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Jueves, 13 de octubre de 2005

TEATRO › ENTREVISTA CON EL FILOSOFO Y DRAMATURGO HECTOR LEVY-DANIEL

Sobre un país en escombros

Serena danza del olvido, la obra que escribió y dirige, fue escrita en 2000 y ahora modificada para adaptarla al país posterior a la crisis. El olvido como sinónimo de injusticia.

 Por Hilda Cabrera

Reconquistar el propio terreno se paga caro. Esa es la experiencia de Pablo, el joven que dejó su pueblo al ser alistado para una guerra. Su regreso es tan duro como la partida. Su madre ha muerto, no se sabe cómo, y su novia se casó con el médico del lugar, padre de Pablo. Así, esquematizado, parece el argumento de una telenovela, pero no es tal, sino una pieza de teatro que devela ciertos mecanismos del olvido. Su autor y director Héctor Levy-Daniel recibió premios y menciones por esta Serena danza del olvido, entre otros el Argentores 2004. “Griselda Gambaro participó de la selección, y esto fue una alegría para mí, que admiro sus obras y aprendí dirección con las puestas que hizo Laura Yusem”, cuenta Levy-Daniel, licenciado en Filosofía, docente, investigador y guionista de cine y tevé (uno de sus últimos libretos es Un juez, protagonizado por Patricio Contreras en el ciclo de unitarios Un cortado, de Canal 7). Escrita en el 2000 y distinguida en el concurso Tramoya de ese año –organizado por la Universidad Veracruzana de México–, Serena... retorna a escena modificada por el autor: “No soy el mismo de entonces, tampoco lo es esta Argentina donde la gente come de la basura.” La obra puede verse los jueves a las 21 en el Centro Cultural Tadrón (Niceto Vega 4802, Palermo Viejo), interpretada por Alejo Mango, Daniel Niborski y Marigela Ginard. La voz en off es de Coni Marino, la música de Cecilia Candia, las luces de Ricardo Sica, y Gastón Calvi asiste en la dirección. El conflicto se profundiza cuando todo un pueblo niega la identidad del que regresa. “Pablo acepta esa situación para no pasar por loco. Se propone modificarla y recuperar lo perdido”, sintetiza el autor de Rommer, los últimos crímenes, Memorias de Praga (1996), Instrucciones para el manejo de las marionetas, La noche del impostor (1999), La postergación (sobre el bombardeo de Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 y el atentado a la AMIA del 18 de junio de 1994), El archivista (obra de Teatro por la Identidad), Despedidas, Poker, Los insurrectos, Trama de la mosca y la araña, Los insensatos, Carroña y Destiempos.
Serena danza... no se pierde en divagaciones. Retrata a un pueblo ciego ante las arbitrariedades del pasado y el presente: “Este es un juego de espejos entre un antes y el después. Nadie recuerda que hubo una guerra y un joven que partió. ¿Es gente cobarde o sabia? Prefieren decir que ese joven es un farsante”.
–¿De qué manera nace y crece el olvido?
–Existe una actitud subjetiva frente al olvido que se convierte en un imperativo: “debemos” recordar tal cosa para que no vuelva a suceder. Sin embargo, a esto se opone la voluntad de olvidar, transformando ese deber en fórmula vacía. No soy psicólogo, pero puedo constatar hechos, como que alguien me diga una cosa y al otro día desmienta haberla dicho. Es una cuestión casi filosófica: la memoria es subjetiva pero el olvido se instala objetivamente, tiene una ontología particular y no hay manera de evitarlo.
–¿O sea que la oposición es relativa?
–La gente no entiende que olvido y memoria no son caras de una misma moneda y que cuando el olvido se fortalece, todos somos sus víctimas. Por eso es necesario que haya gente que tome la posta y haga lo posible para impedir que avance.
–El olvido y la memoria son también manipulados y aportan beneficios...
–En el fondo hay siempre una razón material. Algunos hacen lo imposible para que se olviden mentiras y otros para que se haga memoria de crímenes que casi nadie pone en duda, porque señalarlos ya no implica riesgos.
–¿Se propone en sus obras reflejar injusticias?
–La postergación es una obra de ese tipo. Habla de un país de escombros. En Serena danza... el olvido es una injusticia. Parto de un microcosmos, de un pueblo chico, porque en esos lugares es fácil detectar las trasgresiones y los conflictos. Pero el pueblo –o la familia– es simplemente un medio para mostrar un problema de carácter universal. El teatro es siempre una metáfora y mi desafío es hallar maneras de relacionarlo con la realidad. No me preocupa tanto si se califica de políticas a mis obras. Sé que en todas intento esa comunicación. Mi teatro no es el de “agitación” de los años 60, cuando se buscaba modificar la realidad. Mi propósito es indagar en una realidad desde un punto de vista político. Cuando se produjo la crisis de 2001, vi a muchos autores reacomodarse y aparecer con materiales de carácter político, en teatro y televisión. Eso es oportunismo.
–¿Cómo fue su participación en el concurso “Historias bajo las baldosas”?
–Me enganché con la historia de los túneles que comunicaban el Hospital Moyano con la estación de trenes de Constitución. Por ahí escapaban las locas y quedaban embarazadas. Titulé la obra Resplandor en el hospicio. Me gusta escribir para mujeres. Tienen un mundo muy complejo. Ahora estoy trabajando con la directora Clara Pando sobre textos para actrices. Me motivan mucho las pinturas, especialmente las del noruego Edvard Munch, el creador de El grito, una pintura que es símbolo del expresionismo.

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Levy-Daniel, filósofo, guionista, premio Argentores 2004.
 
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