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Domingo, 16 de noviembre de 2014

CULTURA › MIGUEL GRINBERG LEERA POEMAS Y PRESENTARA UN “LIBRO MUSICAL”

“Aun en dictadura se pudo hacer periodismo libertario”

Es periodista, poeta y escritor, entre tantas otras cosas que el mejor rótulo para definirlo es el de “mutante cultural”. Mientras prepara una antología, reedita Cómo vino la mano por quinta vez y publica Himno a Ximena, grabado junto al grupo de fusión Virulana.

 Por Cristian Vitale

Podría ser la de Cómo vino la mano, pero no. Según Miguel Grinberg, su creador, la quinta edición del libro que marcó un hito en la historia del periodismo de rock en la Argentina no amerita presentación en público. Ya hubo varias, y ésta, que Gourmet Musical acaba de relanzar con nueva tapa, apenas agrega modificaciones formales. “Es una trascripción de la anterior más ciertos ajustes, ordenamientos y subtitulados. Es más formal, más estructurada, pero el contenido es el mismo”, explica este mutante cultural sobre un capítulo que considera cerrado. “Es una edición definitiva, y no la voy a tocar más. Acá queda”, sentencia él, y deja picando respuestas que vendrán después. Por lo pronto, urge informar hechos que sí tendrán presentaciones: por caso, el de hoy a doble función (a las 21 y a la 0) en el Bar Buda de Birmania (Cabrera 5115), donde Grinberg leerá poemas inéditos de su autoría, y el del jueves 20, a las 21, cuando el escritor, poeta y periodista todoterreno presente su “libro musical” Himno a Ximena, en Rincón Casa Cultural (Rincón 1330) junto al grupo de fusión Virulana. “Estoy grabando poemas míos con músicas... voy a debutar como autor de discos”, se sonríe el hombre de las mil batallas.

–Lo que faltaba. ¿Es músico?

–No. Canté en algunas oportunidades en los comienzos del rock argentino con un nombre ficticio, pero descubrí que eso no era lo mío y dejé de hacerlo.

La música de los poemas, dicho está, correrá por cuenta del grupo Virulana, cuya estética nace de una alquimia entre murga, tango y rock, que Grinberg hará suya para sonorizar poemas inspirados en momentos históricos que vivió de cerca: la generación beat, las protestas por la guerra de Vietnam y el rock, entre ellos. Y otros nacidos al abrigo de los nuevos tiempos. “Estoy atravesando un momento muy vinculado con esta idea de musicalizar poemas de todas las épocas y grabarlos con músicos: lo he hecho con Sebastián Volco en piano improvisado; con el Trío de Jorge Senno basado en poesías del libro Opus New York, y también he compartido escenario con Palo Pandolfo leyendo poesías”, detalla Grinberg.

–¿Las músicas las sugiere usted?

–No. No hago ningún aporte conceptual. Las aportan los músicos teniendo en cuenta el material poético... Ellos improvisan sobre lo que yo recito. También estoy, en otro aspecto, con la antología: Memoria de los ritos paralelos, basada en mis vivencias en Nueva York en 1964. Es algo absolutamente diferente de lo que escribí siempre, porque se trata de un delirio personal y poético. El día que crucé la frontera fue la tercera presentación de Los Beatles en Nueva York, pero no fue lo único que pasó: personalmente me tocó convivir con los hippies, con los movimientos negros, con la juventudes universitarias que estaban contra la guerra de Vietnam, con la aparición del feminismo, del movimiento gay... fue un año muy particular.

Uno de los tantos “años particulares” en la vida de este periodista, escritor, educador, editor, pensador alternativo, ecologista, crítico musical y cinematográfico. Que fue protagonista del movimiento ecologista internacional, cofundador de la Red Nacional de Acción Ecologista y del Pacto Eco-Social de América latina. Que durante diez años trabajó en la órbita de Naciones Unidas para la conferencia cumbre ECO 92 en Río de Janeiro. Que ha recibido numerosos premios, entre ellos, el N’Aitún 2008 o el diploma como Personalidad Destacada de la Cultura. Que hace ocho años conduce Rock que me hiciste bien todos los sábados a la madrugada en Radio Nacional, y que –dato menos conocido– fue uno de los iniciadores de la revista Cristianismo y Revolución. “Hacía diagramación, pero eso significaba de por sí una proximidad. Incluso publiqué un poema por el asesinato de Santiago Pampillón, también traducía artículos sobre el poder negro o la represión en Estados Unidos, participaba en debates con el padre Mugica en los que, más que discutir la revolución, se discutía el mensaje de Pablo VI a las Naciones Unidas... La época del diálogo entre cristianos y marxistas, hasta que ciertos sectores se volvieron muy foquistas, se embanderaron con Camilo Torres y la guerrilla colombiana, cosa en la que yo no creo, y salí de la revista. Pero no me fui peleado, me fui porque no me representaba. En ese tiempo, o eras de derecha o eras de izquierda en el sentido tradicional, y yo no estuve embanderado nunca con las sectas ideológicas, sino todo lo contrario... He sido libertario a ultranza.”

–Habían quedado pendientes respuestas sobre Cómo vino la mano. ¿Por qué la que acaba de aparecer es la última edición?

–Porque ya está. Ya se hizo todo lo que había que hacer. Se pasó de las 172 páginas que tenía la edición original (1977) a 300, gracias al rescate de materiales que se habían traspapelado, como algunas fotografías. O entrevistas a Miguel Cantilo, Charly García, León Gieco, Rodolfo García y Gustavo Santaolalla, que no estaban en la primera edición. También las columnas de rock que yo escribía a principios de los ’70 para las revistas Prensario de los espectáculos y La Bella Gente; el manifiesto de Spinetta en Artaud, la carta abierta de Claudio Gabis a los músicos de rock, que había publicado en Mutantia, en 1980, o el manifiesto de Pablo Dacal llamado “Asesinato del rock”, que aparece en la edición anterior, donde él dice –y yo comparto– que el rock, si bien forma parte de nuestras vidas, ya no nos representa totalmente. Son disyuntivas que le han pasado también al tango, al folklore, al jazz. Siempre pasa que un género popular se convierte en masivo y entra en la meseta del mainstream, mientras a otros músicos se les da por explorar el rigor poético, los ritmos, los arreglos, la calidad de las improvisaciones, por lo que la música entra a jugar como arte y no como simple recurso para darse a conocer. Siempre cito como ejemplos a Miles Davis y John Coltrane, que exploraron en ritmos asiáticos o afros que no formaban parte del jazz; o Gerry Mulligan y Stan Getz cuando se enamoraron de la bossa nova y se ganaron el repudio de los puristas.

–Secuencias recurrentes en todos los géneros, sí. Incluso en el blues, donde aparecen las tempranas críticas que hace Son House sobre generaciones bluseras posteriores, como revela Scorsese en el documental Con ganas de volver a casa.

–Millones de ejemplos como ése, sí, pero la libertad es libre, y los músicos buscan fuentes de inspiración a veces fuera del género que les dio notoriedad. Es válido, porque con la música pasa lo mismo que con el aire: todos respiramos el mismo aire, pero no creamos las mismas cosas. Con la música no hay límites, y a mí me atraen las progresiones y las transmigraciones, siempre y cuando sean creativas.

–¿Cómo se escribía sobre rock cuando aún no había un estilo, un lenguaje específico?

–Hay que tener en cuenta que, independientemente de La Bella Gente y Prensario, mi actividad como cronista de la época inaugural del rock la hice y la desarrollé en revistas formales como Panorama, y el lenguaje que se utilizaba era el de cualquier periodista. Incluso cubría tango o folklore, ocasionalmente, cuyo lenguaje se hacía pensando más en la comunicación que en la catequesis. Claramente no era El Expreso Imaginario, pero ese coloquialismo lo usé más para el periodismo hablado que para el escrito.

–¿Se refiere a El son progresivo, no?

–Sí, un programa que hacía en Radio Municipal, allá por 1972. Abrí un camino inédito, que era hacer un programa sobre música de rock en una radio oficial, durante una dictadura militar. Estaba abriendo caminos, pero sin interés de fundar nada. Ni los músicos ni los periodistas de rock estábamos fundando un movimiento, a punto tal que en la primera época ni siquiera se hablaba de rock. Se hablaba de música beat, y sus críticos la llamaban música de protesta. Yo escribía para el público común, no para los rockeros. Las revistas en las que escribía no eran material de lectura para la gente de La Cueva, que no leía, y tanto en La Bella Gente como en Prensario y Radio Municipal, mi intención era darle legitimidad a un movimiento que venía expandiéndose. Digamos que más que catequizar a los lectores, el asunto era darle legitimidad a una corriente musical que no la tenía desde lo periodístico y también desde la producción de recitales.

–Una faceta menos conocida de su vida.

–Con el productor Oscar López y el artista plástico Eduardo Plá alquilamos una oficina en el centro, que llamamos Rock Centro, en un momento en el que no había productores de recitales. La producción de conciertos de rock era un terreno totalmente virgen y nosotros empezamos a hacerlo en salas chicas o medianas: el Olimpia, Planeta, el Cine Estudio de Pueyrredón y Santa Fe, y eventualmente el Teatro Odeón. Teníamos un elenco de primeras figuras totalmente novedoso: Pescado Rabioso, Color Humano, Aquelarre, Pappo’s Blues, León Gieco, Raúl Porchetto, los pesos pesados de ese momento.

–Volviendo a su producción literaria, dijo que la quinta edición de Cómo vino la mano será la última y fundamentó las razones. ¿Ahora qué?

–Voy por documentar el broche de oro. Quiero decir, lo que escribí en La Opinión entre el ’75 y el ’81. Al poco tiempo de entrar a ese diario vino el golpe militar, lo intervinieron los militares y llegó un general como director. Es lógico que cambió la política interna, pero aun así, y esto es lo que quiero documentar, se pudo hacer periodismo libertario. Esto es lo que viene, la edición de mis artículos en La Opinión bajo la dictadura, donde intento explicar cómo uno se puede expresar aún en tiempos de dictadura. También voy a recuperar todas las columnas de la época democrática.

–La de Canta Rock, revista que se hizo muy popular porque, entre otras cosas, traía las partituras para tocar temas de rock en la guitarra, y también traducía letras del inglés al castellano.

–Entre otras cosas, sí. En esa época yo ya estaba haciendo Mutantia y en Canta Rock hacía una columna quincenal que se llamaba la “Antropología del rock”, donde tocaba más la parte cultural y generacional, y no tanto la crónica de los recitales.

–Hace menos de un mes la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires lo distinguió como Personalidad Destacada de la Cultura. ¿Qué ruido le hace tal reconocimiento?

–A ver... recibí el diploma en nombre de mi generación. Se lo dediqué a ella, porque no hubiera sido el que soy si no hubiesen existido los poetas, los músicos, los pensadores alternativos durante todos estos años. Y la verdad es que me da un calentito en el alma porque no puedo dejar de ser consciente de que he sido bastante ninguneado a lo largo de las épocas, por los medios en general, en el sentido de que constituía una rareza ideológica, porque no se me podía caratular definidamente. Pero llegó la hora y me regocija recibir esta ponderación, que implica un reconocimiento a todos los mutantes culturales argentinos.

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