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Domingo, 8 de diciembre de 2013

TEATRO › MAU MAU O LA TERCERA PARTE DE LA NOCHE

Memorias de la boite

 Por Cecilia Hopkins

¿Es posible reconstruir parte de la historia a partir de un solo lugar? Eso se preguntó el director Juan Parodi quien, reunido con las actrices Gaby Ferrero y Eugenia Alonso, se demoraba en descubrir el punto de arranque para un espectáculo. Nacido en Concepción del Uruguay, llegado a Buenos Aires en los ’90, Parodi dice haberse sentido desde siempre atraído por las historias de la noche porteña. La lectura del libro de Cristina Civale Las mil y una noches, una historia de la noche porteña le reveló que Mau Mau, el mítico reducto bailable de Arroyo al 800, era el ámbito que estaba buscando, “una bisagra en la noche de Buenos Aires”. Una vez determinado el centro de acción, el director convocó a Santiago Loza (autor de Todo verde y Nada del amor me produce envidia, entre otras) para escribir la obra, un racconto político y social que abarca tres décadas, desde la mirada de dos de sus habitués. Mau Mau o la tercera parte de la noche se presentará en El Extranjero (Valentín Gómez 3378), con Ferrero y Alonso en los roles centrales, y Juan Manuel Casavelos, a cargo de un intrigante y silencioso personaje.

Boite elitista y esnob como pocas en su tiempo, Mau Mau abrió sus puertas en 1964. En sus 30 años de existencia resistió un incendio y varios conatos de clausura y convocó a un público exclusivo de empresarios y militares, estrellas del deporte y actores, plásticos y músicos, además de visitas internacionales como Geraldine Chaplin, Antonio Gades, Charles Aznavour y Alain Delon. “Cuando en 1992 explotó la bomba en la Embajada de Israel, cerca de Mau Mau”, cuentan Parodi y Loza, “el local se cerró y, a pesar de lo ocurrido, muchos preguntaban cuándo volvería a abrir. Poco después, tanto Mau Mau como el país entraban en franca decadencia”, sostienen. Uno de los titulares que anunciaron su cierre definitivo fue elocuente: “Murió parte de la noche”.

–¿Por qué dice que Mau Mau fue una bisagra?

Juan Parodi: –Sus iniciadores, José y Alberto Lata Liste, provenían de una clase media alta y tanto sus amigos como sus familiares se sorprendieron por el emprendimiento. No era común que alguien como ellos se propusiera abrir un local nocturno. Demostraron tener gran habilidad comercial. Quisieron armar un living para 300 personas y atrajeron a los que por entonces iban a bailar a Olivos o a Vicente López. Allí cantaron Roberto Carlos y Ornella Vanoni, entre muchos otros. Se decía que muchos salían del Colón y se iban a Mau Mau...

–¿Le pusieron Mau Mau por la organización guerrillera africana?

J. P.: –Entiendo que sí. Y la ambientación también estaba en consonancia con la moda safari y el african look de esos años. En cuanto a nuestro país, ese lugar estuvo muy vinculado con cambios políticos y sociales que se sucedieron a lo largo de tres décadas. Leer sobre Mau Mau me motivó a contar la historia argentina desde allí. Pero no queríamos hacer un documental, un homenaje o un biodrama.

–¿Desde dónde se cuenta la historia?

Santiago Loza: –Desde unos personajes que son una síntesis burlona de esa clase media alta, tilinga, chupamedias y oportunista, que siempre cae bien parada en todos lados, porque se acomoda a todo. Los personajes son dos mujeres que quieren acceder a un grupo de pertenencia cueste lo que cueste, para ascender, mantener las apariencias y salvarse individualmente. Pero también hay cierta ternura en ellas, porque son víctimas de esa ingenuidad cercana a la estupidez y tienen algo de sobrevivientes.

J. P.: –Es por eso que las dos amigas están condenadas a bailar eternamente. Y van mutando porque el entorno histórico y social las obliga a acomodarse a lo que va viniendo: la guerrilla, el golpe militar, el Mundial, Malvinas, la democracia.

S. L.: –La obra puede ser vista como una cabalgata histórica, aunque hay mucha voluntad de fiesta y mucho juego con arquetipos y clichés de épocas. Habla de un país que en los ’60 vivía una alegría impuesta y remite a cierta zona de frivolidad y libertad que desaparece en los ’70.

–¿Fue difícil escribirla?

S. L.: –Me excede pensar en cómo contar a la Argentina y cómo competir con el imaginario colectivo que se fue forjando de esas tres décadas. Los ’90 fueron nefastos y un trauma difícil de contar. En la obra hay como un momento de vacío, de impunidad, desgaste y decadencia.

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