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Jueves, 20 de julio de 2006

TEATRO › ENTREVISTA A GABRIELA IZCOVICH

Cuando la literatura sube a escena

La actriz y directora habla de la puesta que realizó sobre La venda, de Siri Husdvedt. “Leer teatro me parece aburrido. Pero la narrativa me estimula y le da al actor infinitas osibilidades para procesar en escena.”

 Por Cecilia Hopkins

La actriz y directora Gabriela Izcovich adaptó un nuevo texto literario a la escena. Como ya hizo con Nocturno hindú, de Antonio Tabucchi, o con Intimidad y Cuando comienza la noche, de Hanif Kureishi, esta vez tomó La venda, una novela de la estadounidense Siri Husdvedt –también conocida como esposa de Paul Auster–, quien estuvo presente cuando la puesta se estrenó en La Carbonera, en San Telmo (las funciones se llevan a cabo los sábados a las 21 y los domingos a las 20.30). El primer tramo del montaje ronda lo misterioso: Iris, la protagonista –interpretada por la propia Izcovich– encara un insólito trabajo de investigación por encargo, por el cual intenta descubrir la íntima sustancia de los objetos, con la finalidad de revivir a quien fue su dueña. El resto de la obra se la ve luchando por reconocer las implicancias de su relación con tres hombres: su marido, un fotógrafo y un crítico de arte. Finalmente, Iris cae en la tentación de vestirse de hombre para capturar lo que ella imagina como la esencia de lo masculino.

“Fue un gran desafío llevar a escena esta novela”, afirma Izcovich. “Tuve que sacar elementos de un personaje para ponérselos a otro, transformé climas... uno tiene que luchar siempre con el tiempo en el teatro, para condensar energías. Y potenciar en algo más de una hora lo que a la narrativa le lleva páginas y páginas. En teatro, un gesto puede sintetizar muchísimas palabras”, concluye. Completan el elenco Alfredo Martín, Federico Buso, Gonzalo Kunca y Daniel Polo. La puesta en escena fue compartida entre la propia Izcovich y Carolina Zaccagnini.

–¿Qué le falta a la dramaturgia para que la literatura la convoque tanto?

–Leer teatro me parece muy aburrido, en general. Me resulta un material muy poco descriptivo que no me dispara la imaginación. La narrativa, en cambio, me estimula porque encuentro muchas líneas de pensamiento en cada personaje. Y esto le da al actor infinitas posibilidades para procesar en escena.

–La particularidad de su escritura es que, durante el proceso de adaptación, va siendo monitoreada por el propio autor. ¿Cómo fue la reacción de la autora?

–Siri quedó muy impactada. Vino tres veces a ver la obra, la primera me dijo: “No sabés lo que se siente al ver a los personajes que uno creó salidos del contexto del libro”. A ella le produjo un placer muy grande ver que ese texto, tan relacionado con su biografía, reflejaba unos conflictos que ya estaban superados en esta etapa de su vida.

–¿Todos los textos que elige tienen rasgos autobiográficos?

–Sí, porque me parece que la recreación de historias autobiográficas ofrece la posibilidad de encarnarlas con mayor verdad. Me interesa mucho apropiarme de historias que sé que están basadas en hechos reales. Me dan algo vivencial muy importante. Siempre pienso que lo autorreferencial es más directo y cercano al actor.

–¿Podría definir su método de trabajo?

–No soy de teorizar, mis procesos están muy guiados por la intuición y me llevan mucho tiempo. Siempre leí mucho y, cuando encuentro un texto que me interesa, enseguida empieza a funcionar mi “cabeza teatral”, para sacar a los personajes fuera del libro y hacerlos hablar, caminar. Tengo la necesidad de que la novela continúe en el tiempo, más allá de cuando uno cierra el libro. Tengo la suerte de quedar mucho tiempo vinculada a cada texto: la reescritura teatral dura unos seis meses, el período de ensayos, unos ocho meses y, luego del estreno, normalmente hago funciones a lo largo de todo un año. Todas mis adaptaciones describen una línea de búsqueda muy personal relacionada con lo que yo considero que es la actuación.

–¿Cuál es esa idea?

–A mí me parece que tanto para el actor como para el espectador, la actuación constituye una vía de escape de la propia vida. La enorme diferencia entre la televisión y el cine y el teatro es la aparición de ese ser vivo que respira junto al espectador. Porque ésa es para mí la forma de concebir el teatro, para ser visto en espacios reducidos, con actores y espectadores respirando juntos, embebidos en el mismo clima. Por eso mi estética nunca puede tener que ver con lo comercial. Por suerte no tengo un grado de conciencia, de intelectualidad u objetividad respecto de lo que hago. Me atraen obras que tengan un alto grado de compromiso emocional. Una característica de lo que hago tiene que ver con trabajar en espacios casi despojados. Eso hace que haga una puesta en escena muy simple y cargada de ideas al mismo tiempo. Me interesa contar con actuaciones muy potentes que llenen ese espacio vacío.

–En sus puestas hay actores que siempre están presentes, como Alfredo Martín...

–Los actores son muy importantes en cuanto a los aportes que hacen a mi trabajo. El afecto de las personas que trabajan conmigo es un gran motor para mí. Uno podría preguntarse: “¿Por qué mis actores hacen estas obras en las que ninguno de nosotros gana dinero?”. Todos ellos desarrollan otras profesiones para vivir... La respuesta es que el teatro que hacemos tiene que ver con buscar lugares de placer. Hasta se puede decir que, si uno tiene la inteligencia de conocer su problemática personal, el teatro es terapéutico, tanto como otra actividad que se hacen por pasión o disfrute. Y esto jamás puede ocurrir cuando un actor tiene que interpretar papeles que no le interesan. Hecho de ese modo, el teatro no es gratificante: la creatividad no se puede concebir sin placer ni libertad.

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Imagen: Arnaldo Pampillon
 
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