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Viernes, 27 de mayo de 2016

TEATRO › NAYI AWADA Y TOMAS BRADLEY HABLAN DE SU PUESTA DE LOS CIEGOS

La posibilidad de interpelar al presente

La obra de Maurice Maeterlinck, inscripta en la poética del drama simbolista, es una pieza magistral de complejo y exquisito análisis. “No es algo que vas a disfrutar, es una experiencia. No representa, presentifica”, dicen sus directores.

 Por Paula Sabatés

Un grupo de ciegos espera en el bosque que vuelva el guía que los acompaña. Están cansados. No lo sabrán, pero les espera un largo tiempo sentados en esas rocas que los protegen de lo desconocido y les da ancla a la realidad que son capaces de percibir. El guía está muerto, ahí, junto a ellos, sólo que no pueden verlo . No va a volver a buscarlos. En la pieza que escribió el célebre Maurice Maeterlinck, y que por estos días ponen en escena los directores Nayi Awada y Tomás Bradley, lo único que les queda a los protagonistas es quedarse juntos y tratar de adivinar qué es lo que lentamente se acerca a la única persona que ve del grupo, pero que no puede hablar: un bebé.

Inscripta en la poética del drama simbolista, una corriente europea de finales del siglo XIX que fue condición necesaria para las vanguardias posteriores y que rompió con la concepción del drama moderno (corrientes a la que pertenecen la mayoría de las obras “de autor” que se ven en la cartelera porteña), Los ciegos es una pieza magistral de complejo y exquisito análisis, además de un aporte fundamental de este movimiento al que Peter Brook definió como “teatro de lo invisible-hecho-visible”, ya que en ella el escenario “es un lugar donde puede aparecer lo invisible”.

La obra tuvo muy poca representación en la cartelera porteña –hace años que no se veía una puesta–, pero los directores decidieron montarla no como reivindicación al simbolismo, al que consideran “propio de otra ontología” del mundo, sino como respuesta desafiante al presente: “Queríamos plantear la pregunta de si el teatro puede hablarle al mundo de hoy, de si es capaz de reflejar la realidad”, desliza Bradley, que a la vez asume que “Los ciegos no es una obra que pueda hablarle bien a la posmodernidad”.

En lo que refiere a la puesta, la versión de los dueños de Hasta Trilce (Maza 177) –donde además se exhibe el trabajo los viernes a las 21– se hace cargo de algunas modificaciones con respecto al texto original, pero respeta a lo que refiere sabiamente Brook: aquello de lo invisible. Con luces tenues y sonidos extraños, hasta incluso molestos, la historia se va construyendo en un clima cambiante en el que los ciegos van transformando su identidad e integridad a partir de distintos estímulos, muy bien logrados por todos los actores de la pieza, que son Agustina Yacachury, Carlos Vilaseca, Horacio Vay, José Luis De Giano, Juan Manuel Casavelos, Julieta Koop, Luciano Moreno, Macarena del Corro, Miguel Angel Vigna, Nancy Micheloni, Norma Kania Glozman y Romina Almirón.

–¿Por qué decidieron poner una obra simbolista, y sobre todo Los ciegos, para hablar del presente?

Tomás Bradley: –Porque más allá de que esté escrita en una modernidad que ya no existe, nos permitía discutir las posibilidades del teatro independiente de interpelar el hoy, de ser vigente en un mundo en el que han caído los grandes relatos y en el que no hay nada que representar. Era una apuesta fuerte, con la que incluso habíamos planeado inaugurar el teatro, algo que después no sucedió, y que nos colocaba en un lugar de hacernos cargo de algo como creadores del teatro independiente.

–¿Por qué del teatro independiente y no del teatro en general?

Nayi Awada: –Por su especificidad. El teatro independiente no quiere o no debería querer cortar tickets. No tenemos ninguna necesidad de hacerlo porque no disputamos hegemonía en ese terreno con el circuito comercial. Este circuito y sus creadores deben pretender dar una discusión y poner en jaque ciertos sistemas de representación. Los ciegos no es un bien de consumo convencional, no es Toc-Toc ni tampoco una pieza de museo del teatro oficial. No es algo que vas a disfrutar, es una experiencia. No representa, presentifica. Y por eso nos servía Maeterlinck, porque es radicalmente distinto al drama moderno, porque rompe con la lógica de representar y en cambio busca otra relación con lo metafísico. Los ciegos se enrarecen, tienen impulsos sexuales, cambian de personalidad. Y no saben por qué.

–En su puesta, el guía muerto no está en el centro de la escena, como en la obra original, sino a un costado. ¿Por qué hicieron esa variación tan central?

T .B.: –Queríamos sacarle esa cosa de Esperando a Godot, eso que el público ya sabe que no va a llegar. Pero fundamentalmente, lo sacamos del centro porque este mundo hace rato ya que no tiene a un guía en el centro de la escena. En la época en la que fue escrita la obra todavía estaba esa visión; de hecho, (el crítico) Jorge Dubatti hace una comparación entre Los ciegos y La última cena, con el muerto ahí en el medio y todos de un lado o del otro. Nosotros hicimos otros guiños, otros juegos.

–¿Creen que hay espectador para esta obra?

N. A.: –Lo importante es hacerse la pregunta. Claramente no es ingenuo hacer Los ciegos, así como tampoco es hacer Ibsen sistemáticamente, o como hacer Toc-Toc hace seis temporadas. Hay una conquista cultural fuerte y el espectador también está en ese camino de buscar qué es, quién es, y qué quiere ver.

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La obra de Maeterlinck no ha tenido demasiadas representaciones en la cartelera porteña.
 
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