Al Pacino. En escena. Poco más de dos horas contando anécdotas de su carrera, recorriendo sus personajes, corriendo el velo del método que lo convirtió en uno de los actores más destacados del último medio siglo. Michael Corleone, Tony Montana, Frank Serpico, Ricardo III, el coronel Frank Slade. Todos sus personajes sobre el escenario del Teatro Colón. An evening with Pacino (“Una tarde con Pacino”) pasó por Buenos Aires con un espectáculo que tuvo más de anecdotario que de artístico. Ninguna de las 2500 personas que completaron cada una de las dos funciones se fue decepcionada. Al fin y al cabo, todos encontraron lo que fueron a buscar: conocer de cerca al intérprete al que cada vez que lo encuentran en un zapping televisivo, cualquiera sea la película, los hipnotiza. Una y otra vez.
“Buenas noches, Buenos Aires. Gracias”. Esas palabras –las únicas que pronunciaría en castellano en toda la velada– fueron las que el actor eligió para dar comienzo a una noche en la que las ovaciones marcaron el entusiasmo de un público que pagó entre 350 pesos y 10 mil pesos una entrada sin saber muy bien qué era lo que iba a ver. O sí: lo iban a ver a Pacino. Y con eso bastaba. No importaba tanto el qué sino el quién, el estar ahí. Pacino es el espectáculo. El actor, sus secretos y sus personajes. Descubrir al actor detrás del hombre pero, fundamentalmente, al hombre detrás del actor.
Entrevistado por Iván de Pineda, Pacino recorrió su carrera y parte de su vida desplegando todo su histrionismo, en la sobria producción de Preludio, Nacho Laviaguerre y Tieless Media que lo trajo por primera vez a la Argentina. Levantándose constantemente del sillón que oficiaba de escenografía, recreando situaciones fuera y dentro del set, regalando su caudal expresivo físico pero sobre todo gestual, el protagonista de Scarface mantuvo la atención de la platea. Lo hizo con gracia y entrega, en un show al estilo de los de Desde el Actor’s Studio, estructurado sobre una larga entrevista, escenas de sus películas y personajes icónicos, y respondiendo a las preguntas el público. 
La pregunta que abrió la velada fue por qué había elegido ser actor. La respuesta tuvo más de revertir una carencia que de elección artística. “En casa no había TV, por lo que mi mamá me llevaba al cine a ver películas para adultos”, confesó Pacino. “Tendría 4 años. Cuando volvía a casa, siempre me gustaba representar lo que había visto. Tuve una infancia muy solitaria, era hijo único, tenía dos tías sordomudas que me criaron a puro gesto y yo hacía lo mismo para comunicarnos. Actuar era una forma de expresarme y hasta de escapar de mí mismo, de mi situación económica y familiar”.
El joven Alfred comenzaría a destacarse en las obras escolares, las que fueran. “Recitaba pasajes de La Biblia sin saber bien qué significaban, pero me daba cuenta que me apasionaba hacerlo. Así fue que una  docente fue hasta mi casa a decirle a mi mamá y a mi abuela que debía ser actor. Creo que desde muy joven me di cuenta que iba a ser actor el resto de mi vida. Amaba expresarme, jugar con mi imaginación y explorar mi mundo interior”, contó el actor que estudió en el Actor Studio bajo las órdenes de Lee Strasberg. “Empecé en el off, pero me costó mucho. Iba a las audiciones y ni siquiera me miraban. No sé por qué. Tal vez fuera porque era bajito. ¿Ustedes creen que soy petiso? Bueno, pero era elegante”, bromeó sobre su estatura el actor. La cantidad de bromas que hizo sobre su 1,65 cm de altura durante la velada terminó por revelar si no un complejo, al menos la principal dificultad que tuvo que sortear para hacerse un camino en sus primeros años de carrera. “Por suerte el genial Dustin Hoffman pudo cambiar con el estereotipo de actores altos”, subrayó.
El momento más esperado iba a llegar tempranamente, cuando Pacino contó detalles de El padrino y de su inolvidable Michael Corleone. “Salvo Francis Ford Coppola, nadie quería que yo hiciera a Michael. Y el problema es que los ejecutivos de la Paramount, además, tampoco lo querían a Francis como director”, recordó, divertido. “Ni siquiera el resto de los actores sabían quién era yo. Por suerte luego me aceptaron. El de Michael Corleone fue uno de los papeles más difíciles de mi vida, porque era un tipo reservado, al que tuve que imprimirle una transformación. Tenía que hacer ese muchacho de apariencia inocente, pero que iba a terminar heredando el imperio mafioso. Michael no era un personaje ampuloso, por eso lo compuse con una economía de gestos que creo que terminó siendo un acierto. En el cine, casi siempre, menos es más”, reveló. Fiel a su formación, en la que el actor debe vivir y pensar como el personaje mientras lo interpreta, Pacino confesó que le costó desprenderse de Michael. “Me fue difícil entrar y salir del personaje, fundamentalmente en la segunda parte de El padrino. Llevaba al personaje muy adentro”.
La magistral composición de Corleone le cambió su vida. No sólo en lo profesional. También tuvo que acostumbrarse a ser reconocido por todo el mundo. “Me hizo famoso y explotó mi mente. La gente en la calle me reconocía como Michael, ya no como Al. Eso fue el fin de una parte de mi vida. Para muchos era Michael. No podía caminar en la calle. Cuando la gente se me acercaba a saludarme, mi hija se escondía debajo de la mesa. No fue fácil”, confesó. Sobre el desquiciado Tony Montana de Scarface, Pacino contó que disfrutó mucho de esa interpretación. “Fue muy divertido. Era un marginal. Siempre me interesaron los outsiders. Hay algo oscuro en la mente de los personajes marginales que me encanta. Será porque todos tenemos nuestra propia parte oscura y con estos personajes uno puede dejarla fluir. Los mejores papeles son los de personajes oscuros, marginales. Por eso me fascinan las tragedias shakespeareanas”, admitió el actor, que pese a las expectativas no fue nominado al Oscar por Scarface. “El día que se conoció que no estaba nominado –rememoró–, al terminar el teatro, salí y me encontré con una multitud de gente furiosa que me estaba esperando con un falso Oscar para entregármelo. Fue muy divertido. Todavía guardo la estatuilla con gusto”.
Si bien el Oscar de la academia iba a llegarle por su interpretación del coronel Slade de Perfume de mujer, Pacino, sin embargo, prefirió recordar la vez que fue completamente borracho a la ceremonia, nominado como mejor actor por Serpico. “Estaba tan borracho que fui al baño y me bañé en agua. Cuando me vio mi productor, se puso desesperado a buscar un secador de pelo, con el que consiguió secarme un poco en un baño y me llenó de gomina para disimular. El problema es que a medida que avanzaba la ceremonia el pelo se me empezó a secar y se me levantó todo. Ese peinado se convirtió en protagonista del show. Yo no me daba cuenta. Estaba tan borracho que al principio me divertía, pero después se me hizo todo sombrío. Me empecé a poner nervioso cuando me puse a pensar qué iba a decir si llegara a ganar. Empecé a tomar Valium, desesperado. Cuando llegó la categoría y dijeron que el ganador era Jack Lemmon, fue tanto el alivio que salté del asiento con una sonrisa enorme. Muchos creyeron que estaba mintiendo, pero fue de las cosas más espontáneas que hice en mi vida”, subrayó, entre sus propias carcajadas y las del público. 
En esta suerte de entrevista en vivo, Pacino respondió algunas preguntas del público, pateó al quinto piso del Colón el ruego de un espectador de “improvisar un minuto juntos”, dejando claro que su entrega tenía un límite. El epílogo iba a llegar con la interpretación de Pacino de un pasaje de The Iceman Cometh, sobre un texto de Eugene O’Neill. Allí, en el completo silencio de la sala, dejándose llevar por ese borracho recuperado intentando convencer a sus ex compañeros de lo maravilloso que es la vida en sobriedad, el hombre entrevistado le cedió lugar al actor, a ese alter ego que en esos diez minutos finales justificó las dos horas previas de charla. Interesantes, claro, pero nunca tan intensas como cuando la destreza interpretativa se apodera de Pacino.