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Martes, 25 de julio de 2006

CHICOS › GERARDO HOCHMAN HABLA DE “SANOS Y SALVOS”, SU NUEVO ESPECTACULO

“Aquí, el suelo es un cielo”

Surgido de un trabajo de laboratorio que abrió nuevos caminos, el show de La Arena deja al público con la boca abierta.

 Por Silvina Friera

Los artistas, más furiosos y divertidos que nunca, están en una pasarela tal vez inspirada en los cielos nubosos de Magritte. Enorme contraste entre la descarga adrenalínica que transmiten y ese entorno celestial que los rodea. Hasta jadean, después de concluir una seguidilla de vertiginosas acrobacias que cortan el aliento del público. Algo cambió en Sanos y salvos, espectáculo de la compañía La Arena que dirige Gerardo Hochman. Si en otras obras se coqueteaba con la idea de que esos acróbatas, bailarines, trapecistas y actores hacían con el cuerpo cosas increíblemente arriesgadas y poéticas de un modo que parecía sencillo –qué espectador no pensó que con un poco de voluntad y mucho de entrenamiento acaso pudiera imitarlos, aunque fuera sólo un deseo–, ahora el despliegue escénico le parte la cabeza a la mayoría, como siempre, pero deja la sensación de que esos diez jóvenes son la versión circense de Las chicas superpoderosas o, si se pone más filosófico, una relectura acrobática del superhombre nietzscheano del nuevo circo argentino. Ni lo sueñe –y mucho menos lo intente–: imposible lograr emular una quinta parte de esa exhibición de destrezas circenses, de gimnasia, de teatro, de danza. Y quizá por esa distancia insalvable, y la fusión de la música en vivo de Omar Giammarco, esta nueva obra de Hochman, que se puede ver durante las vacaciones de invierno de martes a domingos a las 20 en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131), sea una de las más audaces, bellas y logradas desde que empezó con Emociones simples, en 1993.

Si Fulanos, el espectáculo anterior, era más zen, Sanos y salvos es pura euforia y descontrol. Pero no fue algo buscado sino encontrado el año pasado, cuando se dispusieron a barajar y dar de nuevo, volver al laboratorio del entrenamiento, jugar y probar. “Nuestra filosofía pedagógica entiende al cuerpo y al movimiento de una manera particular, y sobre esta filosofía apoyamos toda la técnica. Trabajamos con la tensión mínima necesaria, en cuanto al movimiento, y siempre apuntando a la soltura, a la proyección del cuerpo en el espacio y a trabajar con la energía justa”, explica Hochman en la entrevista con Página/12.

–Esta idea de trabajar con la mínima tensión posible, ¿es un modo de cuestionar ese espíritu del circo tan asociado con la tensión máxima en cuanto al riesgo físico?

–No es una rebelión de nuestra parte ante otras técnicas del circo, sino ante cosas que pueden estar presentes en cualquier ámbito. Tratamos de que el riesgo no desaparezca, porque si no estaríamos haciendo teatro o danza. El circo es el arte de lo difícil. Para que vos vayas a un espectáculo y lo definas como circo, tiene que haber una proeza medio sobrehumana que el resto de los mortales no pueda hacer (risas)... “Vi tipos que hacen cosas increíbles”, eso es lo que define al circo, y no podemos ni queremos anular el riesgo, porque también es parte de la sorpresa que se genera en nuestros espectáculos. Trabajar con la mínima tensión posible es una filosofía pedagógica que aprendí de mi maestro Osvaldo Bermúdez; él me enseñó a enseñar de esa manera.

–¿Qué diferencia a Sanos y salvos de otros espectáculos de La Arena?

–Plantea una acción física muy intensa, es más eufórico y desenfrenado. Hay partes que son meramente acrobáticas y de despliegue físico de máxima expresión, y se nota porque los artistas terminan jadeando, a pesar de que trabajen con este concepto de la mínima tensión posible. En los espectáculos anteriores, si bien los artistas eran admirados por el público, siempre quedaba la sensación: “¡Uy, parece fácil!... si me pongo las pilas y practico, me subo y lo hago”. Esta es la primera vez que el público nos dice: “Yo no hago ni la quinta parte, eso no lo hago ni loco”, como que Sanos y salvos está mucho más adelante que los otros trabajos, y los artistas están presentados como superhombres y supermujeres. Fulanos, en cambio, manejaba la idea de uno más o un cualquiera, y además era una versión de ser humano claramente buscada desde la idea original: personas que fallan, que dudan, que no se animan, que tienen curiosidad, vergüenza.

–¿Cómo explica este viraje hacia el artista “superhombre”, que no es un costado tan habitual en sus trabajos?

–No, es cierto. En realidad, Sanos y salvos no fue nada buscado sino algo encontrado, no tenía un guión previo; es una composición tipo collage y el fruto del trabajo de la compañía durante 2005. Después de muchos espectáculos seguidos, nos planteamos volver al laboratorio, a jugar sin intención de estrenar. Es muy distinto de otros procesos donde trabajamos a partir de un clima, de un concepto o de un par de imágenes.

–¿Cómo maneja el artista la idea de riesgo, ese frágil equilibrio entre la vida y la posibilidad de la muerte en una escena difícil?

–El riesgo en lo que nosotros hacemos está implícito, por algo convivimos con contracturas, golpes, torceduras. Pero no ponemos en juego la vida ni tampoco jugamos con el morbo de arriesgarla, ni con la posibilidad de la falla que ponga en juego la vida del que está haciendo una escena. Si bien presentamos en este espectáculo a artistas que hacen cosas increíbles, se percibe claramente que las disfrutan y que no están sufriendo ni temen lastimarse. Y también se transmite, en todos nuestros espectáculos, una idea de trabajo en equipo, de confianza mutua, de que todos son necesarios. Poéticamente el suelo de Sanos y salvos es un cielo, y quizá también sea el único lugar donde se esté sano y salvo.

–¿Está de moda el circo?

–No creo que sea una moda, sino que es un arte que se reoxigenó, de una versión que estaba un poco agonizante, y que vino para quedarse. Me parece que puede haber un porcentaje de gente que lo practica o que se acerca porque lo descubrió ahora, pero no me suena a que sea una moda como el paddle (risas). Lo considero un arte que recuperó una posición y que la va a conservar. Está más prestigiado y este prestigio continuará en la medida de que haya artistas que se desafíen constantemente. Si lo vamos a convertir en una pieza de museo, si vamos a repetir fórmulas y rutinas, va a volver a pasar lo mismo que antes, se va a enquistar y perderá su esplendor. Pero si hay artistas con su creatividad funcionando o escuelas que formen nuevos artistas que desafíen lo anteriormente hecho, el circo preservará su vigencia.

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“El circo recuperó una posición”, dice el director.
 
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