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Viernes, 30 de septiembre de 2016

TEATRO › LAS NOCHES BLANCAS, NOTABLE ADAPTACION A LA ESCENA DE DOSTOIEVSKI

“No importa el género, sino el amor”

La puesta de Ariel Gurevich toma la novela publicada en 1848, pone como protagonistas a dos hombres y consigue que parezca contemporánea. “En la dramaturgia hay un juego con el tiempo que produce extrañeza”, dice la actriz Silvana Tomé.

 Por Silvina Friera

Las almas perdidas se encuentran en la noche, el momento propicio para que lo vivido, lo soñado y lo imaginado se mezclen sin que se diferencien. El hombre sin nombre, un solitario que se siente extraño para todos, como si lo hubieran abandonado no sólo los habitantes de la ciudad en la que vive sino hasta los objetos de su hogar, conoce a Juan, un joven que está llorando en un estacionamiento, y lo invita a su departamento. Más allá de la fragilidad y la imperiosa necesidad de la mirada de los otros, estos hombres están unidos por el deseo inconmensurable de amar y ser amados. “No te enamores de mí”, le advierte Juan, acaso demasiado tarde, mientras coquetea y seduce al solitario y promete regresar. La vivaz Leónida, la encargada española del edificio, es testigo de ese amor no correspondido entre el solitario –de quien ella está enamorada– y Juan. Las noches blancas, formidable variación sobre la novela de Fiódor Dostoievski con dramaturgia y dirección de Ariel Gurevich, logra que esta novela clásica –publicada en 1848– suene contemporánea en las vacilaciones y los temblores, en la intensidad desgarradora del desamor y ese aire de levedad kitsch que aportan las canciones. Los actores Nelson Rueda (notable interpretación del solitario), Esteban Masturini y Silvana Tomé se lucen en escena por el modo en que transitan los laberintos emocionales de estas criaturas en pena.

Durante los ensayos de Las noches blancas –que se puede ver de jueves a domingo a las 20.30 en el Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551– los actores fueron construyendo sus personajes sobre el texto de Gurevich. “Si no tuviese las canciones sería otra obra, porque la música trae algo de quiebre fuerte, una ruptura importante en la dramaturgia. Las canciones son el sueño dentro del sueño porque todo el tiempo te da la sensación de algo onírico que no sabés bien si está sucediendo o no. Y la música le agrega una capa más”, plantea Masturini, que interpreta a Juan, en la entrevista con Página/12. Tomé, imperdible en su papel de Leónida, cuenta que trabajaron mucho con el director y entre ellos para que “las canciones se integraran de una manera que fuera lo más natural posible y que no nos sacaran de los estados en que estábamos”.

–En el caso de la encargada, ¿las canciones le permiten cantar lo que no pueden decir?

Silvana Tomé: –Exactamente. Yo canto lo que mi personaje no dice y lo que los otros personajes no dicen. Las canciones son lo literal que está latiendo, pero que en el texto no se dice.

Nelson Rueda: –A través de las canciones, los tres personajes se dan la licencia de poder decir alguna cosa.

S. T.: –No sé si a todo el mundo le pasa, pero hay como un soundtrack de tu propia vida; hay canciones que representan determinadas cosas. Y yo siento que estas canciones en la vida del personaje que hace Nelson, el solitario, son como las canciones que lo acompañaron en el trayecto de la historia con Juan.

–¿Qué pasa con el deseo no correspondido de los personajes?

N. R.: –Yo creo que la soledad y el deseo no correspondido es fundamental. Hay una soledad y una idealización del amor y la imposibilidad de poder concretarlo en forma material.

Esteban Masturini: –El tema principal de la obra es la soledad, pero a pesar de eso creo que estos tres personajes se ven completamente modificados por el encuentro. A pesar de que terminan otra vez solos, la experiencia valió la pena porque ellos salieron transformados por esta historia de amor, aunque sea un amor no correspondido.

–Aunque la novela de Dostoievski tiene más de dos siglos, el trabajo de la puesta en escena parece suceder aquí y ahora, ¿no?

E. M.: –El gran hallazgo es volver la obra actual y atemporal.

N. R.: –La obra conversa todo el tiempo con la novela. Aquel que haya leído Noches blancas y venga a ver la obra va a ver esa conversación constante con la novela.

S. T.: –En la dramaturgia, hay un juego con el tiempo que produce extrañeza. Por más que son tres noches, dentro de ese juego de ir y venir no sabemos en realidad ni cuánto tiempo pasó.

E. M.: –La obra es desde la memoria del solitario, por eso tiene algo tan subjetivo porque es desde lo que él recuerda de aquellos años en que se encontró con este chico. No sabemos cuánto su memoria modificó esa anécdota.

–Lo interesante de la versión de Gurevich es que el solitario se enamora de un hombre. Quien no haya leído la novela, puede pensar que en la obra original también se cuenta el amor-desamor entre dos hombres.

S. T.: –Algo muy lindo que tiene la obra es que la homosexualidad no es un problema. El problema es que el otro esté mirando para otro lado, no a qué género corresponde la otra persona. El tema es el amor.

–¿Qué ponen en juego de sus experiencias personales en la composición de los personajes?

N. R.: –Siempre que hablo con mis amigos les digo que lo que tenemos los actores es que los desengaños los podemos capitalizar en nuestras actuaciones. Lo que pongo en juego en cada función es la verdad emocional. Si no hay verdad emocional, no sucede.

E. M.: –Yo creo que como artista todo es autobiográfico porque surge de lo que soy y desde ahí puedo construir. En cada cosa que emprendo, siento que estoy ahí completamente. En esta obra en particular, estoy todo el tiempo mirando qué me gusta de Nelson, en ese momento estoy poniendo todo lo que pueda prestarle y ya le estoy prestando mi cuerpo, por lo tanto estoy ahí entero. En cada función vuelve a aparecer el amor entre nosotros; el gustarse, el abrazo, el tocarse, está todo el tiempo.

S. T.: –La idea de que la portera sea española fue de Ariel. Mi mamá es española, mis abuelos eran españoles; entonces estoy encontrándole un gustito a esos recuerdos de mi infancia de escuchar hablar a mi abuela. El peinado que uso en la obra lo armé yo y el otro día me encontré con una foto de mi abuela, en la que tenía un peinado muy similar... Además del viaje por lo interno, por el pasado, por los amores no correspondidos, agradezco del personaje el poder contactar con estas raíces españolas que me emocionan.

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Las noches blancas puede verse de jueves a domingo en el Centro Cultural San Martín.
Imagen: Carolina Camps
 
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