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Domingo, 15 de febrero de 2015

CULTURA › RODOLFO PALACIOS PUBLICó SIN ARMAS NI RENCORES SOBRE EL ROBO AL BANCO RíO DE ACASSUSO

“Ellos lo cuentan como una aventura”

El periodista consiguió el testimonio de los ladrones que en 2006 se llevaron, en dos horas y utilizando armas de juguete, 19 millones de dólares y 80 kilos de joyas. “Más allá de que hubo rehenes y damnificados, la violencia no fue una herramienta para ellos”, dice.

El 13 de enero de 2006, siete hombres robaron el Banco Río de Acassuso y desaparecieron delante de los 300 policías que rodeaban la manzana. Cinco de estos hombres entraron disfrazados por la puerta principal. Otro los esperaba en el asiento de una camioneta a quince cuadras. El último hombre estaba a unos centímetros de la bóveda del banco, bajo tierra, en el tramo final del boquete que habían construido sobre las cloacas de Acassuso. En apenas dos horas se llevaron 19 millones de dólares y 80 kilos de joyas (cifra del arqueo del Banco Río). Dejaron como único rastro las cinco pistolas de juguete que usaron en el robo y un cartel en la bóveda: “En barrio de ricachones / Sin armas ni rencores / Es sólo plata y no amores”. Mientras el lugar estaba colmado de policías y la televisión mostraba al Grupo Halcón ingresando al banco, ellos ya habían escapado en dos gomones a través de las cloacas, habían subido a una camioneta y se encontraban en una habitación separando el botín.

El robo había sido perfecto. Los ladrones no dejaron ninguna pista a través de la cual pudieran llegar a ellos. Pero había algo que no podían planificar. Un mes después del robo, la policía detuvo a Rubén de la Torre, al que encontraron con U$S 900.000. Su esposa, Alicia Di Tullio, hermana de Pepita la Pistolera, lo había delatado. A través de su testimonio, la policía encontró a otros cuatro miembros de la banda. Los cinco fueron juzgados y declarados culpables del robo. Ellos dijeron que eran inocentes durante todo el juicio y en los años de cárcel. En ese tiempo, el periodista Rodolfo Palacios comenzó a visitarlos. Había cubierto el robo en 2006 y pretendía escribir la historia. Pero le faltaban demasiados elementos para hacerlo. Trabajó durante más de tres años hasta conseguirlos. Y en diciembre del año pasado apareció en las librerías Sin armas ni rencores. A través del testimonio de los miembros de la banda, quienes por primera vez admiten su autoría, Palacios relata cada uno de los pasos que llevaron a cometer El Robo del Siglo.

–¿En qué momento comenzó a escribir este libro?

–Tomé la decisión de escribirlo cuando logré dar con el verdadero líder, Fernando Araujo. Eso ordenó todo. El libro está estructurado en tres partes: la primera es sobre cómo logro dar con el líder del robo; la segunda es acerca de la génesis del robo, de cómo se planeó; y la última cuenta lo qué pasó después, la caída de ellos y cómo continuaron sus vidas. A mí me interesaba entender la psicología de los hombres que fueron parte del robo más audaz de la historia argentina. Son muy distintos y quería contar cómo piensan, cómo llegó cada uno a ser parte de la banda. Mantuve largas charlas con ellos en la cárcel. Cuando salieron, seguí visitándolos, íbamos a comer, conocí a sus familias. Rubén de la Torre fue el primero de ellos en contarme que había robado el Banco Río.

–¿Por qué cree que decidieron confesarle que fueron los autores del robo?

–En ese momento ya estaban todos condenados por la Justicia. Si no hubiesen ido a juicio, como uno de ellos que nunca cayó (en el libro aparece como “Debauza”) y todavía se mantuviesen en las sombras, nunca habrían hablado. Creo que en algunos jugó el tema del ego, en otros, las ganas de ponerle la firma al robo. Ellos lo cuentan como una aventura que vivieron, como alguien que hizo una travesía, se extravió y volvió. En el caso de Araujo es distinto porque nunca dio entrevistas. Siempre mantuvo un perfil bajo. Fue muy difícil que me diera su testimonio. Me dijo que decidió hablar porque yo iba a escribir acerca de él y del robo de cualquier manera, entonces prefería que aquello que se dijera saliera de su boca. Vitette Sellanes, el Uruguayo, habló por todos los medios, casi en cadena nacional. Es la cara más visible de la banda. Él se casó hace poco, me invitó y entregó el libro como souvenir.

–Usted dijo que ésta era una banda “atípica” dentro de la historia criminal. ¿Por qué?

–Porque no hacía falta pertenecer al mundo del delito para haber sido parte del robo. Más allá de que hubo rehenes y damnificados, la violencia no fue una herramienta para ellos. Usaron armas de juguete, un dato que confirmó casación. Araujo, el líder, nunca había robado un banco. García Bolster, el único que ha negado su participación en el hecho, pero que ha sido declarado culpable, no tenía ningún antecedente penal. El ideó el dique que les permitió navegar. Utilizaron las matemáticas para sacar la tangente del túnel y llegar a la bóveda, estudiaron las mareas para poder meterse en las cloacas. Es como si vos o yo tuviésemos el conocimiento y nos hubiésemos metido en el robo. De la Torre era el que tenía más experiencia, porque había estado en la Superbanda. Debauza también. Pero creo que si uno agarraba a un tipo “normal”, lo sacaba de la oficina y el tipo estaba hastiado, podía haber terminado adentro de la banda. Araujo siempre dijo que era un robo que cualquiera podía cometer. No hacía falta ser un pesado, ni tener contactos con la policía, ni contar con una gran infraestructura. Lo que no sé es lo que puede pasar después. Si un tipo común puede sobrevivir en la cárcel, si puede atravesar un simulacro de fusilamiento hecho por la policía sin delatar a sus compañeros.

–Araujo, el líder del robo, relata en el libro que él planificó el delito dentro de sus límites morales, ¿cuáles eran?

–Araujo veía el robo al banco como algo artístico. Él se dijo: “El misil va a ir a los bancos”. Luego se preguntó: “¿Voy a dañar a la gente. No. ¿Va a haber lastimados? No. ¿Vamos a escapar sin enfrentarnos a la policía? Sí”. El decía que no todos terminaban perdiendo con este robo. Los damnificados arreglaban con el banco y podían declarar cifras superiores a lo que les habían robado. Ellos se quedaban con el botín. Quizá los bancos, pero los bancos nunca pierden. Algunos de los policías fueron ascendidos. No fue que el robo al Banco Río se llevó puesto a alguien.

–¿Usted cree que por eso el robo fue visto casi como algo heroico?

–Sí, puede pasar por ahí. También por el hecho de que fue contra un banco, que es una de las instituciones más odiadas por la sociedad. El robo fue como hacerle un agujerito a ese sistema que parece impenetrable. Es raro que alguien vaya a un banco con felicidad. Toda esa falsedad de vida idílica que te muestran en las publicidades bancarias, con la parejita feliz que no se ama pero que igual se va de viaje, el padre al que no le importa nada porque le dieron un préstamo. Y todos son víctimas. También por el hecho de que no hayan lastimado a nadie, que hayan hecho un artificio, un truco que les permitió estar contando el dinero cuando la policía entraba al banco. Fue un robo único, que sucedió en dos planos. Ellos actuaron de marginales, Vitette utilizó un lenguaje específico con el negociador. Pidieron pizzas. Les hicieron creer que estaban jugados. Y lo más importante estaba pasando abajo, en la bóveda. Tenían un plan perfecto. Ellos sabían cómo iba a actuar la policía, habían estudiado sus manuales. Este robo, sin la masacre de Ramallo, hubiese sido imposible. La policía debía negociar, no podía tener ningún muerto, y ellos usaron eso a su favor, para ganar tiempo, sabiendo que no lastimarían a nadie.

–El sentido común instalado en la sociedad une la delincuencia a la pobreza, a las adicciones y a la marginalidad. Sin embargo, el perfil de los integrantes de este robo se aleja por completo de ese prejuicio.

–Eso fue lo que más me interesaba del robo. Me atraía el perfil de los miembros de la banda. Empezando por Araujo y el Marciano, que eran de Acassuso. Robaban el banco dos vecinos de clase media acomodada, que no tenían amigos ladrones. El padre de Vitette era empresario gastronómico hotelero, y él tuvo una educación religiosa. Zalloecheverría venía de una familia de campo con tradición en Coronel Vidal. Ellos empezaron a robar sin la necesidad de hacerlo. Acá está bien claro que no todo delito es marginal ni tumbero. Los delincuentes no son analfabetos, personas que nunca leyeron un libro o que no son capaces de escuchar a Bob Dylan. Siempre nos metemos en las villas a mostrar a los pibes que salen a robar, que muestran sus cicatrices, sus tatuajes, que dicen “yo disparé, yo maté”. Acá los que robaron fueron personas de clase media, que andan por la calle y pasan inadvertidos.

–Usted escribió las historias de reconocidos ladrones y asesinos como el Gordo Valor, Yiya Murano, Barreda y Robledo Puch. ¿Cree que ellos han elegido ese camino o que fueron llevados allí por las situaciones que vivieron?

–No sé si siempre hay más de una opción. No creo que matar sea una búsqueda. Algunos ladrones cuyos padres también lo son no pueden salir de ese mandato paterno. Otros matan y se matan a sí mismos. Para Barreda, matar fue una liberación. Hay en algunos algo de placer. Es algo de lo que se planteaba Erdosain, el personaje de Los siete locos de Roberto Arlt, que quiere saber qué siente su conciencia a través del crimen. A veces está la imposibilidad de encontrar otro camino, otras la fascinación por la violencia, otras el poder que da robar. En muchos casos, el ladrón roba y, al salir impune, eso funciona como un tónico. Y ahí se vuelve muy difícil parar. Viene un golpe, después otro. Aparece el vacío. Lo que se persigue es la adrenalina. Pero es muy difícil encontrar el origen de esos actos. Aunque ellos muchas veces digan que lo hacen por sus familias, luego tienen que frenar por ellas. La jubilación del ladrón es la muerte o el envejecimiento. No hay nada más decrépito que un anciano con un arma.

Informe: Diego Fernández Romeral.

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Palacios había escrito antes sobre el Gordo Valor, Yiya Murano, Barreda y Robledo Puch.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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