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Viernes, 10 de marzo de 2006

ENTREVISTA A ROBERTO PETTINATO, EN RADIO Y TELEVISION

“No me hago cargo de lo que esperan
de mí”

De vuelta en la televisión (Duro de domar) y en la radio (El show de la noticia), Roberto Pettinato dice que en el medio radial es “un atún al natural” y que en la pantalla “ya estoy en aceite”. Con una marca personal muy fuerte en la conducción, disfruta de sus propios matices.

 Por Emanuel Respighi

Aunque su apariencia ya no es la misma de antaño, cuando detrás de su desprolija barba soplaba con furia el saxo en Sumo, quienes lo conocen afirman que no cambió en nada su forma de ser. Que ya en aquellos viejos y anárquicos años ’80 Roberto Pettinato se caracterizaba por su humor ácido e irónico, en un delirio galopante que en los últimos años tomó estado público a través de los medios. Hoy, ya nadie pone en duda que tras su extravagante apariencia se esconde un auténtico animal creativo, capaz de desdoblarse para al mismo tiempo conducir un programa de radio en la primera mañana (El show de la noticia, de 6 a 9 por FM 100), encabezar un ciclo televisivo de humor a la medianoche (Duro de domar, por el 13) y dirigir una revista de cultura rock y otras yerbas (La Mano). En un alto de su hiperactiva cotidianidad, Pettinato le concedió a Página/12 una entrevista vía mail –ya que detesta los reportajes en vivo– en la que repasa su desacartonado estilo, confiesa lo complicado que es vivir con la mochila de tener que hacer reír a cada instante y desdeña de formar parte del jet set argentino.

¿Cuál es la fórmula que el platinado conductor pone en práctica diariamente para mantenerse activo, aun amaneciendo cada día a las 4.30 de la madrugada? “Tengo el orgullo de pertenecer a la generación de las 5 de la mañana, porque después están los de las 4, que son más bucólicos”, empieza a disparar el conductor, con su habitual ironía. “Tengo alegría –señala– de vivir un tiempo en el que podría estar durmiendo o tomando mate en la cocina sin producir nada de nada. Eso sí: tengo que dormir obligadamente una siesta de dos horas a la mañana, cuando llego de la radio.” Aun con su trajín diario, a Pettinato se lo percibe excitado e inquieto por cómo da en cámara o a través de la radio, en una suerte de usina energética que contagia hasta al más remolón. Es increíble ver cómo ni siquiera a las 5.30 de la madrugada, hora en la que llega a la radio (ver aparte), el platinado pierde su habitual hiperkinesis.

–Pese a todas sus ocupaciones, ¿se puede seguir siendo “feliz a las 6 de la mañana”, como reza el slogan del programa?

–Siempre lo fui. A lo largo de mi vida fui una persona muy solitaria; me las ingenié en mi vida para tener mi propia felicidad, sin depender demasiado de otros. Porque al resto de la gente le puede suceder algo horrible y quedo maltrecho. Siempre fui muy paranoico de eso. Tal vez por eso he tratado de convertirme en un gran cangrejo: duro por fuera y blando por dentro.

–¿Cómo juega en su cabeza el hecho de que la gente siempre espera de usted algún comentario gracioso o inteligente? ¿Puede no hacerse cargo de esa “mochila”?

–¿Mochila? Eso sería ser demasiado bondadoso. El peso de tener que ser gracioso todo el tiempo es tremendo. Pero tal vez no sea el precio de la fama sino el de la originalidad. La gente espera que le cuente algo de una manera y cuando lo hago de otra, sincera, ¡piensan que es un chiste! Pero como dije siempre: ser serio no es nada. Sólo tenés que poner cara sin movimientos musculares. Hacer reír es la muerte. De hecho, en la radio no me considero gracioso. La idea nunca fue hacer lo mismo que en la tele. En la radio soy yo al natural.. como un atún. En la tele ya soy en aceite... De todos modos, no me hago cargo de lo que la gente espera de mí, pero sufro el estigma. Pero lo que más me gusta es escuchar a la gente, cuando me dice que la hago feliz a las 6 de la mañana... ¡Mentira! Ya eran felices, pero piensan que soy yo... Es el estilo presidencialista en todo en nuestro país, ¿no? Todos hemos seguidos modelos sociales que ni siquiera entendemos por qué los seguimos. Bueno, ahora llegó el tiempo de los nuevos modelos a seguir...

–¿Cuál es su principal musa inspiradora a la hora de pensar chistes y gags para sus monólogos?

–Bueno, la señora Natalia Carcavallo (productora periodística de El show de la noticia) me envía diariamente noticias seleccionadas, sabiendo qué me puede gustar y qué no, y a eso le agrego algunas cosas mías... Pero, en general, tienen que ser cosas que me hagan reír o me parezcan absurdas... Aunque no necesariamente lo parezcan en un comienzo. Por ejemplo, cuando Ibarra dice: “La gente se juntó en mi acto de forma espontánea”, inmediatamente se me vino a mi cabeza: “Ah, sí? ¿En forma espontánea? Yo creí que eso se daba cuando la gente pasaba caminando por un lugar y se quedaba. ¡No cuando venían todos juntos en distintos colectivos!”.

–Muchos destacan su repentización a la hora de hacer reír. Sin embargo, ¿cuánto hay de improvisación y cuánto de trabajo detrás de cada comentario suyo? ¿Tiene la rutina diaria de encerrarse a escribir y pensar potenciales chistes?

–Ahora, cuando termine de responderle las preguntas, me voy a encerrar. La única improvisación que existe es la que se escribe en la máquina. Lo que pasa es que a veces digo algo improvisado de verdad y resulta ser lo más gracioso. Es rarísimo.

–En tal sentido, ¿se considera un humorista?

–¿Si soy un humorista? Creo que soy un conductor con sentido del humor. Punto. No hay mucho más. Si se estudia al resto de los conductores, se nota la diferencia rápidamente. Mi lema es: “El mundo se ríe de mí; ahora yo me río del mundo”.

–¿Y cuál es el límite? A la distancia, parecería que usted tiene cierta impunidad para decir lo que quiera a quien quiera...

–Sólo existe una palabra: respeto. Yo digo las cosas con respeto y no con bardo desagradable y perdiendo la elegancia. Eso es todo. Lo aprendí viendo a los americanos a hacerlo: ellos pueden decir cualquier cosa, siempre al borde de que los insulten, pero nunca lo hacen porque no hay resentimiento o maldad. El resentimiento y la maldad son las peores cualidades que se pueden notar en una persona.

–Siguiendo este razonamiento, pareciera ser que, en su concepción, el humor es la mejor manera de decir las cosas más crueles.

–El humor cura las más crueles cicatrices que te deja la vida. Es justamente lo otro lo que te mata. Son los gobiernos, los empresarios, los políticos, las leyes, que no están para servir a los pueblos sino para someterlos como pobres ratas, que morirán a los gritos pidiendo ayuda y nadie los escuchará. Esto es así y punto. No lo discuto ni lo debato. Y las grandes torres de los finales de Blade Runner sin duda se construirán para salvar a los de la nueva raza limpia y perfumada. Ahora, justamente, el humor, desde la Bastilla a hoy, ha servido para eso... No hay cómo burlarse de lo que no son otra cosa que un puñado de imbéciles que, por más dinero que tengan, son tan patéticos que lo único que quieren es ser famosos. ¿No es absurdo? Quieren ser famosos para que sus hijos hablen en voz alta de ellos en un asado en Tortuguitas. Triste.

–¿Sintió alguna vez que se le había ido la mano con algo que haya dicho?

–Sí, en la pregunta anterior. Pero me encanta decirlo porque nadie se puede sentir aludido. También una vez dije que cada vez que muere un militar del Proceso el demonio tiembla, por miedo a que lleguen a allá arriba y le quieran sacar el puesto. Esa vez recibí mis primeras amenazas. Gracioso, ¿no? Porque encima el chiste en sí ponía en tela de juicio algo tan incomprobable como el cielo o el infierno. O sea que era debatir con otro exaltado sobre... ¡la misma nada!

–¿Se siente cómodo formando parte de la gran familia del espectáculo argentino?

–Yo me siento cómodo en el mundo rockero para siempre... Y, más adelante, el silencio de Salinger.

–¿Disfruta o padece el hecho de ser una persona pública y haberse convertido en una suerte de icono mediático de una generación?

–No tengo un peligroso cariño de la gente porque entiendo hasta dónde va y hasta dónde no. Pero hay una parte de ese cariño que es cierto y otra que dice: “Ah, ¿no está más en la tele? ¿Quién es, entonces?”. Gracias a Dios no pertenezco a ningún jet set argentino. Siempre preferí más a los tipos que se mantuvieron en su propia cucha... como Elvis Presley, Marlon Brando, Woody Allen... Esos tipos que un día aparecían y la gente no lo podía creer. No puedo ir detrás de cada parador probando tragos. ¿Se puede vivir así?

–Muchos de los que trabajan en la TV y en la radio viven de esa manera.

–La radio y la TV, antes que nada, son trabajos con ventana a la calle. Punto. Son oficinas que emiten algo gracioso como entretenimiento. Esto es así. La tele es un chicle para los ojos. O más: es un medio igual que la radio, pero sin la imaginación. La radio es mi felicidad casi completa. No lo puedo evitar. Me levanto feliz de ir a la radio y cuando estoy por dormir la siesta me arrepiento y me lleno de ansiedad de ir a la radio al otro día. Especialmente en este año, en el que El show de la noticia se distendió y se convirtió en un programa vivo, real, directo...

–Por último, ¿cómo le sienta la fama repentina que tuvo a través de su participación televisiva?

–La fama no representa nada para mí. Llegué a la conclusión de que la fama está en los demás y no en uno. Y si está en vos... Bienvenido, ¡hay otro idiota más en el mundo!

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“Tengo la suerte de pertenecer a la generación de las 5 de la mañana.”
Imagen: Rafael Yohai
 
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