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Martes, 9 de septiembre de 2014

DISCOS › LULLABY AND... THE CEASELESS ROAR, DE ROBERT PLANT

Cada disco, un paso adelante

No es sólo un disco solista: junto a The Sensacional Space Shifters, el ex Led Zeppelin les da forma a once canciones que son la expresión de una banda. Y una banda plena de matices, que se aventura en terrenos tan sugestivos como impredecibles.

 Por Eduardo Fabregat

“Ahora veo muchas obras maestras sin enmarcar a mi alrededor”, le dijo Robert Plant a James McNair (del diario The Independent) en la entrevista que este diario publicó el pasado 30 de agosto. El ex cantante de Led Zeppelin se refería a una serie de descubrimientos personales realizados en el último año, en parte por su separación de Patty Griffin y en parte porque, bueno, el hombre lleva el nombre de Robert Plant, fue parte de una leyenda llamada Led Zeppelin y, a los 66 años, ha estado más ocupado en reinventarse que en adaptarse a una posible nueva versión del mito.

Pudo comprobarlo el público que se acercó al Luna Park en noviembre de 2012: en The Sensational Space Shifters, su actual banda, Plant encuentra el contexto ideal para generar un paisaje artístico en el que el pasado es apenas una referencia. Y cuando ésta aparece, está resignificada en los profundos colores de Liam “Skin” Tyson (guitarra y banjo), John Baggott (teclados y piano), Juldeh Camara (cantante nativo de Gambia que se luce en el kologo y el ritti, violín de una sola cuerda), Justin Adams (guitarra, djembé y bendir), Billy Fuller (bajo y programaciones) y Dave Smith (batería).

De hecho, todas las canciones de Lullaby and... the ceaseless roar salvo una (la tradicional “Little Maggie”) están firmadas por el equipo completo. A pesar de la obvia presentación con su nombre al frente, el flamante disco del cantante de Staffordshire es un ejercicio indudablemente grupal. Y de un grupo que exige prestar atención. La caracola que adorna la portada de Lullaby... es un buen símbolo: las once canciones son una invitación a perderse en laberintos que nunca se convierten en un producto de laboratorio, sino que tienen que ver con un acercamiento orgánico a ese milenario arte de combinar sonidos. Basta darle play a esa apertura de “Little Maggie” para entender que aquí Plant ofrece un nuevo y feliz salto a territorios sugestivos e impredecibles. Y comprender que será difícil hacerlo abandonar los parlantes.

Es una pena que el inglés termine volviendo a abonar la teoría de que los desgarros emocionales provocan grandes obras. Se cimienta el lugar común, sí, pero a cambio quedan momentos para erizarse. Es que, en una lista sin fisuras, hay una canción que es el auténtico corazón de este primer disco de estudio de los Shifters (hay un álbum anterior registrado en vivo en Londres, en julio de 2012): cuando la cabeza aún se mueve cadenciosa al ritmo de “Pocketful of golden”, aparece “Embrace another fall” y la cosa pasa a mayores. “Abrazo otra caída/ mi año está gastado y frío/ Desnudé mi alma ante vos/ Y mi verano ya casi pasó”, canta Plant, en esa voz que ha encontrado el tono y la intención justa, que ganó aún más expresión con la madurez. Y encima aparece una guitarra estilo hammer of the gods que parte el clima y eleva la intensidad, antes de lanzarse a un final con Julie Muprhy creando pura magia con una estrofa en galés de una vieja canción, “Marwnad yr Ehedydd”. Ahí ya hay una verdadera cumbre, y el disco todavía no llegó a la mitad.

Mejor aún: de allí en más nada cambiará. En su rol de productor, Plant consiguió lo mejor de esta aventura, con momentos tan bellos como la melancólica “A stolen kiss” (apenas él, un piano grabado en la acústica de una iglesia de Bristol y unos etéreos punteos de guitarra), tan intensos como “Up on the hollow hill” y “Turn it up” –también dedicada a los sentimientos de pérdida–, juguetones como la invitación al baile con banjos de “Poor Howard” o el formidable cierre de “Arbaden (Maggie’s Babby)”, suerte de malambo alucinado cantado por Camara en el dialecto de los fulani, la tribu nómada más grande de Africa. Magnético broche para un disco que vuelve a probar lo bien que ha añejado Robert Plant. O, puesto en sus propios términos, una obra maestra sin enmarcar.

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