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Viernes, 19 de noviembre de 2010

DANZA › LA COMPAÑIA CHAKATA Y SUS “TAP SESSIONS”, HOY CON EL TANGO COMO TEMA

Una auténtica celebración del ritmo

Lejos del estereotipo de las películas musicales, Rosario Ruete, Luciana Castro Sampayo, Bárbara Gurevich y Micaela Pierani Méndez arman sesiones de improvisación abiertas a otros zapateadores.

 Por Carlos Bevilacqua

“El tap es muy libre, se puede bailar sobre casi todas las músicas”, dicen Castro Sampayo y Ruete.
Imagen: Guadalupe Lombardo.

Es difícil no sucumbir al encanto del tap. Al moverse, lúdicos, los pies parecen cobrar independencia del resto del cuerpo, ya sea acentuando el ritmo de una música o generando uno propio. Hay, además, una alegría básica, como infantil, en el sonido que generan las chapitas metálicas cada vez que el bailarín golpea sus suelas, más o menos sutilmente, contra el piso. Si a aquello se le suma el vértigo de la improvisación, se obtiene un cóctel por demás atractivo. Para comprobarlo, basta con presenciar alguna de las “tap sessions” que organiza la compañía Chakatá una vez al mes en Buenos Ayres Club (Perú 571). La de hoy, programada para poco después de la medianoche, explorará los posibles vínculos entre el tap y el tango, manteniendo la costumbre de darle a cada sesión una consigna distintiva. “Más allá del teatro musical, el tap no tenía en Buenos Aires un espacio en el que pudiéramos desarrollarnos como zapateadoras, y a falta de ese espacio creamos Chakatá hace cuatro años”, arranca Luciana Castro Sampayo, casi tan veloz como con sus pies. Rosario Ruete, una de sus compañeras, no le va en zaga: “Además, nos gusta improvisar, que es algo inherente a la esencia del tap, originado no en una academia sino en las calles de Estados Unidos, como un juego entre los negros. Quisimos volver a esa comunicación más espontánea”. Las dos son miembros fundadoras de la compañía, cuyo elenco completan Bárbara Gurevich y Micaela Pierani Méndez.

En las sesiones de improvisación, la música con la que interactúan las bailarinas también es creada en tiempo real por una banda estable de guitarra, bajo, batería y percusión a la que suele sumársele al menos un solista o un cantante. “Lo único que pautamos es el género musical o el compás, pero nada más”, cuenta Castro Sampayo. En ese contexto de experimentación, tampoco son las únicas protagonistas de la danza. “Siempre hay otros bailarines que se comprometen a acompañarnos y además se suma todo aquel que esté en la sala y tenga ganas de zapatear”, apunta Ruete. Dadas esas condiciones favorables, la magia ocurre. Puede ser que la música determine el baile o viceversa. A su vez, dentro del grupo de bailarines hay quienes proponen y quienes responden, pero en roles que pueden invertirse en cualquier momento. A cada rato se ve (sobre todo se escucha) mucho de pregunta y respuesta. “Si se presta atención se nota que sobre el escenario hay un diálogo no verbal entre todos –señala Ruete–. Pero tenemos que tener los sentidos bien alertas para que la comunicación sea fluida. Si una de las partes no escucha o si todos tomamos la iniciativa al mismo tiempo, no sale algo bueno. Por eso, nos manejamos con un coordinador del baile y otro de la música, que en general es Esteban Freytes, nuestro bajista.”

Las “tap sessions” vienen a condensar en actos la visión que las Chakatá tienen de la disciplina. “El tap más clásico se focaliza mucho en la danza, incluyendo el movimiento de los brazos y el desplazamiento por el escenario. Nosotras, en cambio, ponemos énfasis en la faz musical, en el carácter rítmico del baile”, especifica Castro Sampayo. “Acá el tap está muy asociado a la galera, el bastón y las plumas, o sea al musical de jazz típico –apoya Ruete–. Ese es un estereotipo del que nos queremos alejar, no porque no nos guste, sino porque nuestra búsqueda es otra.”

Sin embargo, no por lo dicho se rehúsan al formato clásico de espectáculo. Apenas formada, la compañía expuso un work in progress en el Espacio Ecléctico y en el transcurso de este año sorprendió con un show especialmente diseñado para el Teatro Ciego. “Fue todo un desafío –evoca Castro Sampayo–. Ante la oscuridad total, empezás a escuchar todo, hasta lo que no te interesa escuchar. Por otro lado, tuvimos que adaptar nuestros movimientos porque ya en los ensayos nos dimos cuenta de que al perder referencias visuales no podíamos girar bien, por ejemplo.” Para el 2011 se proponen armar otro espectáculo integral, con músicas y coreografías previamente definidas, pero en la línea innovadora que las caracteriza. Si bien el circuito del tap en la Argentina es relativamente chico, según las entrevistadas tiene mucho potencial. Al referirse a las clases de zapateo que dan para ganarse el sustento, Castro Sampayo sostiene: “Se puede aprender a cualquier edad. A diferencia de otras danzas, no necesitás demasiadas condiciones físicas ni un entrenamiento tan riguroso. Además, el tap es una danza muy libre, muy desestructurada, que se puede bailar sobre casi todas las músicas”.

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