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Martes, 9 de septiembre de 2014

HISTORIETA  › ENTREVISTA AL DIBUJANTE FRANCéS JEAN-CLAUDE FOURNIER

A la sombra del gran Franquin

Fue el encargado de suceder al historietista en la creación del clásico infantil Spirou. “Franquin era mi ídolo, había aprendido el oficio con él, y para mí, él era el dibujante más grande del mundo, ¡sucederlo era impensable!” Pero lo hizo y vendió millones.

 Por Andrés Valenzuela

Desde Lyon

Es difícil medir la popularidad de Jean-Claude Fournier. En la comiquería francesa donde lo encuentra Página/12, la gente revolotea con sus libros. Son padres jóvenes con hijos muy pequeños, hombres de traje, quinceañeras y señores mayores. En cualquier evento, su mesa se convierte en una pequeña nube de fanáticos que quieren verlo dibujar, aunque le esté dibujando a otro, sea el dibujo del clásico infantil Spirou o cualquiera de las otras historias que hizo luego.

Fournier es afable, sonríe y agradece sin cesar. Sabe que el destino le guiñó un ojo cuando le propusieron suceder en los lápices y guiones nada menos que a Franquin, leyenda de la bande desinnée francófona y creador del mítico personaje Spirou. Aunque cada especialista tiene su favorito de los varios autores que abordaron el personaje a lo largo de décadas, los lectores hicieron de este hombre rollizo y barba abundante un best-seller. Juan Angel Szama, curador de la exposición dedicada al personaje en la Alianza Francesa de Rosario, considera que aunque no alcanza a su predecesor, Fournier sella los rasgos que desde entonces hicieron distintivo al personaje.

–Lleva décadas sin hacer Spirou, pero es evidente que influyó en mucha gente, incluso chicos muy jóvenes. ¿A qué se debe?

–Creo que mis historias, y las de Franquin también, son clásicos, pero aún son actuales. Las ventas siguen siendo buenas porque muchos jóvenes las compran. Dedico muchos álbumes a chicos de 13, 14 años, ¡muchísimos! Tengo la impresión de que pasan por todas las generaciones.

–¿Pero por qué sucede eso?

–¡Porque están buenas! Porque es buena historieta. Bueno, en realidad tengo mucha suerte. Tengo amigos y colegas que hacen buena historieta y no venden mucho. Quizá tengo suerte, o hay algo en el modo de contar o toco asuntos más universales. No podría responderlo, sólo puedo constatar que mis historias gustan.

–Bien, usted dice “buena historieta”. ¿Cómo la definiría?

–Te diría que es una que nos da placer leer. También una que vende bien. Alguno me dirá que una historieta comercial no es valiosa, pero eso me apena mucho. ¡Hacemos libros para ser vendidos y leídos! Tenemos que venderlos para comer. Es cierto que también hay buena historieta que no vende bien, lamentablemente.

–¿Y desde lo técnico?

–Hago hincapié en la narración, que para mí es cinematográfica. Eso significa que haya un pasaje lógico de cuadro a cuadro, con énfasis en cómo mostramos la acción, considerando una “puesta de cámara”.

Fournier empezó su carrera en el Journal de Spirou, una célebre revista infantil. Uno de esos lugares codiciados por los autores con aspiraciones populares. Tenía 21, 22 años como mucho. “Un año y medio después me propusieron dibujar al mismísimo Spirou porque Franquin se había hartado”, recuerda el dibujante. El creador no quería reemplazante, pero el editor se impuso. No iba a perder a uno de sus iconos así como así.

“Franquin era mi ídolo, había aprendido el oficio con él y para mí, un simple debutante, él era el dibujante más grande del mundo, ¡sucederlo era impensable!”, comenta con los ojos brillantes. Aceptó el nuevo puesto desoyendo el consejo de Franquin. “Hice bien, aceptar me obligó a hacer progresos muy rápido y me metió de lleno en el medio: de pronto me encontré haciendo dedicatorias junto a grandes como Peyó, Morris o el mismo Franquin, me rodeaban mis ídolos, ¡era loquísimo!”

–¿Cómo fue hacer Spirou esos 12 años?

–Al comienzo no me di cuenta de la importancia. Dibujaba sin preguntarme nada porque me salía con facilidad. Años después caí en la cuenta de que era un trabajo y empecé a poner más seriedad. Para mi cuarto álbum llegué a la misma cifra de ventas que Franquin y había progresado mucho como dibujante, aunque no era ni de cerca él. Sí un dibujante correcto, más o menos valorable.

–Más que ningún otro, usted tuvo que lidiar con la sombra del creador. ¿Cómo era trabajar así?

–Para los dos primeros álbumes, él me corrigió las páginas, sobre todo con la primera historia, donde incluso dibujó al Marsupilami. Me permitió utilizarlo porque, como diríamos en Francia, Franquin era un caballero. El entendió que me iban a ametrallar si no tenía el Marsupilami. Entonces me lo cedió, pero lo dibujó él. Luego de esos álbumes no se involucró más, pero si en el Journal salía una historia que le gustaba, me llamaba y me decía “muy bien, seguí trabajando de ese modo”. Incluso una vez me agradeció porque la serie había vuelto a despegar y eso había impulsado las ventas de sus propios álbumes.

–Tras terminar Spirou hizo otras cosas. ¿Cómo siguió el camino?

–Primero retomé mi primer personaje, Bizou. Hice algunos buenos álbumes, pero no vendieron muy bien. Luego ensayé con Los caníbales, que fue formidable. A los chicos les encantaba y se conoció bastante en España, porque el guionista era de allí. Pero a los padres les hablás de canibalismo y no les gusta, y son ellos los que ponen la plata. Igual nos dio mucho gusto hacerla. Finalmente decidí cambiar mi enfoque profesional y volcarme al dibujo realista.

–Pero usted tenía una carrera ya labrada. ¿Por qué?

–Porque me gustan los desafíos. Y sobre todo, porque tenía un guionista, Lacs. Eramos muy amigos y queríamos trabajar juntos, pero él no quería escribir caricaturas. Me puso como condición dibujar realista. Acepté y estaba dispuesto a aceptar cualquier guión que me enviara. ¡Y me mandó uno que tenía la religión por todos lados!

–¿Cuál era el problema?

–Que soy antirreligioso. Considero la religión un crimen contra la humanidad. Todos los días hay muertos directa o indirectamente relacionados con la religión. Es una locura, una estupidez.

–¿Ese anticlericalismo le trajo problemas con los lectores o la prensa?

–Es que no soy anticlerical, soy antirreligioso, ¡es peor! Los curas son las primeras víctimas. Como aquí en Francia hay democracia total y podemos decir cualquier cosa sin riesgo a que nos maten, yo lo digo en cada oportunidad.

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Los lectores hicieron de este hombre rollizo y barba abundante un best-seller.
 
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