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Jueves, 12 de noviembre de 2015

CULTURA › HOMENAJE A ANTONIO DAL MASETTO EN LA BIBLIOTECA NACIONAL

Celebración de una vida y una obra

A diez días de la muerte del autor de Gente del Bajo, Francisco “el Negro” Juárez, Carlos Bernatek, Diego Mileo, Horacio González, María Inés Krimer y los hijos del escritor participaron del encuentro, atravesado por anécdotas, recuerdos y emociones.

 Por Silvina Friera

¡Qué sonrisa pícara tenía el Tano!, exclama una mujer de Salto, el pueblo del noroeste de la provincia de Buenos Aires al que llegó un niño italiano llamado Antonio Dal Masetto en 1950, cuando tenía doce años. No es fácil despedirse de un escritor tan querido, que nunca tuvo un gramo de resentimiento ni de envidia. Los recuerdos eclipsan el tono fúnebre, aunque alguna lágrima se cruce en el camino y empañe los ánimos. Homenaje es una palabra demasiado solemne para un narrador que huía de las figuraciones de la escena pública literaria argentina. Lo que está por empezar en la Biblioteca Nacional es la celebración de una obra y de una vida en la deriva de las voces de familiares, amigos, alumnos y lectores del escritor, que murió el pasado 2 de noviembre a los 77 años. En ese deambular azaroso del micrófono libre y abierto, la palabra circula y enciende un relato colectivo que van construyendo Francisco “el Negro” Juárez, Carlos Bernatek, Diego Mileo, Horacio González, María Inés Krimer y los hijos del autor de Oscuramente fuerte es la vida: Marcos Dal Masetto y Daniela Dal Masetto, entre otros. “No dejés que se enfríe la mano, escribí todos los días algo, cualquier cosa, por más que te parezca insignificante, vas a ver que en algún momento la historia aparece.” Alejandro Casas, escritor y alumno del Tano que viajaba todos los sábados desde 9 de julio hasta la ciudad para tomar clases con el escritor, repite esta recomendación.

“Murió mi maestro –lee Casas lo que escribió–, quien me enseñó a escribir, a articular las palabras en oraciones y párrafos para hilvanar historias con los fragmentos de recuerdos que la memoria por alguna misteriosa razón rescata del olvido.” A falta de un lugar donde pueda trepar y demostrar que pertenece a la estirpe de los que buscan la altura, Olivia, la nieta de dos años de Dal Masetto, corre sin parar, como si la misteriosa presencia del pícaro abuelo le moviera las piernitas. Margarita Dal Masetto, la hermana del escritor, junto a su hija Andrea, sonríen al ver el derroche de energía de Olivia. “En su boca las palabras adquirían un peso, una densidad y una dimensión distinta –continúa el escritor y alumno–. El no dilapidaba elogios y sabía que una buena enseñanza no tiene que ser complaciente ni condescendiente. Era un escudriñador de palabras, un avezado conocedor del significado y la connotación, de la forma y el tono y del modo en que estas se muestran y se ocultan, aparecen y desaparecen en la ardua tarea de contar historias”, agrega Casas. El escritor Carlos Bernatek se despacha con una anécdota de- sopilante en el bar El verde. “El Tano tenía un vínculo muy extraño con un mozo gallego del bar, que no entendía muy bien a la gente que acompañaba a Antonio, toda gente medio loca, medio hippie, y tampoco entendía muy bien la actividad de la literatura. Cuando decide presentar el libro El ojo de la perdiz en El verde, el mozo le pregunta: ‘¿qué es esto?’ El Tano le explica: ‘Es un libro que publiqué yo’. ‘¿Cómo los publica? ¿Los hace?’, le pregunta. ‘No, lo pienso y después lo escribo y después otro lo publica’. Pero el gallego no quedó conforme con la explicación, entonces agarra el libro, lo mira, y buscándole el pelo al huevo, le dice: ‘pero esto está mal’. ‘¿Cómo que está mal? El Tano ya estaba enojado, caliente... ‘Es el ojo de la que perdí’... Esa fue la libre interpretación gombrowicziana del mozo gallego de cómo debía llamarse el libro.”

Horacio González, el director de la Biblioteca Nacional, señala que en la autobiografía del autor de La tierra incomparable están las huellas distinguibles de cómo se forja un escritor que no posee el idioma en el cual va a escribir. “La vida de Dal Masetto es el duro y dramático aprendizaje del castellano mientras vendía helados. Son historias de sacrificios que hacen a la construcción de la vida social”, reflexiona González. Diego Mileo, representante de “Giorgo”, como lo llamaban también algunos amigos, cuenta que su relación con el escritor tiene casi veinte años. “Antonio era una persona milimétrica en el uso de la palabra, por eso la usaba con tanta capacidad expresiva. Tenía una sonrisa pícara; una sola vez lo hice reír mucho, porque era difícil hacerlo reír, y fue con una anécdota del rock. Me habían contado que Pappo, cuando ya era una figura muy conocida, salió de uno de sus recitales y se fue a ver a un amigo que tenía una parrilla por Liniers. Este amigo cuando lo ve a Pappo le pide una mano porque el parrillero se fue. Pappo se puso en la parrilla y empezó a cortar la carne. Un chico que había estado en el recital se acerca y ve a Pappo. ‘¿Qué querés, pibe?’ ‘No sé qué hay de bueno’... ‘Está todo más o menos bien’, le dice Pappo. Entonces le pide un pedacito de asado. Cuando llega a la mesa, este muchacho le dice al otro: ‘Mirá, yo dejo la marihuana porque acabo de ver a Pappo atendiendo la parrilla’”.

Marcos Dal Masetto, el hijo del escritor, confiesa que la parte irónica y humorística es la que más le gusta de su padre. “Un día le pregunté cómo hace un escritor para aprender a escribir. Y me dice que lo primero que tenés que hacer es pararte frente a la ventana y empezar a observar porque un escritor es un buen observador. Si vas a escribir, primero tenés que aprender a ver. Y todo lo que él escribía era lo que veía, por eso estaba tanto en los bares, porque se sentaba a observar.” De a ratos el dolor regresa. El periodista Francisco “el Negro” Juárez, amigo de “Giorgo”, comenta que en los últimos tiempos hablaban todas las noches por teléfono. “Lo difícil es enfrentar los tiempos que se vienen cuando uno tiene, como es mi caso, casi 80 años, y van desapareciendo los amigos –admite con la voz hundiéndose en la emoción–. Cuando llega la peor hora del domingo, al atardecer, yo charlaba con él. Lo duro ahora es que llega la hora y no puedo hablar.”

Daniela Dal Masetto, la hija, repasa la intensa relación que tenía con su padre. “Yo nací con mi papá siendo escritor, siempre fui la hija de Dal Masetto. Todos los años él iba al colegio, donde representábamos un cuento de mi papá de las tres genias, que después hizo una novela. Ese cuento lo hacíamos todos los años: las tres nenas, los tres perritos, lo interpretábamos siempre –reconstruye, con pocas palabras, parte de su infancia–. Yo vivo en Palma de Mallorca, mi papá pasaba casi cinco meses conmigo. Le dije que se viniera a vivir conmigo, pero nunca quiso porque su vida la tenía acá. Su vida pasaba por Buenos Aires, el bajo, sus amigos, sus libros. Cada vez que se sentía mal, me decía: ‘Dani, me parece que voy a adelantar el viaje’. Todos los días hablaba con él, ahora no tengo quien me llame, no tengo a quién decirle que me siento mal”. Daniela concluye con una anécdota que ilustra el perfil bajo del Tano. “Papá, ¿cómo le decís que no a la portada de la revista Gente? El me dijo: ‘Mis lectores no necesitan que salga en Gente. Mis lectores me buscan, me leen y saben dónde estoy’.” La escritora María Inés Krimer también fue alumna del Tano. “Recuerdo el silencio que había en ese departamento de la calle Paraguay; él era una persona que se desplazaba silenciosa por el departamento. El otro recuerdo que tengo es la cantidad de libros que había y el haberme permitido un acceso a un universo nuevo, a las lecturas de (Cesare) Pavese, de (Vasco) Pratolini, de (Elio) Vittorini, y cómo él volvía sobre esos libros y cómo esos libros acompañaron mi estética hasta el día de hoy. Su presencia sigue a través de sus libros, del afecto, y de todas las enseñanzas de su silencio.”

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En primer plano Olivia, la nieta de dos años de Dal Masetto. La figura del escritor fue recordada con admiración.
Imagen: Carolina Camps
 
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