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Sábado, 7 de octubre de 2006

TEATRO › ENTREVISTA A POMPEYO AUDIVERT

Cómo reconstruir la era de los ideales

Según el director, Armando lo Discépolo sirve de “un puente poético con su época”.

 Por Hilda Cabrera

¿Cerrar los ojos al pasado supone ser ciego en el presente? El grupo El Cuervo, que conduce Pompeyo Audivert, tiene ojos para el pasado y rescata en una obra de estructura no convencional a un dramaturgo imprescindible. De la conjunción de temas “discepolianos” y un trabajo de investigación del grupo nació Armando lo Discépolo, obra que se estrena hoy en la Sala Carlos Somigliana del Teatro del Pueblo. La acción se desarrolla en el ancho mundo de la mente, donde es posible “recrear –como apunta el director– distintas realidades poéticas sin que una niegue a la otra”. Algo semejante, en un punto, a ese fascinante “circo mental” del novelista, dramaturgo y poeta austríaco Thomas Bernhard, que tanta importancia tiene en la producción de Audivert, como se vio en la muestra Marcos y en La fuerza de la costumbre. Sólo que ese ámbito mental es aquí un país o un mar, un laberinto o un conventillo. La referencia a Armando Discépolo (1887-1971) no implica, sin embargo, apropiarse de las obras que inspiraron ese trabajo: Stéfano, Relojero, Hombre de honor y sobre todo Muñeca, de 1924.

Construir este espectáculo demandó más de un año: “Investigábamos sobre procedimientos técnicos y poéticos vinculados a la improvisación –cuenta Pompeyo Audivert–. Aparecían temáticas que después modificamos o desechamos. Improvisábamos sobre aspectos del teatro griego, el regreso de Perón y la masacre de Ezeiza... hasta que un día me llamaron de Argentores, invitándome a dirigir Mustafá en un ciclo de semimontado. El grupo había comenzado ya a trabajar sobre la inmigración, y así, de modo natural, pasamos a las obras de Armando, que hacemos estallar como si fueran calidoscopios.”

–¿Cómo influyó el lenguaje de esas obras y cuál fue su tratamiento?

–La obra transcurre en la cabeza de Armando y pasa por los personajes que buscan salir de ese país o conventillo. Esta ubicación nos permitió prescindir de ciertas realidades históricas. Chiquilín es el ayudante de Anselmo en Muñeca y aquí de Discépolo, quien pregunta qué pasó con el cocoliche y qué fue de la vida de los tanos, los gallegos, los turcos y los otros inmigrantes. Chiquilín responde que el acento se tomó el buque pero se exilió en la sangre; que opera desde adentro; que se esconde bajo cicatrices nunca envejecidas y en las bambalinas de los cuerpos.

–¿No murió entonces?

–Está en otro ámbito, diría que de orden genético.

–¿Cuál es la guía en un trabajo de este tipo?

–En general se piensa que partimos de temáticas previas, pero ése es un mito.

–¿Quiere decir que no se necesita una guía o un tema que funcione como soporte?

–El tema real en Armando... es la investigación sobre procedimientos técnicos y poéticos. Esa es la base, y después el estudio de las obras de Discépolo y su inserción histórica.

–¿Qué relación guarda con la pieza que presentó en el ciclo de semimontados de Argentores?

–Es la misma, sólo que más pulida y ensayada, y con algunos pequeños cambios. Trabajar sobre Discépolo nos permitió tender un puente poético con su época, que era intensa porque ofrecía la posibilidad de construir un futuro vinculado a las teorías filosóficas y políticas de entonces, como el anarquismo y el socialismo.

–¿El teatro es hoy receptivo a esas teorías?

–Aquellas eran épocas de “consistencia existencial”. Los ideales eran expresados y compartidos: había una relación más plena con el propio presente. En este momento, de etapa avanzada del capitalismo, la relación con el pasado está rota. Y no porque no se puedan poner en pie aquellos ideales, sino porque el discurso de estos días –que hasta el seudoprogresismo levanta– es el discurso del poder que impregna la realidad de escepticismo y convierte a nuestro presente en “tiempo histórico desmayado”. Le resta sentido mediante maniobras ideológicas.

–Pero el escepticismo no es necesariamente ruinoso, aunque se lo combata porque no aporta votos.

–Sí, puede ser muy positivo: el teatro de Armando Discépolo era doloroso pero guardaba una gran vitalidad. Aquella era una época de gran dolor social, de frustraciones y realidades rotas, pero no se había desterrado el futuro ni la idea de una igualdad social. Hoy parece que la perspectiva es morirse sin haber intentado combatir la desigualdad: dejar que avance como quiera, avasallando cuerpos. Pero estas reflexiones son colaterales a la obra. Quiero aclarar que la intención no es armar un discurso político, sino “tocar emocionalmente” el presente. Como en el teatro de Luigi Pirandello, los personajes –y nosotros– queremos otra salida.

–¿Cómo funciona lo histórico en esta puesta?

–Lo histórico está detrás, porque el planteo es lograr una obra con existencia autónoma a partir de procedimientos técnicos y poéticos. La presencia de lo histórico se manifiesta en la excitación y emoción que produce reconocerse en la vitalidad del pasado y en la permanencia de las ilusiones.

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“El teatro de Discépolo era doloroso, pero vital.”
 
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