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Sábado, 21 de septiembre de 2013

CULTURA › PRESENTACION DEL LIBRO LOS DIAS SIN LOPEZ, DE WERNER PERTOT Y LUCIANA ROSENDE

Un necesario ejercicio de memoria

Los autores, acompañados por Eduardo Jozami y Gerardo Dell’Oro, coincidieron en la necesidad de seguir investigando la desaparición de Jorge Julio López. “La mayor victoria de sus ‘desaparecedores’ sería que como sociedad nos olvidemos de él”, señaló Rosende.

 Por Facundo Gari

Rosende y Pertot presentaron su libro en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
Imagen: Leandro Teysseire.

“A Jorge Julio López lo desaparecieron para intentar frenar los juicios a los represores”, subrayó Werner Pertot durante la presentación de Los días sin López, el testigo desaparecido en democracia (Planeta), el jueves pasado en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. Y esa es sólo una de las hipótesis centrales del libro, también escrito por Luciana Rosende: del cruce entre el expediente judicial, más de 60 entrevistas (a funcionarios, miembros de organismos de derechos humanos y familiares del albañil nacido en General Villegas) y material de archivo (tanto mediático como “oficial”) surgen tres líneas de presunto avance frente a la “paralización” de la causa a cargo del juez Manuel Blanco. “Los grupos con la capacidad operativa para el secuestro son el círculo íntimo de Miguel Etchecolatz, su entorno policial y el de los penitenciarios (de la Unidad 9 de La Plata), que en 2010 fueron condenados pero que en 2006 tenían el mismo interés por detener los procesos judiciales”, amplió Pertot, redactor de política nacional de Página/12. Lo hizo sin dejar suelto el cabo de que “hay elementos en la causa que indican que esos tres grupos podrían ser uno”.

En rigor, se trató de la segunda presentación del libro, con una primera cita realizada en La Plata la semana pasada. En la que tuvo lugar en el predio de la ex ESMA, además de los autores, participaron el director del centro cultural, Eduardo Jozami, y el fotógrafo Gerardo Dell’Oro, hermano de la desaparecida Patricia, compañera de cautiverio de López en el centro clandestino platense Pozo de Arana. La introducción de los expositores estuvo a cargo del politólogo Matías Cerezo, director de Proyectos Culturales del Conti. Frente a un centenar de asistentes, Dell’Oro narró su encuentro con el albañil y militante de Montoneros, ocurrido entre su primera desaparición, en el contexto de la última dictadura militar, y su segunda, cuyo séptimo aniversario se cumplió el miércoles. “Habían pasado veinte años de la desaparición de Patricia y no había ninguna información; mucho menos justicia”, arrancó. Patricia había sido secuestrada junto a su marido, Ambrosio, en 1976 en una quinta de Villa Elisa. López le relató a Gerardo lo mismo que declararía en el juicio oral contra el genocida Etchecolatz, el primero tras la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final: que había sido testigo de la tortura y el asesinato de la pareja. “La certeza de su muerte nos permitió hacer el duelo, que no es una alegría sino el fin de una tristeza agónica”, definió. También importante fue un “recado” que, antes de su muerte, la mujer le encomendó al albañil: “Que le diera un beso a su hija, Mariana, que tenía veinte días cuando mi hermana fue secuestrada”. Desde esa anécdota, vindicó Los días... como un “ejercicio de memoria, que no hace justicia pero que respira verdad”.

Llegó el turno de Jozami, que invitó a recorrer en el Conti la muestra Imágenes en la memoria, un testimonio fotográfico de Dell’Oro sobre la “ausencia” de Patricia y que incluye un retrato del propio López. Con respecto al libro, el escritor y docente señaló que es una investigación muy completa que “paradójicamente termina con una sensación de insatisfacción muy grande”, la que produce la impunidad. La desaparición de López y que el crimen no haya sido esclarecido es una “situación muy grave en esta Argentina de treinta años de democracia y de un proceso que pone a la política de derechos humanos en el centro de sus objetivos”, evaluó. En cuanto a las líneas de investigación que Pertot y Rosende sugieren, se refirió a su limitación, adentrándose en el meollo del asunto: “Aparece toda la compleja relación entre el poder político y los aparatos de seguridad. Lo menos que podemos decir es que éstos no son controlados por el poder político y que mantienen prácticas más afines a las dictaduras que a las democracias”. Imposible no pensar en Fernando Carrera. Jozami señaló que en el camino de una necesaria reforma democrática de las fuerzas de seguridad hay “intereses en conspiración” y “espíritus corporativos”, escollos “de los más serios que tiene el proceso democrático”. Pidió permiso para salirse entonces del “libreto”: con talante crítico, mencionó ciertos “discursos que hemos escuchado hace poco tiempo” (en presumible referencia al proyecto de baja de la edad de imputabilidad y a los pedidos de algunos sectores por “mano dura”) y una “designación a la que hemos asistido hace unos días” (en alusión a la de Alejandro Granados, flamante ministro de Seguridad bonaerense). Cerró con un punteo del contenido de Los días...: “Hace un recorrido de aspectos para conocer a la víctima: sus dos secuestros, su paso por los centros clandestinos, su traslado a la Unidad 9 de La Plata, su militancia, su relación familiar, sus secretos. Y tiene una buena radiografía de las fuerzas de seguridad de la provincia de Buenos Aires, los sectores del Poder Judicial y los funcionarios que intervinieron”.

Pertot reseñó que era “pasante” de este diario cuando le encomendaron la cobertura de la audiencia en la que vería por única vez a López. “Era un hombre de las clases populares que tejía un relato complejo de su paso por los centros clandestinos. Por momentos recurría a la risa, para combatir lo horroroso de lo que estaba contando. A la salida, lo vi y dudé en hacerle una pregunta. Muchas personas se acercaron a manifestarle cariño. Decidí dejarlo en paz, había tenido bastante con su declaración”, contó. Sin embargo, situó el origen del libro hace tres años, en una inquietud compartida con Rosende: que en los medios ya no se hablaba de la desaparición del querellante y testigo. “Empezamos a investigar tratando de reconstruir su vida –prosiguió–. Fuimos a General Villegas y encontramos un montón de anécdotas. Nos topamos también con grandes sorpresas, como una entrevista del sociólogo Horacio Robles, dos meses antes de su desaparición, para una tesis sobre unidades básicas montoneras en la periferia platense.” Ese trabajo se encuentra disponible en el sitio web del Repositorio Institucional de la Universidad Nacional de La Plata (sedici.unlp.edu.ar). Así fue que Pertot y Rosende dieron con “algunos datos inesperados”; por ejemplo, que López había participado en el denominado Proyecto Huemul, la construcción de una planta nuclear en Bariloche durante el peronismo, según consignó el autor. Luego realizó una distinción esencial: “Hay que tener en cuenta que la desaparición de López en democracia es un caso único. Otras desapariciones, como las de Miguel Bru, Luciano Arruga y Marita Verón, responden, por un lado, a la violencia policial institucional, porque la policía incurre en desapariciones para ocultar pruebas de sus crímenes, muchas veces cometidas contra jóvenes de bajos recursos; y, por otro, a la trata de personas, que sigue secuestrando mujeres para prostituirlas. El caso de López no forma parte de ninguna de estas dos lógicas: lo desaparecieron para intentar frenar los juicios. En ese sentido, fracasaron, porque continuaron y continuarán”.

Rosende volvió sobre la Policía Bonaerense, que manejó la causa “durante más de un año”. “En la de Mariano Ferreyra, la fiscal Cristina Caamaño apartó de inmediato a la Federal por su presunta complicidad en el asesinato. Durante el tiempo en que la Bonaerense manejó la de López, la plagó de pistas falsas y destinó recursos a investigar a su familia, a organismos de derechos humanos y a cuanta pista disparatada le pusieran adelante, hasta videntes y pendulistas. A los únicos que no investigó fue a los represores”, se explayó. Más tarde se ocupó de aclarar algunas “ideas” instaladas sobre todo en los medios. Por ejemplo, la del “testigo clave”, que vincula la importancia del testimonio del albañil con su desaparición, en relación causa-consecuencia. “Sus palabras fueron de suma importancia, pero Etchecolatz podría haber sido condenado a partir de otros testimonios. Con la investigación, entendimos que la elección de desaparecerlo tiene que ver con su condición de jubilado que vivía en la periferia platense y que no era un militante conocido: la logística para su secuestro era sencilla y viable”, analizó. La periodista y productora habló también del “halo de sospecha” que intentó cernírsele a López y del de “misterio”, al caso. “No es un misterio: hay datos y líneas que si se profundizaran, podrían llevar a los responsables”, sostuvo. Una hora y media después de arrancada la presentación, que transcurrió entre el silencio más conspicuo y los aplausos a los expositores, la autora concluyó con un llamado de atención: “La mayor victoria de los ‘desaparecedores’ de López sería que como sociedad nos olvidemos de él”.

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