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Jueves, 9 de junio de 2016

TEATRO › ENTREVISTA A LA ACTRIZ MERCEDES MORáN, QUE ESTRENA ¡AY, AMOR DIVINO!

“Siempre fui feliz actuando, pero necesito reformularme”

A partir de mañana, en el Teatro Maipo, la actriz encarará, con dirección de Claudio Tolcachir, un unipersonal en el que abordará diferentes situaciones de su propia vida. “Necesitaba reflexionar sobre el tiempo transcurrido”, señala.

 Por Emanuel Respighi

A cara lavada. Sin caretearla. Así se podría definir el momento artístico y personal, o personal y artístico (el orden de los factores no altera el resultado), que desde hace un tiempo atraviesa Mercedes Morán. Un período de su vida en el que la reconocida actriz parece haber sido tomada por una irrefrenable necesidad de transitar por espacios en los cuales se sienta cómoda. Tanto abajo como arriba del escenario, en la vida real como en la ficción. Esa fuerza interior de amalgamar a la artista con la persona es la que la llevó a escribir ¡Ay, amor divino!, el unipersonal que protagoniza y en el que reflexiona sobre su diferentes situaciones de su propia vida. “Todavía no sé por qué me autocondené a correr este riesgo de exponerme sobre el escenario”, le cuenta Morán a Página/12, sobre el espectáculo que mañana estrena en el Teatro Maipo, con funciones los viernes y sábados a las 21, y los domingos a las 19.30.

La actriz de obras como Agosto y Buena gente dice estar feliz y nerviosa ante el estreno de la pieza dirigida por Claudio Tolcachir. Sin experiencia en el género, Morán cuenta que lo que eran apenas textos desordenados, reflexiones sobre su pasado, finalmente alcanzaron concepto de obra autobiográfica, con mucho humor. “Hubo que darle forma a todo ese rompecabezas, a ese Frankestein. Fueron apareciendo los personajes que participan de esos cuentos, poniéndoles voz y comportamiento, y un buen día me di cuenta de que ya estaba en este baile”, reconoce la actriz, todavía sin salir de su asombro.

–Es de imaginar que el hecho de ser usted la que está sobre el escenario, sin cobijarse en ningún personaje, y contando su propia vida, hace del estreno de ¡Ay, amor divino! una situación única.

–Es especial porque siento que no sé por qué decidí correr estos riesgos de escribir yo los textos, basados en mis experiencias de vida, y hablando a partir de mí y no desde un personaje, como siempre lo he hecho. El espectáculo nació de la necesidad de tener un vínculo diferente con el público, como nunca lo había tenido. Y evidentemente de la necesidad personal de reflexionar sobre el tiempo transcurrido a través de una obra, desde el escenario. Me aparecieron las ganas de hablar sobre lo que me está pasando hoy, sobre el paso del tiempo, temas que tal vez tienen mala prensa. Pero ese disparador quedó como una especie de epílogo dentro del espectáculo, porque para llegar a hoy, tuve que hacer el recorrido desde el día que nací, desde donde vengo. Hablo de cómo fui atravesada por los vínculos familiares y por el amor en todas sus manifiestaciones: el amor a Dios, el amor al padre, el amor a la madre, a mis hermanas, a mis parejas, al país. Escribí y escribí y después puse el material en manos de Tolcachir, que fue con quien siempre había pensado en llevar a cabo esta locura. Cuando se lo entregué le pedí absoluta sinceridad, y la devolución fue muy buena. Y esa emoción de Claudio se mantuvo en el mismo punto hasta hoy, con lo cual creo que es sincera.

–¿Qué tipo de nuevo “vínculo” busca construir con el público?

–Nuestra pretensión es tratar de construir una obra intimista. La idea es lograr que el público sienta que le estoy contando mi vida a alguien amigo, a un conocido. Quise borrar esa idea de interpretar algo para un público abstracto. El tono del monólogo tiene la búsqueda de construir un aparente vínculo de amistad con el público, con esa confianza y esa comodidad. El mayor desafío para mí fue estar sobre el escenario con la misma confianza y comodidad que cuando uno está entre amigos. Una dificultad que, además, tiene la complejidad de que la que está sobre el escenario soy yo, sin estar protegida por ningún personaje.

–Esa necesidad que la llevó a pensar este espectáculo, ¿obedece a una cuestión personal o profesional?

–Todas mis decisiones artísticas fueron tomadas desde el punto de vista personal. Cada personaje que elijo, cada proyecto en el que me embarco, lo hago por razones personales. Nunca pensé nada en términos de carrera. Siempre lo hice en términos personales. Esas razones personales pueden ser desde un tema que me interesa abordar, y mucho más desde un personaje que me permite no juzgarlo ni estar atado a prejuicios, lo cual echa luz sobre esa cuestión, hasta elegir proyectos en función de querer estar más tiempo con mis nietos. Por ejemplo, ahora estoy filmando Maracaibo, que es una película que elegí hacer porque mi personaje transita una pérdida importante, como es la pérdida de un hijo, que para mí siempre fue un miedo enorme, que me ha perseguido siempre. Lo que me fascina de la actuación es poder indagar desde diferentes personajes temáticas que me conmueven.

–Al mirar hacia atrás, ¿considera que haber construido una carrera en función de decisiones personales fue una virtud o un defecto?

–Lo veo como una cosa que me fue funcional porque me mantuvo vivo el deseo. Si no tuviera el deseo, algo que me despertara la imaginación, me convertiría en un robot. Porque empezaría a echar mano a recursos ya probados y terminaría aburriéndome. Lo último que quiero en este trabajo es aburrirme. A mí me resultó funcional y, paradójicamente, me hizo construir una carrera. Pero siempre elijo los trabajos por motivos personales.

–En toda vocación artística, se pone en juego mucho más que una condición laboral. El desafío con el paso de los años, se supone, es no perder el deseo que alguna vez llevó a un artista a decidir estudiar y perfeccionarse en una disciplina. ¿Nunca sintió haber perdido ese “fuego sagrado”?

–Mmmmhhh... no, no. A veces, trabajando en la televisión, me ha pasado de que se me prendió una lucecita de alerta. Trabajar mucho tiempo y de manera constante en televisión genera una burbuja bastante irreal. Si, encima, tenés la suerte de hacer un programa que tiene mucha popularidad y empezás a ser tratada en función del éxito, el riesgo de alejarte de la realidad es alto. El éxito televisivo te aleja de la realidad. En ese caso, he tomado con precaución ese estado, eligiendo siempre “tocar y salir”.

–Como ocurrió tras el éxito de Gasoleros.

–Terminé Gasoleros y en la tele me ofrecían hacer todo, lo que quisiera. Sin embargo, decidí hacer La ciénaga, con Lucrecia Martel, que terminó siendo un peliculón. Pero que cuando acepté formar parte de ese proyecto nadie conocía a la directora. Estar en la televisión mucho tiempo es permanecer en un universo que te puede poner medio tonta. Hay algo de la vanidad y el ego que se retroalimenta. En la tele siento que tengo que tocar e irme. En el teatro nunca corrí ese riesgo. Y al cine lo conocí de grande, así que mi amor con el cine me pegó como pegan los amores en la edad madura.

–¿Cómo?

–Mucho y fuerte. El cine fue un descubrimiento a todo nivel y muy necesario en un momento de mi carrera. La experiencia de trabajar con un director de cine es bien diferente a la del teatro o la televisión.

–Se suele decir que la tele es más de la producción, el teatro de los actores y el cine del director. ¿Coincide con esa descripción?

–Absolutamente. Un director, con el material que tiene en sus manos, puede hacer distintas películas. En un rodaje se percibe muy claramente la energía del director. Tuve mucha suerte, también, porque me tocó trabajar con muy buenos directores. Siempre fui una espectadora asidua de cine, pero aprendí mucho, lo que me hizo crecer como espectadora. Empecé a tener una lectura de las películas muy diferente a partir de haber trabajado con grandes directores. Uno no deja de aprender nunca.

–¿En este unipersonal la búsqueda es más personal que artística?

–Me voy a dar cuenta de qué fue lo que buisqué con este espectáculo dentro de un tiempo. Todavía estoy en el medio del remolino. Voy a encontrar esa respuesta cuando termine de hacerla. Lo que tengo claro es que hay una necesidad de reflexionar sobre esto que me está pasando hoy, sobre lo que implica haber hecho un trayecto de vida, sobre lo que es uno como persona, sobre los compromisos que uno asume. Tenía muchas ganas de sentirme yo en el escenario, sin protegerme detrás de un personaje. Quiero sentir en el escenario la misma comodidad que siento en la vida. No voy a lugares a donde estoy incómoda. Cosa que antes sí hacía, porque creía que estar en lugares que no me resultaban cómodos formaba parte del ser social. He decidido no trasitar por lugares en los que no quiero estar. Siempre fui muy feliz actuando, pero necesito reformularme. No es sencillo el paso del tiempo.

–No deja de ser paradójico, sin embargo, que ante esa necesidad de encontrar espacios “cómodos” haya elegido asumir sobre el escenario el rol más incómodo de todos, como es la exposición de un artista sin ningún tipo de máscara.

–Totalmente. Es raro. A mí hacer teatro me encanta, salvo un momento, que sufro teriblemente: el momento del saludo al finalizar la función. Siento un grado de inhibición tremenda en ese momento, porque no sale a saludar el personaje, sino la actriz o el actor. En ese momento, me aparece toda la timidez. Al momento del saludo trato de rajarme lo antes posible. Tal vez esta obra es una suerte de autocondena inconsciente, porque la que voy a estar todo el tiempo sobre el escenario soy yo, sin máscaras. Me autocondeno a correr los límites.

La ciudadana

“Desde muy chica fui de tomar decisiones con determinación, buscando siempre mi propia libertad”, afirma Morán, que nunca permitió que la actriz aplastara a la persona que siente, piensa y toma posturas sobre lo que ocurre a su alrededor.

–¿Esa misma determinación fue la que la llevó a apoyar públicamente al gobierno anterior, sin medir sus consecuencias?

–Las consecucbneias las mido y las padezco. Siempre te pasan factura. Públicamente, socialemnte y también en privado. No sale gratis no ser correcta políticamente y responder siempre a la necesidad ser fiel a lo que uno piensa y decirlo abiertamente. Pero para mí, el precio que debo pagar es menor a no poder decir lo que pienso. No es que no hay costo, lo hay. Pero a mí me resulta más barato que caretear. No está en mi naturaleza no decir lo que pienso. No podría no hacerlo.

–¿Siempre fue así, o en los últimos años sintió mayor necesidad de comprometerse con lo que pasa en el país?

–Siempre tuve determinación. Lo que sí siento es que ahora hay un poco más de intolerancia social. Eso es evidente. Hay bastante intolerancia social al que piensa diferente o al que manifiesta una opinión. Hay como un decálogo de lo que no se debe hacer que me parece de una antigüedad espantosa.

–¿Por ejemplo?

–No decir lo que uno piensa respecto a cualquier tema. Esa idea atrasa. Como cuando a los cantantes los decián que no dijeran que tuvieran novia o que no hagan pública su inclinación sexual por temor a... Intento ser una mujer de mi época. No voy a atrasar mi reloj porque, de pronto, alguna convención social indica que tenés que atrasarlo.

–Hay productores que han dicho que los artistas no deberían expresar sus opiones sobre temas sociales o políticos.

–No estoy de acuerdo con eso. Al contrario: siento que los artistas son los que más tenemos que celebrar nuestra libertad. Nosotros construimos a partir de ser nosotros mismos. Nuestro instrumento somos nosotros. No tenemos por qué ser ni políticamente correctos ni tener ningún tipo de formalidad o de protocolo. Por eso somos artistas y no otra cosa. Hay mucha gente que prefiere no exponer públicamente sus ideas y me parece absolutamente respetable. Como me parece respetable aquél que las expone. Pero hay que ser conscientes de que eso implica costos. Uno elige.

–Se es un ser social y político antes que artista.

–Primero, la persona. Después uno es actriz y ciudadana. Uno no agrede ni ofende a nadie diciendo lo que piensa.

–¿Sintió que le pasaron factura por haber apoyado determinadas políticas del kirchnerismo?

–Desde ya.

–¿No se arrepiente?

–No. Lamento que haya sido así. No sé por qué ahora es así. Me acuerdo que en la época de Menem yo también protestaba contra Menem y no sentía eso. No sentía que alguien me dijera “no hables” o “callate la boca”. O que no me hicieran una nota por ese motivo. Nunca me afilié a ningún partido, sino que he apoyado proyectos o políticas. Lo hice siempre, incluso con Alfonsín. Pero ahora es diferente. Me doy cuenta de que te pasan factura por decir lo que pensás. No sé por qué.

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“Lo último que quiero en este trabajo es aburrirme”, subraya Morán sobre esta etapa de su carrera.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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