podía llevar bien.” Tolcachir acostumbra a fundir la risa con el dolor. En Buena gente repite esta operación, aunque el mayor exponente es La omisión de la familia Coleman.

–Morán lo definió como “un eximio conductor de familias extrañas”.

–Me encanta ese mundo, me permite desarrollar cosas que me preocupan y me divierten. Buena gente no es una historia familiar, pero para mí funcionan las mismas cosas, porque lo que más me atrae es descubrir los secretos de una obra, lo que mueve a los personajes. Nunca es lo que aparece, siempre es algo más interesante. El otro trabajo que más me gusta es el que desarrollo con los actores. Trato de que logren hacer personas tridimensionales, de lograr algo en ellos que no sea actoral.

–¿Lo obsesionan los momentos de verdad del teatro?

–Me gusta un teatro futbolero donde sucedan cosas. La diferencia entre un partido aburrido y uno entretenido está en que en el segundo hay peligro, ves que se están matando y que estás cerca del gol. La tarea del director es encontrar dónde se genera el peligro en el texto y generarlo. Que el teatro sea aburrido es lo peor que puede pasar.

–Es una obra más argentina que Agosto, cuya puesta parecía reforzar su valor universal. ¿Será porque los argentinos saben de crisis económicas?

–Totalmente. El texto es el mismo. Nos pareció que era una obra que cuajaba con nuestro lenguaje, con personajes nuestros, tomando mate. Pero además, esencialmente, esa diferencia la da el mundo de Margarita, que es muy humilde. Nuestra humildad es bien distinta a la norteamericana, pero allá estas personalidades existen, porque el texto está escrito así. Igual, la obra tiene valor universal, porque uno puede sentir que esta historia –de diferencias sociales, de oportunidades o suertes, de cosas que no se dijeron a tiempo– le pertenece.

–¿Qué lo atrapó del texto?

–Siempre me atraen las situaciones y los personajes patéticos: el que se desubica, el que no sabe hacer las cosas bien, el que las hace mal. Me pareció valioso hablar de esa temática ahora, que está en duda cualquier modelo de éxito. Es interesante preguntarse si todo el mundo tiene las mismas oportunidades, si el esfuerzo te lleva a salir de una situación económica o si es pura suerte. Venimos de otros modelos culturales del éxito en relación con cuánto ganás. Es un momento en el que están cambiando paradigmas. La idea de solidaridad está más presente. Pero estos personajes hacen lo que pueden. Esta mina no es buena porque es pobre. No es ni buena ni mala. Y el tipo que logró salir, que se realizó y tiene mucha guita, tampoco es malo ni bueno y vive una situación incomodísima a partir del reencuentro con Margarita. Todos los personajes tienen razón, son queribles y al mismo tiempo criticables. La obra no abre juicio y ahí estuvo nuestra apuesta más grande: que los personajes se defiendan y encuentren una razón. Que no estén en función de ser malos para hacer más heroica a la protagonista, que es un cachivache. El título refleja a una cantidad de personajes con miserias que, sin embargo, son gente buena.

–¿Cómo pensó la puesta?

–Algo que atraviesa a la obra es la fortuna. El bingo representa eso. Cae una bolilla, pero podría haber sido otra. Con Alberto Negrín partimos de esa base para pensar el espacio: los muebles aparecen y desaparecen, caen del techo. Ves la casa rica, pero no dejás de ver la pobre, a cualquiera podría tocarle cualquiera. Nos gustaba que tuviera arte, no que fuera un mastodonte escenográfico.

–No baja línea, pero la obra parece ser una invitación a ser más comprensivo o piadoso, ¿no?

–Absolutamente. Si se me pregunta para qué es el teatro, daría esa definición: para invitar a no ser prejuicioso respecto de por qué las personas hacen lo que hacen. En el teatro no podés hacer de policía, de abogado o de pobre. Podés hacer a una persona, y no hay dos iguales. No hay que actuar generalidades. Esta obra habla de la particularidad y de lo complejo del comportamiento de las personas. Está bueno si a través del teatro podés encontrarte con padres, hijos, hermanos y compañeros, porque decís: “Yo me estoy reconociendo en este tipo, aunque esté mal lo que está haciendo”. Se trata de jugar con tus parámetros.

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“La tarea del director es encontrar dónde se genera el peligro en el texto y generarlo.”
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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