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Viernes, 12 de agosto de 2016

HISTORIETA  › EL DIBUJANTE ROSARINO EL TOMI REFLEXIONA ACERCA DE LA HISTORIETA EROTICA

El lúbrico beso del papel

Anclado en Barcelona desde años, El Tomi es autor de verdaderos clásicos del género como Polenta con pajaritos, Cuentos del bajo vientre y Sexiluetas. Y también el virtuoso de la tapa de Fierro de mañana, donde vuelven Lucas Nine, Calvi y Spósito-Maicas, entre otros.

 Por Lautaro Ortiz

Antes de informarse sobre el contenido de la Fierro de este mes permítase observar la nueva portada de la revista, lápiz y acuarela, dibujo de El Tomi. Mire ese beso que ocupa el centro de la ilustración: la boca de un pierrot que se encuentra con la boca de una trapecista que parece haber perdido algo de ropa después de la cabriola; o, tal vez, sea el beso de una despedida poco antes que la acróbata se calce el traje y salga a la arena circense. ¿Quién sabe el tiempo que se concentra en un beso? Más si ese tiempo parece dibujado. Incluso, volviendo a mirar la portada, hasta resulta paradójico (tal vez por su mudez intrínseca) que la historieta no haya reparado en la boca sólo como elemento para simular parlamentos, algo extraño y además, hasta convertible en un dato curioso: en 118 ediciones de Fierro, por ejemplo, ningún dibujante se atrevió a retratar en tapa el momento más humano de todos, la acción de dos bocas atrapando un secreto. No es casual entonces, que haya sido el rosarino El Tomi (Tomás D´Espósito Müller, 1952), quien asumiera el desafío de sellar el deseo concentrado, acaso como una cita a las pinturas famosas de Klimt, Munch o Picasso.

Ya lo dijo Juan Sasturian sobre su obra: “las desmesuradas y/o elásticas partes anatómicas que dibuja El Tomi están hechas de la materia imposible, y por lo tanto inmejorable, que nos proveen los sueños, las fantasías que los desbordan y los restos que contaminan las imágenes diurnas (…) Es un refinadísimo, casi excesivo, insoportable artista, con una (de) formación académica y una (natural) aptitud para la representación anatómica tan clásica y natural, tan suelta que parece mentira”. Por suerte no lo es, y sus ensoñaciones se hacen realidad, como esas dos figuras que bien pueden leerse como la representación de lo que significa la historieta en épocas de palabras fáciles y discursos olvidables: un agradecimiento a “la osadía de intentar aprehender lo imaginario”.

Y si uno repasa, ahora sí, el picado de historias que contiene la Fierro de agosto, entenderá qué encierran esas bocas: ahí se cocina cocina un “Cabaret del Infierno” (Lucas Nine); se retiene un discurso paranoico “Al Rey de Constantinopla” (Calvi); se esconde el discurso monologuista de dupla Iñaki-Castromán; se despierta el humor en un “Barrio Gris” (Spósito-Maicas); y, claro, todos los sueños se hacen eróticos para el “El desmitificador argentino” (El Tomi). Y hay más: se esconde el héroe argento “Zenitram” (Quattordio-Sasturian); lo prohibido del alcohol en “La ley Seca” (El Marinero Turco); y dos novedades: “Chumbo, el hombre elefante” (Parés-Podetti), y los afanos de Buch Cassady y compañía en “La Pandilla Salvaje” (Luján y Kutika).

Anclado en Barcelona desde hace muchos años, El Tomi es autor de verdaderos clásicos de la historieta como Polenta con pajaritos, Cuentos del bajo vientre, Caleidoscopio, Tangozando, Dibujitos Avivados y Sexiluetas, entre otros. Ahora se suma uno más, recopilado en libro, Robinson Sosa, recientemente editado por el Centro Cultural Fontanarrosa, primera historieta publicada por el dibujante y su primer trabajo junto al guionista Manuel Aranda. La dupla tiene éxito: el año pasado ganó el Concurso Haroldo Conti.

–¿Por qué el beso como motivo de la portada?

–En mi primer contacto con una revista de historietas convencional, recuerdo que me encontré con una colección del “Tarzán” de Hal Foster que, junto a Superman y Batman, atesoraba un amiguito de mi barrio, y aunque en esas páginas no recuerdo haber visto muchos besos, ahí empecé encontrar explicaciones a mi desinterés por los fondos edilicios, y sí mi preferencia por los fondos salvajes, mi marcada obsesión por los cuerpos desnudos o poco vestidos. También por aquellas épocas circulaba otra revista de historietas llamada Susi, secretos del corazón, en la que las portadas, las páginas y las viñetas sumaban un muy buen promedio de besos y que, consumida por un público femenino mayoritario, no hacía más que elevar el morbo del minoritario público masculino, para el cual (no dejemos de ubicarnos en aquella época) hubiera sido vergonzante ser descubierto entretenido en semejantes lecturas románticas (aunque, todo sea dicho, también es cierto que ellas la leían con prudente recato). Razones éstas que bien podrían ser la causa de que se me acuse injustamente de dibujante erótico o pornográfico.

–Esas acusaciones trajeron aparejado, por ejemplo, que fuera censurado su libro Polenta con pajaritos en Mendoza. ¿Le molesta lo de dibujante erótico?

–No me considero un dibujante erótico, me considero un dibujante subversivo, en el más bello y amplio sentido de la palabra subvertir. Como dice Mariana, mi subversiva musa inspiradora: cuando el arte escandaliza, muestra, visibiliza aquello que aún hoy, más allá de lo discursivo interpela lo política o moralmente correcto, lo socialmente establecido como el ‘deber ser’, más allá de la hipocresía que sustenta, es cuando recupera su sentido.

–Aquel pudor que menciona durante la época como dibujante en Rosario, seguramente se contrastó con la libertad hallada en la España del llamado destape.

–Sí, acá me desasnaron esclarecidos cerebros duchos en esa temática, como José María Berenguer, director de la libidinosa revista El Víbora, quien había deducido que los más fieles compradores de la misma era los militares y los pajeros, gente que se acercaba con disimulo al kiosco y consumía pornografía solapadamente. O los editores de la Metal Hurlant francesa, quienes al publicarme por primera vez me presentaron como ‘el artista que tiene el buen gusto de utilizar el mal gusto’.

–¿Qué busca la ilustración erótica?

–Lo primero que debería producir es la lubricidad de las partes íntimas del observador. Los mejores dibujos pornográficos son aquellos que producen una erección en el dibujante mientras los está realizando. Cuando alguien entra subrepticiamente a la habitación donde estamos dibujando y sobresaltados ocultamos pudorosamente el dibujo, es un indicativo irreversible de que ese dibujo es el que hay que publicar. El boceto, más allá de estar rodeado de los máximos momentos de intimidad, es el dibujo sin ropa (o al menos en paños menores), es el arte final desnudo (o al menos a medio vestir), por eso, personalmente creo que bocetar una historieta erótica suele ser más excitante que realizarla. En tales casos deberían utilizarse directamente los bocetos en lugar de pasarlos –como vulgarmente se dice– en limpio, o en todo caso contemplar siempre la posibilidad de utilizar lo sucio (qué mejor) antes de limpiarlo de un plumazo.

–¿Qué rige al dibujo erótico?

–No hay reglamentación alguna que dicte que las proporciones antropomórficas deben ser respetadas a rajatabla ni que la belleza sea condición sine qua non para excitar. Solo un enfermo ególatra puede pensar que la fealdad es indefectiblemente inhibitoria. Hay libertad y saber qué hacer con ella. Creo que hay una definición que viene como anillo al dedo para cerrar esta cuestión y que planteara uno de mis personajes, el Conejo de Polenta con pajaritos: la lectura es el beso del papel.

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“No me considero un dibujante erótico, me considero un dibujante subversivo”, dice El Tomi.
 
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