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Lunes, 11 de octubre de 2010

CUARTA EDICION DEL VIRTUALITY CAZA DE LETRAS

Tras los cazadores de la letra perdida

Cuando se anunció la primera edición, no faltaron los ceños fruncidos y la acusación de “banalizar” la literatura. Pero el concurso originado en México logró aventar esas presunciones, revelando nuevos autores y textos valiosos más allá de todo formato.

 Por Silvina Friera

En la era de la web 2.0, el puente virtual entre creadores, lectores y jurado generó –al principio– un cúmulo de suspicacias y reticencias. Cuando salió a la palestra Caza de Letras, el primer Virtuality literario inspirado en los reality shows televisivos, que fomenta la difusión de nuevos autores y su publicación a través del uso de las nuevas tecnologías, unos cuantos escépticos fruncieron instintivamente el ceño, con esa gestualidad dramática de los pensamientos que pesan y que se traduce en se viene el apocalipsis. No pudieron disimular el malestar de que la onda expansiva del formato Gran Hermano banalizara la literatura y las buenas intenciones presentadas con “una vuelta de tuerca” online. Creado por el escritor mexicano Sealtiel Alatriste, coordinador de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de México (UNAM), este gran taller de entrenamiento de escritores de lengua española acaba de lanzar su cuarta edición. Sin límite de edad, los escritores que tengan un libro de minificciones en proceso pueden inscribirse en este certamen vía Internet (www.cazadeletras.com.mx), utilizando un seudónimo y un avatar (personaje animado). Ahora que se trabaja duro y parejo en la selección de los ocho participantes que competirán para ganar los 100 mil pesos mexicanos del premio (unos 7800 dólares) y la publicación de la obra premiada en una coedición UNAM-Alfaguara, uno de los miembros del jurado, Alberto Chimal, cree oportuno ensayar un balance “muy positivo” de esta experiencia.

Chimal es un “decano” de Caza de Letras: ha sido jurado en las cuatro ediciones. Acompañado en esta edición por Alvaro Enrigue y Mónica Lavín, el joven decano del Virtuality literario –nacido en 1970– repasa el impacto de la propuesta. “Hubo mucha atención mediática justamente por el hecho de que el concurso se promovió como una especie de reality, y luego menos, a medida que se vio que, si bien el modo de trabajo es semejante, la atmósfera no es en modo alguno como la de uno de esos programas. Pero nunca nos han faltado lectores interesados ni buenos textos”, destaca el escritor, que se anima a trazar coincidencias entre los participantes. Los hechos del presente –cuenta– están a la orden del día en los textos que han circulado años tras año; también percibe la influencia meridiana de Roberto Bolaño, por ejemplo, en los cuentos del ganador del año pasado, el escritor chileno Benjamín Labatut con La Antártica empieza aquí. “Me gustó ver a varios concursantes realmente mejorar sus textos a lo largo del concurso, a la vista y con la participación de todos”, confiesa.

Animo, guapa

Entre los desafíos que suele proponer el jurado para exprimir las neuronas de los elegidos, hay “encomiendas muy concretas y breves de escritura” con una restricción inicial o bien con base en algún tema que haya aparecido en el trabajo de los concursantes. “Siempre han tenido un plazo de varios días, con excepción de las ‘repentinas’, ejercicios para hacer en poco tiempo, bajo presión, y que empleamos ocasionalmente para de-sempatar concursantes o con fines parecidos”, explica Chimal. “Al planearlos pensamos en ejemplos de grandes maestros como John Gardner o Raymond Queneau. En general tenemos dos objetivos: primero, poner a prueba tantos aspectos y posibilidades como pudiéramos del género en el que estuviéramos trabajando: investigar, en la medida de lo posible, qué tan bien lo conocían y cómo lo manejaban los concursantes; y segundo, concentrar la atención en los detalles en que más urgente fuera trabajar en cada proyecto.” No faltan quienes –invariablemente– se quejan de la “mala calidad” de tal o cual texto presentado. O incluso de todo. Los nihilistas rabiosos se multiplican en el ciberespacio y meten la cuchara del desencanto en todo lo que comentan. “Siempre me pareció injusto, porque en un taller es inevitable tener textos desparejos y que no siempre acierten. Caza de Letras es eso: un laboratorio donde se ensayan y descartan posibilidades de escritura, y no una antología. Siempre nos ha interesado llegar a tener textos publicables, pero también dejar claro que eso requiere trabajo.”

Más allá de que se imponga la obra, el personaje animado debe haber sido muy atractivo para el público. Y un dilema para el jurado. “Ha habido discusiones y tensiones de todo tipo, aunque los discutidores más fervorosos, tanto en favor como en contra de lo que les interesa, siempre han estado entre el público y siempre se han dirigido a los concursantes. Las reglas del concurso piden que éstos interactúen diariamente con sus lectores sin que nadie más intervenga”, aclara Chimal. “Cada participante usó su avatar de manera diferente, pero algunos efectivamente han podido emplearlo para apoyar su proyecto, para afianzar la voz de lo que escriben entre sus lectores”. La carcajada del escritor llega amortiguada por la distancia de una anécdota no tan lejana en el tiempo. “En el segundo concurso hubo un caso en el que la creación de una personalidad fue más lejos de lo previsto”, recuerda. “Entre los participantes estaba Ciencia Vudú, a quien todos llamábamos Ciencia y que traía una novela entrañable sobre una muchacha muy joven y muy desorientada; más de un lector animaba a Ciencia con frases cariñosas o vagamente coquetas –‘Animo, guapa’ y cosas así– y alguno de ellos hasta se animó a pedirle una cita.” Ciencia, que se impuso con la novela “No tengo tiempo”, es un hombre: el mexicano Arturo Vallejo Novoa, “quien así demostró, por lo menos, lo bien que podía crear una voz femenina”, ironiza Chimal.

La escopeta cargada

Perdido por unos días en un pueblito de la cordillera chilena después de festejar su cumpleaños de 30 sin Internet, locutorios y teléfonos a la vista, Benjamín Labatut, ganador de la última edición con los cuentos de su primer libro, La Antártica empieza aquí, cuenta –nuevamente conectado al mundo– que participar en el concurso implicó “escribir a presión y con una pistola contra la cabeza”. “Lo que me mantuvo interesado no fueron los ejercicios, sino la gente que lo seguía”, reconoce. “Estas cosas atraen escritores, estudiantes de literatura, todo tipo de freaks. Las bases te obligaban a interactuar con ellos, y se generó un grado de violencia un poco ridículo pero fascinante. Uno de mis comentaristas favoritos había montado una Caza de Letras paralela, escribía a diario, y en varias ocasiones intentó publicar mi identidad real en la página del concurso, para que me descalificaran.”

Labatut señala que se mantiene lejos de los cotilleos del ambiente. “Nunca había participado en un concurso, y tampoco me interesan los blogs ni los escritores que los tienen”, enumera, sabiendo el asombro que genera en su interlocutora. En ese sentido, competir significó ir en contra de lo que pienso, despersonalizarme, ser otro durante dos meses. Si no hubiera sido por el seudónimo, jamás habría competido. Resultó una experiencia liberadora, pero fue algo delimitado en el tiempo, como un buen viaje, o como cuando te agarra una enfermedad aguda y te tira a la cama, te hace transpirar, toser, y finalmente te premia con una lucidez impresionante. El problema es que al poco tiempo de- saparece, con la misma rapidez con que llegó, sin dejarte huellas en el cuerpo.” El escritor chileno que participó como Aloysus Acker dice que lo del seudónimo “fue robar a un ladrón”. Cuando tenía 22 años conoció a Matías Celedón, el primer amigo que tuvo que escribía “de verdad”. Fue una amistad deslumbrante y fundamental. “Yo había dejado de escribir ocho años antes, después de leer a Borges, y tal vez no habría vuelto a hacerlo de no ser por Matías”, admite. “En esa época él usaba el seudónimo. Años después, cuando ya nos habíamos alejado, le quité la “i” y empecé a usarlo yo. Matías lo había tomado de ‘Sensini’, un cuento de Bolaño. Ahí Bolaño lo usa como seudónimo en un concurso municipal de España, en el que participa junto a Antonio Di Benedetto, cuando aún era un desconocido.”

El ganador de Caza de Letras 2009 explica que Bolaño robó ese nombre del poema “Aloysius Acker”, de Martín Adán, un poema que el mismo Adán quiso destruir, del cual quedan sólo fragmentos como: “Cuándo no eres yo mismo Aloysius Acker?/ el esperado, el compañero/ el que me sorprende, el que no conozco/ aquél por quien soy alguno y muero”. “Ese es un impulso que puedo entender después del concurso: las ganas de borrar lo que escribiste, de destruir tu identidad pasada, algo que se volvió prácticamente imposible en el mundo en que vivimos hoy”, reflexiona Labatut. “Nunca he considerado que la literatura sea una vocación. Es algo mucho más definitivo que eso, y bastante más penoso. El premio no me cambió, pero sí me convierte en una realidad para los demás. Antes no existía para el mundo, y eso te permite una enorme libertad, libertad que se pierde para siempre cuando empiezas a publicar. Porque un libro es un conjuro, un imán que atrae y genera realidad, pero el día a día de un escritor es algo completamente distinto. Uno escribe solo, a espaldas del mundo, luchando contra el aburrimiento, la melancolía, la inseguridad, todas las violencias de la vida normal. Después, cuando irrumpe el mundo externo, con su hambre y su locura, más te vale estar preparado. Tienes que haberte construido un castillo, una posición segura. Tienes que tener la escopeta cargada.”

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“Nunca nos han faltado lectores interesados ni buenos textos”, dice Chimal.
 
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