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Domingo, 25 de julio de 2010

CULTURA › ISRAEL Y DOS ANCIANAS RECLAMAN LA POTESTAD SOBRE LOS MANUSCRITOS INEDITOS DE KAFKA

Un lío de proporciones kafkianas

En su lecho de muerte, el escritor checo le pidió a su amigo Max Brod que quemara todos sus documentos, pero éste lo desoyó y publicó obras clave como La metamorfosis y El proceso. Cuarenta años después, el resto del archivo podría ver la luz.

 Por Tony Paterson *

Se dice que el tesoro oculto de trabajos inéditos de Kafka contiene miles de manuscritos en descomposición, postales, dibujos y cartas escritas por el autor checo que es considerado uno de los más brillantes y revolucionarios escritores en idioma alemán del siglo XX. Sin embargo, durante más de cuarenta años, el enorme paquete de literatura nunca vista aunque potencialmente vital de Kafka permaneció apilado en un departamento húmedo e infestado de gatos en un primer piso de un suburbio de Tel Aviv. La que los cuidaba era la ex secretaria de Max Brod, el amigo del autor que se encargó de proteger su legado. El lunes pasado, después de una batalla legal que llevó más de dos años, empezaron a emerger papeles de la colección oculta de Kafka desde las cámaras de seguridad de un banco en la ciudad suiza de Zurich. Un grupo de expertos en manuscritos y literatura alemana están ahora mismo evaluando su importancia, y son posiblemente los primeros lectores de los documentos desde que fueron escritos hace más de ochenta años. El volumen del paquete puede conducir a una radical reevaluación del recluido y atormentado autor, quien murió de tuberculosis a los 40, en 1924.

La pila de documentos ocultos ha causado ferviente excitación en el mundo literario durante décadas. Se ha especulado con que los papeles perdidos de Kafka podían contener trabajos inéditos del autor de obras maestras como El proceso y La metamorfosis, o al menos el manuscrito de su novela inconclusa, Wedding Preparations in the Country. “Cualquier cosa que contengan será de enorme valor para la investigación sobre Kafka y podría echar luz sobre la compleja personalidad del autor”, dijo Wilko Steffens, de la Sociedad Kafka Alemana.

El solo hecho de por qué llevó tanto tiempo que los manuscritos ocultos salieran a la luz es una historia de proporciones kafkianas en sí mismo. Nacido en Praga en 1883, Franz Kafka –cuyo apellido significa “urraca” en checo– era, al momento de su muerte, un escritor judío poco conocido con un puñado de historias publicadas en alemán. Sin embargo, justo antes de su fallecimiento en un sanatorio de Viena, el debilitado escritor le confió a su amigo Max Brod su colección de manuscritos inéditos, y le insistió en que todos los papeles “debían ser quemados sin que nadie los leyera y sin restos” después de su muerte. Pero Brod, que como Kafka era miembro de la comunidad judía germanoparlante de Praga, ignoró descaradamente los últimos deseos de su amigo y decidió publicar varios trabajos clave, incluidos El proceso, La metamorfosis y El castillo, asegurándole de inmediato, aunque póstumamente, un lugar a Kafka entre los gigantes literarios europeos.

Con la invasión nazi a Checoslovaquia en 1939, Brod, que era un ferviente sionista, guardó la colección de manuscritos de Kafka en una valija y voló a Israel. Allí se instaló rápidamente: fijó residencia en Tel Aviv y empleó a Esther Hoffe, otra refugiada judía germanoparlante de Praga. Hoffe se convirtió en el ama de llaves y secretaria de Brod (y, se rumorea, su amante). Brod murió en 1968, después de pasarle algunos de los documentos de Kafka a los archivos públicos israelíes. Sin embargo, le dejó a Esther el resto de los manuscritos. Durante las cuatro décadas siguientes, los papeles permanecieron apilados en un montón indecoroso en su deslucido departamento de Tel Aviv, que habitaban docenas de gatos.

Nurit Pegi, un académico israelí que está escribiendo una disertación sobre Brod, explicó que, desde entonces, los académicos se han visto forzados a suponer qué contienen los documentos. “Es una atrocidad que no se le haya permitido verlos a nadie”, dijo. Hoffe aseguraba que era su derecho hacer lo que quería con los documentos y, de hecho, vendió varios de los items del archivo en subasta. En 1988, vendió en Sotheby’s un manuscrito original de El proceso a un editor que actuaba en nombre del archivo literario alemán de la ciudad de Marbach. El manuscrito se vendió en 1,1 millón de libras. En otra ocasión, cuando fue arrestada por la policía en el aeropuerto israelí de Ben Gurion bajo sospecha de contrabando, se encontraron un diario de viaje y cartas de Kafka en su cartera.

Más tarde, el archivo del Estado de Israel fue autorizado a catalogar la colección de Hoffe, aunque permaneció la sospecha de que ella había escondido las partes más valiosas. No fue hasta su muerte hace dos años –tenía 101–, que la batalla por la posesión del archivo perdido de Kafka comenzó en serio. Las dos hijas de Hoffe, Eva y Ruth, reclamaron ser las justas herederas de los documentos, que, después de la muerte de su madre, habían sido colocados en cajas de seguridad, cinco en Israel y una en Zurich. Pero han indignado a muchos en Israel diciendo que pensaban sacar algunos de los papeles del país para vendérselos al archivo alemán de Marbach (donde ellas dicen que serían mejor cuidados).

En Israel, donde consideran el legado de Kafka como tesoro nacional y una llave hacia el modo de vida perdido judeo-europeo anterior al Holocausto, están furiosos. La biblioteca nacional está llevando a cabo un juicio contra las Hoffe en el que asegura que los documentos son propiedad del Estado de Israel porque Brod emigró hacia allí en 1939. Es una respuesta a los reclamos de las Hoffe y está en litigio desde la muerte de Esther para que se le permita abrir las cajas con el fin de establecer exactamente qué hay dentro de ellas. Las dos mujeres refutan que son sujeto de una campaña de vilipendio dentro de Israel. “No puedo creer cómo se está comportando este país. No tiene ningún derecho a entrometerse”, se quejó Eva, de 75 años, durante una entrevista realizada este año. Ella argumenta que si los papeles se hacen públicos, serán comprometidos sus “propiedades, activos, derechos a la privacidad y dignidad humana”.

Mientras que los israelíes acusan a las Hoffe de ser oportunistas en busca de hacer una fortuna con los manuscritos de Kafka, las hermanas insisten en que sencillamente Israel no es el lugar indicado donde conservar los documentos. “Tenemos otras cosas que hacer. Tenemos el terror y la lucha por la supervivencia”, sostiene Eva. “Perdón, pero la cultura no está primero en la lista. En Israel no hay lugar donde conservar los papeles tan bien como en Alemania.” Los académicos israelíes piensan lo contrario. Ellos apuntan al hecho de que Kafka es parte de la currícula escolar nacional y que los trabajos del escritor son constantemente montados como obras en teatros, en un intento de acercar a los israelíes a su pasado europeo perdido. “Franz Kafka es una figura clave”, dice Dov Kulka, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén. “Los israelíes están en busca de sus raíces europeas y de Oriente medio. Kafka pertenece al mapa intelectual de Israel”, sostiene.

Los argumentos utilizados por la biblioteca nacional de Israel para reforzar el reclamo de los documentos de Kafka son incluso más convincentes. Meir Heller, el abogado que representa a la biblioteca en la disputa legal por los documentos, insiste en que los propios diarios de Kafka, que demuestran que el autor estudió hebreo, contienen evidencia de que el autor soñaba con emigrar a Palestina. “El tenía el sueño de venir a Tel Aviv y abrir un restaurante”, dijo Heller. “Quería ser mozo. Kafka no era un tipo común”. Sin embargo, más de ochenta años después de que esos documentos inéditos fueran escritos, puede que la batalla legal por su posesión recién haya comenzado.

La semana pasada, expertos israelíes que examinaron los documentos de Kafka que están en una bóveda de un banco en Tel Aviv se enfrentaron a una enojada Eva Hoffe que gritaba “Es mío, es mío” y que intentaba –en vano– mantener la bóveda cerrada. En última instancia, los jueces israelíes decidirán si los documentos deberán ser devueltos a sus cajas de seguridad o ser publicados por el beneficio de las generaciones futuras. Pero antes que eso, las cortes tendrán que dictaminar si se sostienen las demandas de las hermanas Hoffe acerca de mantener en secreto los contenidos de las cajas. Sin dudas, a Kafka todo esto le hubiera encantado.

* The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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Franz Kafka murió de tuberculosis a los 40 años, en 1924.
 
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