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Viernes, 2 de marzo de 2007

DANZA › COMIENZA EL PROGRAMA 2007 DEL C. C. ROJAS

Cómo superar los problemas a fuerza de coreografías

Desde hoy y hasta el 31 de marzo, Silvina Grinberg y Emanuel Ludueña abrirán la temporada con 12 Saltos y Permanece así.

 Por Alina Mazzaferro

Si la construcción de una obra de danza contemporánea nacional se asemejara a la de un edificio, se caracterizaría por esa capacidad de los materiales de resistir imprevistos sin quebrarse, de montarse a sí mismos en la adversidad, de surgir de aquello, disperso o accidental, que hay al alcance. Sería una obra sin planos, teñida por una suerte de ley azarosa por la cual el hallazgo se produce a partir de la búsqueda de alguna otra cosa. Podría resultar llamativo el hecho de que hoy estas condiciones de producción se multiplican, al tiempo que también lo hacen los coreógrafos jóvenes de la escena local que, en vez de encontrar una salida laboral segura en compañías con un camino ya trazado, deciden abrir el juego, buscando sus códigos, estéticas y temáticas. Si éste fue un rasgo del reciente IV Festival Buenos Aires Danza Contemporánea, que convocó a 22.000 personas en diez días, también lo es del ciclo que ofrece el C. C. Rojas, que inaugura su programación de danza 2007. Dos coreógrafos muy jóvenes y de relativamente escueta trayectoria, Silvina Grinberg y Emanuel Ludueña, presentarán dos obras –12 Saltos y Permanece así–, producto de esta búsqueda de un sello distintivo (desde hoy y hasta el 31 de marzo, viernes y sábados a las 20.30 en la sala Batato Barea de Corrientes 2038).

Los caminos de Ludueña y Grinberg son paralelos, aunque de diverso origen. Ludueña se inició en folklore a los 8 años en la Escuela de Danzas de Liniers, completó su formación con Ana Garat, Miguel Robles, Carlos Casella y Marina Giancaspro, y ahora es intérprete de las obras Desolado (de Robles, presentada en el festival) y Voraz (de Carlos Trunsky, que se repondrá este domingo en el Teatro del Sur). El caso de Grinberg es aún más llamativo: estudiante de gimnasia deportiva, comenzó a formarse en danza a los 18 años, sumamente tarde para quien aspira hacer de esta disciplina su profesión. Discípula de Cristina Barnils, logró ingresar al Taller de Danza del San Martín, que le abrió las puertas del universo coreográfico. De entrada supo que su lugar era el de la creación y se volcó de lleno a la coreografía colectiva, hasta que con Rolando y María (2003) y El escondido (2004) pudo encontrarse en el rol de directora. Algunos años más tarde, Ludueña también pasaría por el mismo taller, donde descubriría su veta creativa con su tesis coreográfica de fin de curso.

“Estos dos artistas insisten en la quimera del encuentro”, escribe Cervera en el programa de mano. En 12 Saltos, Grinberg juega con la idea de la caída, el riesgo y la relación con el otro. “No trabajé con un tema –cuenta–, pero sí con datos e imágenes que inspiraron la creación, que para mí es el resultado de amasar, volver a ver y volver a amasar.” Sus 12 paracaidistas en escena son estudiantes del taller de Cristina Barnils, quien convocó a Grinberg para otorgarle a su alumnado la posibilidad de trabajar, en algunos casos por primera vez, con una profesional. “Son estudiantes que saltaron a una escena”, explica la ideóloga del proyecto. “Represento, entonces, ese riesgo que ellos y yo estamos tomando.” Ludueña conformó su equipo con un grupo de cuatro profesionales, algunos de ellos también miembros de la compañía de Robles, y emprendió la difícil tarea de ser intérprete y director al mismo tiempo. Inspirado en el cine de Wong Kar-wai (2046, Con ánimo de amar) y el libro Seda, de Alessandro Baricco, pinceló una atmósfera que recupera el espíritu del romanticismo frustrado, bajo ese tempo pausado propio del cine oriental.

“En Permanece así aparecen, como en la personalidad, los vestigios de la madre y el padre”, reflexiona Ludueña, que sin embargo asegura alejarse del barroquismo de Robles, encarando un lenguaje más austero. “Estoy en la búsqueda de algo más personal, pero utilizo las herramientas que tengo, las de mis maestros. Esta es mi primera creación y lógicamente va a tener el espíritu de un montón de materiales de otras personas con las que trabajo, lo cual es una mezcla rara porque bailo con Robles, con Garat, con Trunsky”, enumera. Pero no solamente el sello individual se imprime en las piezas de estos nuevos creadores, sino también el del colectivo que participa de la puesta, ya que ambos capitalizaron el material humano, apoyándose “en lo que cada intérprete tenía para ofrecer”. Así, en 12 Saltos, hay bailarinas que cantan y que tocan la batería al ritmo de las melodías de Billie Holiday, Dean Martin y Chuck Berry, bajo la estética de Escuela de sirenas (de George Sidney, protagonizada por Esther Williams) y otros clásicos de la época de oro de Hollywood.

“De pronto empezó a aparecer esa cosa coral de los musicales de esa época, que tenían mucha gente, con coreografías en canon, muy naïf y a la vez románticas”, describe la creadora, confirmando que en la creación el punto de partida nunca es igual al de llegada. Y también reafirmando la resistencia del producto obtenido: “Fue arduo trabajar con gente que no estuvo muchas veces en escena, pero salió algo bueno”, concluye Grinberg, que no se rinde a pesar de tener que crear en la adversidad. “Es difícil convocar a tantas personas, que vengan a los ensayos, porque todos tienen un trabajo”, explica. “Tener mi compañía es mi sueño. Pero es difícil, porque ahora que tengo una hija pienso que necesito un sueldo y mis bailarines también. Yo quiero que ésta sea mi profesión y poder vivir de ella, pero acá aún no existe esa posibilidad, con excepción del espacio oficial. Se nos hace difícil crear en este contexto. En El escondido trabajé con una escenografía que ahora tengo que tirar porque no tengo dónde ponerla. Se interponen los tiempos de la gente; los espacios son limitados. Entonces, a pesar de que el público no esté de acuerdo con el resultado que ve, para los coreógrafos el hacer ya es un gran esfuerzo.”

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“Para los coreógrafos, el hacer ya es un gran esfuerzo”, sostienen Ludueña y Grinberg.
Imagen: Pablo Piovano
 
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