Domingo, 25 de marzo de 2012 | Hoy
CULTURA › DANIEL SANTORO, LUIS SAGASTI Y UNA CHARLA MAGISTRAL EN EL FILBA
El intercambio entre el artista y el escritor en el Museo de Arte Contemporáneo de Bahía Blanca habilitó a una reciprocidad en la que el peronismo se asomó una y otra vez y que incluyó un desfile de imágenes con párrafos jugosos.
Por Silvina Friera
Desde Bahía Blanca
El gigante descamisado demolió un imaginario tan ancestral como inoxidable en el Museo de Arte Contemporáneo de Bahía Blanca, en el marco del Filba Nacional, el primer festival de literatura nacional que concluye hoy. Aun quienes proclaman a los cuatro vientos su ateísmo, tienen marcada a fuego una frase bíblica: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. En el mundo del trabajo, el balbuceo del porvenir se escribe con los estribillos, más o menos conscientes, del pasado. El artista Daniel Santoro, un genio o fuera de serie que rubrica en sus obras una pátina deliberada de melancolía, desmontó hasta los huesos la inmolación del vía crucis laboral, a través de un recorrido pictórico por la iconografía del trabajador y su universo, en diálogo con el escritor bahiense Luis Sagasti. “En el peronismo está la idea de democratizar el goce y hacer un uso contra natura del capitalismo; por eso se lo acusa de no tener una visión de largo plazo: hay lingotes de oro en el Banco Central de la Nación y los gastan; hay soja en el país y la gastan. El peronismo no pide sacrificios. Y por eso creo que sobrevive a todo.” Las cabezas del público, que desbordó la capacidad de la sala, asentían y festejaban las teorías y ocurrencias de este gigante que podía encontrar en todo una genealogía justicialista. Ni el cuerpo humano estuvo exento de esta maravillosa operación santoriana. “Las tetas son peronistas”, dijo. El resto fue carcajadas y aplausos.
El trayecto visual, la proyección en una pantalla de un puñado de cuadros, incluyó obras del escultor Roberto Yrurtia (Monumento Canto al Trabajo), de Antonio De la Cárcova (la emblemática Sin pan y sin trabajo), de Antonio Berni (Manifestación), de Angel Della Valle (La vuelta del malón) y de Ricardo Carpani, Benito Quinquela Martín y varias del propio Santoro. “El obrero de Carpani tiene una estética marcadamente gay”, subrayó Santoro. “El cuerpo del obrero no tiene que ver con esa musculatura; es más de gimnasio. Carpani trabajó con los gremios peronistas más burocráticos porque le gustaba la representación de esos cuerpos.” Sagasti precisó, respecto de la obra de Quinquela Martín, que aparece “la idea de un sentido de construcción colectivo y no individual”, aunque no es una obra “que delate la explotación”. El artista coincidió con la apreciación y añadió que Quinquela fue sancionado como “un pintor menor”. “Y es injusto desde el punto de vista de la plástica. Quinquela sigue vigente y su pintura es muy interesante. No hay apropiaciones de Quinquela en el mundo del arte; le pasaron por el costado todas las vanguardias.”
Imágenes del pasado que permanecen en el presente como añejas tensiones. Hay que ver La vuelta del malón, de Della Valle, una y mil veces. Y luego subirse al carro de la lectura de Santoro. Los indios vienen de quemar una iglesia; hay una mujer cautiva y el botín. “Ese cuadro es una grave denuncia de la inseguridad en el conurbano bonaerense”, ironizó el artista. “Es un amanecer lluvioso y es la mejor metáfora visual: tienen que huir hacia la oscuridad, hacia el interior de la pampa.” ¿Por qué es también un cuadro sobre el trabajo?, se podría preguntar. Santoro lo intuyó y lo explicó. “Estos indios eran mariscadores, oportunistas que cazaban. El territorio les brinda ahora más riquezas que hace cien años. La vuelta del malón es nuestra marca; encarna el tema de civilización y barbarie y anuncia el aluvión zoológico del peronismo.” Sagasti aportó su interpretación sobre la obra de Della Valle y postuló que se podría leer desde una frase: “Váyanse que la luz de mayo no los necesita a ustedes”. Entonces llegó el momento más esperado para unos cuantos: Santoro repasando algunas de sus pinturas, esa suerte de inagotable caleidoscopio peronista. Victoria Ocampo observa la vuelta del malón está en diálogo con el malón de Della Valle. Los indios son los mismos. “Ocampo apenas toca la tierra, no se va a contaminar demasiado; seguro espera la llegada de Rabindranath Tagore o alguna otra personalidad”, comentó el artista y destacó que hay dos duelos de perspectivas, como lo teorizó Erwin Panofsky: una a la italiana o latina, “que sería el espacio del indio, figuras que son fácilmente territorializables”; y la otra perspectiva es más sajona y oblicua, “como la que viene de la casa de Ocampo, que está iluminando la barbarie con esa luz artificial”.
La serie de pinturas sobre los descamisados gigantes –contó Santoro– es una idea que adoptó por la pérdida de los beneficios de los trabajadores tras el golpe de 1955. “Al descamisado le va creciendo el cuerpo por las injusticias y se convierte en una especie de Golem, una persona peligrosa.” En El descamisado gigante irrumpe en un jardín cultivado, el peligroso sujeto en cuestión está en la casa de Ocampo, en Palermo Chico, y tiene en las manos una CGT. En ese jardín está lo que Santoro denomina “el panteón de los héroes”: Borges y Bioy Casares. “Si uno lee a Borges y a Bioy no hay ningún personaje que labure”, intervino Sagasti. “El peronismo es el goce inmediato, pero también la idea de dignificar las condiciones del trabajo.” En El descamisado gigante ayuda a cruzar el Riachuelo a la mamá de Juanito Laguna, personaje paradigmático de Berni, la mamá lleva en sus manos un ejemplar de La razón de mi vida. “Ella va a ser una niña-madre que no va a poder darle el guardapolvo protector a Juanito”, aclaró Santoro con una inflexión que revelaba algo del rincón natal de su melancolía.
La idea del árbol de la vida en su obra viene de la cábala. “El peronismo se puede resumir en tres ramas; el número tres es emblemático: izquierda, derecha, centro. La rama central alude a un vacío. Hay una posible inscripción del árbol de la vida en el cuerpo humano. Marechal decía que con el dos nació la pena, pero el tres restituye. Entre el hijo y el padre, el padre es el capital y el hijo viene a destruir el capital del padre. Y el Espíritu Santo es el peronismo”, explicó el artista. “El avión con dos alas, izquierda y derecha, tiene un eje central vacío. La capacidad de habitar el vacío hace que el peronismo pueda verse de un lado o del otro sin que sea lo uno o lo otro.” Santoro confesó que trata de alejarse de los juicios morales que tantos sectores esgrimen, a pesar de cierta empatía, contra el peronismo. “Uno no puede hacer operaciones de limpieza dentro del peronismo. Siempre está el asedio del progresista, que tiene la posibilidad de hacerse peronista o ser expulsado. El progresista tiene guardada una pastilla de gamexane porque el peronismo está lleno de ratas y cucarachas.” Y se aleja también del tufillo aparentemente amable de la corrección política. “El secreto de pegar un salto social, que algunos sindicalistas lo logran, eso que un progresista no puede tolerar, a mí me encanta. ‘Está bien: es un negro que la hizo’. Aunque yo sé que es inmoral.”
Sagasti quiso saber qué épica brota de la estética peronista. “Yo hago política cuando pinto, trato de pensar con la imagen. Cuando leo también pienso con imágenes. Lo que intento explicar es el peronismo”, reconoció. “En el peronismo está el sentido de la gente; la promesa que trae aparejada el trabajo. Creo que Lacan dijo que el capitalismo triunfa porque explotados o no, la gente, de todas maneras, trabaja.” A esta altura del diálogo habría que cambiar el sustantivo y postular que los poetas bahienses –Marcelo Díaz y Sergio Raimondi– y los narradores y poetas invitados, Luis Gusmán, Juan Diego Incardona, Diana Bellessi, Fernanda García Lao, Oliverio Coelho, Pablo Katchadjian, Federico Falco y Maximiliano Crespi, entre otros de los que estaban escuchando, presenciaron una clase magistral de Santoro. “Es muy difícil conciliar dos mundos; el peronismo es una zona de costura entre la civilización y la barbarie; esa es la incomodidad que produce.”
Hay una frase de Victor Segalen, un poeta francés que escribió poemas chinos, que Sagasti recordó porque a Santoro le gusta tanto que cada vez que la ocasión lo habilita la suele repetir: “El tiempo si no ataca a la obra, muerde al obrero”. Segalen advertía en los poemas que los chinos son “hombres lentos y continuos”, que son una cultura del papel y de la madera. “Nunca dejen de construir sus templos de madera y recuerden siempre de darle de comer al tiempo”, resumió el artista el sentido de una frase en la que anida el germen de la metafísica. “Yo me asumo un poco melancólico; para mí un gran maestro es (Giorgo) De Chirico, un genio del pincel metafísico, uno de los pocos que no se contaminaron con el cubismo. De Chirico creó un espacio propio, y tomé de él cierto espíritu, cierta atmósfera. Siempre son de las ruinas de lo que estamos hablando.” Más de uno se fue de la clase magistral con las retinas encandiladas de recuerdos por Luto, la pintura con la máquina Singer y la cinta negra. “Mi vieja era costurera y tenía una parecida que le entregó la Fundación Evita”, dijo el artista.
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