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Miércoles, 23 de septiembre de 2015

TEATRO › LA FIACA ACABA DE ESTRENARSE EN EL CALDER BOOKSHOP AND THEATRE

La vigencia de una obra clave

La puesta londinense, dirigida por el argentino Luis Gayol, siguió fielmente el original de Ricardo Talesnik.

 Por Marcelo Justo

Página/12 En Gran Bretaña

Desde Londres

En inglés se dice “I am feeling lazy” y se acaba de estrenar en la sala teatral del histórico Calder Bookshop and Theatre en el centro de Londres. El fundador de este espacio, John Calder, fue el editor de la obra en prosa de Samuel Beckett, y un baluarte de la producción literaria y escénica alternativa de la posguerra. Hoy tiene en la vidriera de entrada una foto gigantesca de Axel Kicillof con un epígrafe en inglés que sintonizaría bien con las paradojas del lenguaje que exploraba Beckett: “if you can’t understand what economists are saying it’s because they are lying” (si no entienden lo que dicen los economistas es porque están mintiendo). La fiaca en el Reino Unido conservador del primer ministro David Cameron mantiene la época del original –los 60– pero incorpora a la Reina Isabel II, la Segunda Guerra Mundial y dos rebautizados personajes: Mark, el oficinista en rebeldía que no va a trabajar porque tiene fiaca, y su esposa Martha, que busca por todos los medios convencerlo de que lo haga.

La obra, dirigida por el argentino Luis Gayol, uno de los cuatro dueños actuales del Calder (dos argentinos y dos británicos), siguió fielmente el original de Ricardo Talesnik. “Uno de los problemas más duros fue el título: ¿cómo traducir ‘fiaca’?”, le explica Gayol a Página/12. La decisión fue unir tres adjetivos que, sumados, podían transmitir la potencia del sustantivo: “Lazy skiving dosser”. En inglés “lazy” y “dosser” aluden a la sensación de placentera pereza mientras que “skiving” se refiere a aquel que elude el trabajo. Este último término ha sufrido una sobrecarga política en los últimos años, porque ha sido usado para justificar los recortes del gasto social bajo los conservadores, que dividieron a los británicos entre los “strivers” (luchadores, trabajadores) y los “skivers” (vagos que viven de los beneficios sociales).

El diálogo inicial de la obra –disparado por el sonido de pesadilla del despertador no digital– entre Mark (interpretado por Daniel Kelly) y su esposa Martha (Stephanie Ellyne) capta con deliciosa precisión una primera tonalidad de la obra cuando él dice que no se va a levantar y ella cree que es una broma (¿cómo que no se va a levantar?) hasta que se da cuenta de que va en serio. “Why?”, pregunta Martha. “I am feeling lazy”, contesta Mark. Ella buscará convencerlo hablándole de la hipoteca y las compras, apelará a su suegra (Colette Kelly), que a su vez apelará a la memoria de su difunto marido y el sacrificado espíritu en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial. Comparecerán con sus argumentos el director del departamento de Recursos Humanos (Simon Benett), un compañero de trabajo (David Manganelli) y, finalmente, el director mismo de la compañía (Martín Suaya).

El contraste entre la Argentina del original –bajo la dictadura de Onganía– y el Reino Unido no afectó en nada la actualidad de la obra. “Es una obra que mantiene su vigencia en el tiempo”, afirma Kelly, un Mark que tiene mucho del Norman Briski del original. “Mark toma una decisión que va en contra del orden establecido, entonces y ahora. La diferencia es que hoy la gente se ha resignado a ser una ‘commodity’ en el mundo laboral, un ‘homo economicus’. Por eso, en un sentido, el mensaje hoy de La fiaca es incluso más radical que antes.” Ellyne coincide con esta percepción: “Hoy es peor. Con el celular, la esclavitud es virtualmente de veinticuatro horas, siete días a la semana. A mí me resultó muy interesante interpretar a Martha en 2015. Es una mujer muy de aquella época, con un trabajo part time, que espera con la comida preparada a su marido, que tiene un buen trabajo. Ella acepta su lugar, pero si él no cumple con el suyo de proveedor, la cosa cambia. Y ahí se da algo muy interesante, porque Mark, que decide renunciar a su mundo laboral, donde hay un orden jerárquico muy rígido, recrea ese orden en la casa cuando le pide a su mujer que prepare la comida”, indica.

La suegra Colette Kelly también halló una extraordinaria afinidad con el original. “Son cosas que pasan en nuestras sociedades más allá de las diferencias puntuales”, afirma. “Cuando la esposa no puede lidiar con el asunto, llama a su suegra que, inmediatamente, ignora a la esposa, asumiendo el papel de la que sí puede arreglar las cosas. Y no puede”. Por su parte, el italiano Davide Manganelli, que interpreta a Rich, el compañero de trabajo que termina admirando la decisión de Mark, la obra de Talesnik muestra que las cosas han empeorado. “La desigualdad ha crecido, la gente trabaja para sobrevivir en diferentes empleos”, señala.

En los años 60, La fiaca era una rebeldía contra el trabajo, la rutina y el “sistema”, palabra que se había puesto de moda de la mano del filósofo Herbert Marcusse. Eran épocas de bonanza, el mundo entero crecía después de la Segunda Guerra Mundial, el hippismo estaba en su momento de apogeo. El contexto actual de desempleo y crisis –instalado desde mediados de los 70 con el fin de la llamada “edad dorada” de la posguerra– no alienta esas rebeliones que, a nivel filosófico, estaban ya presentes en El derecho a la pereza. Ese famoso texto era de Paul Lafargue, el yerno de Carlos Marx, a quien no le hizo mucha gracia habida cuenta la identificación marxista entre trabajo y esencia humana.

La nueva puesta en Londres muestra que La fiaca goza de buena salud. Estrenada en el Teatro San Telmo en 1967, bajo la dirección de Carlos Gorostiza y con Norman Briski, María Cristina Laurenz y Julio de Grazia, tuvo sucesivas representaciones en el país y en el exterior. En Chile se estrenó en 1967, en España tuvo cuatro escenificaciones, la última en 2006. En 2012 hubo una adaptación de la obra en Lima, Perú: el tema resuena en distintos lugares y épocas.

Las disquisiciones de Paul Lafargue y el derecho a la fiaca del personaje de Ricardo Talesnik siguen tan presentes como la contradicción entre principio del placer y de realidad de Freud. Postcapitalism, un reciente libro del editor económico del Canal 4 de la televisión británica, Paul Mason, plantea que el capitalismo avanza hacia una nueva visión del trabajo que significará su superación como sistema económico. La realidad es que nadie sabe lo que traerá el futuro, pero con el Mark británico de La fiaca en el Calder de Londres, es posible evocar la sombra de Samuel Beckett, creador de tantos personajes que cuestionan el movimiento mismo de la historia, como en el deslumbrante comienzo de El innombrable: “Where now? Who now? When now? Keep going on, call that going, call that on” (¿Dónde ahora?, ¿Quién ahora?, ¿Cuándo ahora? Sigue adelante. Llama a esto seguir, llama a esto adelante).

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“El mensaje de La fiaca hoy es incluso más radical que antes”, dicen los protagonistas de la puesta.
 
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