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Viernes, 28 de noviembre de 2008

EL ENCUENTRO DE ROBERTO SAVIANO Y SALMAN RUSHDIE EN ESTOCOLMO

Bajo la espada de Damocles

Uno lleva casi veinte años con la amenaza de la fatwa islámica por Los versos satánicos; el otro enfrenta el peligro de la Camorra a causa de su libro Gomorra. Ambos protagonizaron un cruce inolvidable, rigurosamente vigilado, en la Academia Sueca.

 Por Iker Seisdedos *

Desde Estocolmo

Cuando Salman Rushdie recomendó en Estocolmo a Roberto Saviano “no concederle al miedo más poder que el que realmente tiene” quedó claro que por esta vez las palabras pudieron con los tozudos hechos. Eso ocurrió durante el emocionante encuentro entre dos escritores amenazados mantenido en el edificio de la Bolsa, sede de la Academia Sueca. De un lado, Rushdie, autor angloindio en permanente huida a causa de la fatwa con la que las autoridades iraníes pusieron precio a su cabeza (4 millones de dólares) por “blasfemar” contra Mahoma con Los versos satánicos. Del otro, Saviano, de 29 años, periodista valiente que desde 2006 malvive amenazado de muerte por la Camorra debido al éxito (más de un millón de ejemplares vendidos) del retrato duro y desapasionado que de la organización criminal napolitana construyó en su reportaje novelado Gomorra. Un autor encañonado: todo un símbolo de la libertad de expresión. Y un creciente problema de seguridad allá donde va, aun más a medida que se acerca la Navidad, fecha límite para la sentencia de muerte dictada desde la cárcel por el capo napolitano Carmine Schiavone.

Y ahí es donde entran los tozudos hechos que sobrevolaron las cabezas de los 450 asistentes por entre las molduras barrocas y las lámparas de araña del gran salón de la Academia. La decena de policías en el exterior, las órdenes susurradas en sueco, los fornidos muchachos que miraban de hito en hito y aguardaron de pie en los pasillos con las manos cruzadas sobre el regazo. La hilera de Volvos de alta cilindrada y cristales tintados. O la angosta entrada por la que se hizo desfilar a los invitados.

Se les había convocado a una charla sobre “La palabra libre y la violencia sin ley” y, en efecto, se habló de una cosa y de la otra. Fue tras la presentación del secretario, Horace Engdahl, que convocó a los autores pese a haber declarado que el asunto Saviano era “cosa de jueces y no de académicos”, y aunque la institución se negó a terciar en favor de Rushdie cuando los vientos del fanatismo azotaron el mundo literario a fines de los ’80. Acaso por eso mismo, entre el público se contó con la sorprendente presencia de la académica Kerstin Ekman, que acudió aunque no se la esperaba, por haber sido beligerante contraparte en ambas polémicas.

El primero en empuñar la palabra fue Saviano. Algo nervioso, trató de explicar a una audiencia escandinava, y quizás a sí mismo, cómo un libro era capaz de poner en marcha la maquinaria criminal de la Camorra. “La literatura da miedo. Conecta la barbarie con las cabezas y los corazones de los lectores. Y eso es peligroso. Porque pueden matarme a mí, pero ya es demasiado tarde para acabar con todo los lectores de Gomorra”, explicó. “En esta sociedad podemos hablar, opinar, incluso gritar. Pero no podemos traspasar la barrera del silencio. Viajar más allá de las cosas que no se pueden decir.”

Rushdie trató de reconfortarlo, como un involuntario maestro de la supervivencia a la sinrazón, para soportar las críticas de aquellos que lo acusaron a él (“como ahora te acusan a ti”, señaló) de buscar la notoriedad. “Aquellas maledicencias son algunas de las peores heridas que conservo de una época nefasta”, recordó. “Hubo quien dijo: ‘Si te hubieses quedado calladito, nada de esto habría pasado’. Como si todo se redujese a una cuestión de gastar dinero de los impuestos en la seguridad de un escritor.” Entonces pidió a los presentes comprensión en dos niveles, el conceptual y el práctico. “Parece que no, pero lo peor de todo son las pequeñas cosas, como cruzar una calle. O vivir con cuatro tipos grandulones en un pequeño apartamento... Y no por gusto, precisamente.”

–¿Existe entonces la libertad de expresión hoy?–preguntó Engdahl.

–Hay muchos canales, como Internet o la TV. Pero eso no debe confundirnos. Ya saben lo que dicen. Cuando hay una inundación, lo primero que falta es el agua potable –explicó Saviano.

“Son tiempos agresivos para la libertad de expresión –repuso un brillante Rushdie, que se permitió hasta el sarcasmo–. Fíjese que los más importantes escritores del mundo árabe están en el exilio. Siempre que edito un nuevo libro, me preguntan: ‘¿A quién busca cabrear esta vez?’. Y yo digo: si la literatura no puede consternar a los poderosos, no sirve de nada. El hombre es un animal contador de historias, y los violentos y los poderosos quieren controlar el modo en el que se cuentan las historias. Quieren que se relaten a su manera, porque sólo así controlan la condición humana. Los artistas siempre han tenido la obligación de ir adonde no podían ir, aunque eso fuese el otro lado de la frontera. Voltaire siempre recomendaba vivir cerca de una frontera internacional...”

La velada trascendió la anécdota morbosa para devenir verdadero acontecimiento cultural en Estocolmo. Capítulo aparte fue la seguridad, que se repartió entre la policía local y el cuerpo especializado en terrorismo y espionaje. O records como éste: las 450 entradas, gratuitas, se agotaron en menos de un minuto, debido a lo que Ulrika Kjelin califica como el “interés más extraordinario” despertado nunca por un evento de la Academia Sueca. La misma que entregará en un par de semanas el Nobel de Literatura a J. M. Le Clézio. Cuando los asistentes, tras hora y media de charla, se perdieron por las callejuelas del casco antiguo entre el crujir sordo de la nieve dura bajo lo pies, la bellísima fortaleza del edificio de la Bolsa y la claustrofobia de las vidas condenadas que contemplaron quedaron atrás para ellos. No así para Saviano, que se escabulló del lugar en el interior de su propia jaula. La cárcel de los tozudos hechos y las amenazas en la que se halla confinado.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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“Son tiempos agresivos para la libertad de expresión”, dijo Rushdie, que no evitó el sarcasmo.
Imagen: EFE
 
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