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Domingo, 8 de mayo de 2011

“BORGES Y LA POLíTICA”, UNA MIRADA PROFUNDA A LAS POSICIONES DEL ESCRITOR

Del yrigoyenismo al gorilismo ilustrado

Ante una sala Javier Villafañe desbordada de público, el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, y el historiador Norberto Galasso analizaron la estructura de la obra de Borges, para descubrir un conjunto de nociones políticas.

 Por Silvina Friera

El dilema Borges. Ese podría haber sido el título de la conferencia “Borges y la política”, que convocó a borgeanos que peinan canas y un puñado de jóvenes que desbordaron la sala Javier Villafañe, el viernes por la noche, en la Feria del Libro. El interés suscitado no debería asombrar en momentos en que se debate el compromiso y la palabra de los intelectuales. ¿Cómo leen al Borges político los lectores contemporáneos? ¿En qué páginas aparece la disputa por la cuestión del Estado y la sociedad? ¿En “El Aleph”, en “El jardín de los senderos que se bifurcan” o en “La muerte y la brújula”? Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, gran lanzador de interrogantes, secundado en la empresa por el historiador Norberto Galasso, propuso revisar la estructura misma de la obra del escritor y desentrañó un conjunto de nociones políticas indispensables. En las entrañas del dilema, emerge el tratamiento del tiempo, un desplazamiento que el propio Borges llamaba “nueva refutación del tiempo”. González aseguró que en esta operación hay algo “escurridizo”. “Para anunciar lo que hace, Borges lo hace de un modo que debilita y rebaja todo lo que anuncia. Lo mismo que anuncia lo retira”, subrayó el director de la BN sobre esta estrategia de “escamoteo”.

El modelo de ironía o de paradoja borgeana consiste en una afirmación, “que deja un ganchito separado y la pone en suspenso, para decir posteriormente: no dije tal cosa”. González señaló que Borges construyó un sujeto que percibe en forma abstracta el tiempo; que se vincula con la eternidad, con la circularidad de las cosas y la complementación de los opuestos. “Lo político está en el espesor del tiempo. Borges, profundamente irónico, no se cansó nunca de percibir lo político en el lugar de la opinión cambiante. No parecía un personaje furioso, pero actuaba en sus afirmaciones políticas de una manera que estrictamente lo vincularían a un tipo de opinión encarnizada. Borges le destinó sus dardos envenenados de ironía a la política.” El director de la Biblioteca recordó que hubo un Borges yrigoyenista en los poemas de Cuaderno San Martín (1929). “Estos poemas se correspondían con el tipo de fraseo que tenía Yrigoyen: los grandes plurales en palabras que no exigen plurales, el manejo arbitrario del idioma, donde las palabras contundentes que sirven a la comprensión eran ocultadas en beneficio de una forma muy trabajosa de decir, con afirmaciones oblicuas, aparentemente ambiguas.”

El yrigoyenismo le servía a Borges un cierto criollismo, la idea de que necesitaba un punto de anclaje que le permitiera el universalismo. “En un gran gesto literario pone la dificultad del universo y la eternidad en un lugar bien visible, fugaz, pequeño, desdeñable, que es el bar de la esquina de su casa”, planteó González. “A ese movimiento lo llama ‘forma mítica’ de pensar el tiempo”. El yrigoyenismo de Borges duró hasta 1933. En esta genealogía de los dilemas borgeanos, ingresó Arturo Jauretche con su “Paso de los Libres”, poema gauchesco prologado por Borges; un momento “muy importante” de cruce en la literatura argentina. “Ese poema de Jauretche era un soplo de esperanza para Borges y era el encuentro de dos yrigoyenistas que se reencontraban para algo fundamental: no había política capaz de pensar una sociedad, si antes no había una literatura de carácter épico, que vinculara la épica colectiva y el coraje individual”, abrevió González. El peronismo fue para el autor de Historia universal de la infamia un fenómeno “radicalmente” diferente al yrigoyenismo.

El peronismo se levantó como una amenaza a la “ciudad letrada”. “Todo el peronismo está implícitamente ligado a su literatura; en toda su obra hay alusiones a la ciudad moderna que no le gusta”, advirtió González. “Borges se refugia en su literatura y al mismo tiempo borra los signos que podrían hacer fácil su interpretación. Hay una potencialidad alegórica en Borges que revela su insatisfacción frente a un presente degradado y el estado de burla permanente en la que pone su literatura.” Junto con Adolfo Bioy Casares, escribió el cuento “La fiesta del monstruo” en 1948, “una pieza desgarradoramente insultante de la vida popular”. El director de la Biblioteca definió ese relato como “la forma eximia de gorilismo” porque “retrata a los bárbaros desde adentro” y los hace hablar de una forma “más cruel que el modo en que (Esteban) Echeverría hizo hablar a los personajes rosistas”.

Pero además de ese cuento “insultante”, Borges aplaudió los fusilamientos de 1956. Lo reveló Bioy Casares en su libro Borges. “Tenemos a nuestro máximo escritor universalista siendo portador de un tema grave”, reconoció González. “Tenemos que pensar con calma y en profundidad ética, sin dejar de condenar a quien celebró de manera tan impiadosa el fusilamiento de militantes políticos.” Avanzando en el tiempo llegó el apoyo a Videla, pero también el Borges que asistió al Juicio a las Juntas y que publicó un documento, “22 de julio de 1985”, en el diario Clarín, en el que condenó duramente a

Massera y se refirió a “la inocencia del mal”. “Escribe algo así como que en esas penumbras horrorosas se podía percibir que la víctima era complementaria del victimario”, parafraseó González. “Su condena es mucho más drástica respecto a la de ‘los dos demonios’ de Sabato.”

Antes de cederle la palabra a Galasso, el director de la Biblioteca admitió que es una “pena” que el gran escritor que fue Borges haya sido “tan imprudente para manejar sus propias pasiones políticas”. El historiador arrancó recapitulando lo que denominó el “grado especial de antiperonismo” de Borges. Leyó párrafos del Borges de Bioy que, de tan “gorilas”, no podían generar más que carcajadas entre el público. Galasso también evocó al “joven” Borges que “escribió poemas a la revolución rusa” y fue amigo de Jauretche y Homero Manzi. Con “ese escritor” comulga, sintoniza. O al menos no le provoca la bronca que le produce el “otro”. Galasso arriesgó una hipótesis para meditar. “La exageración de su antiperonismo es propia de los conversos. Borges fue víctima de la clase dominante, y cuando logró atraparlo tuvo que ser un converso.”

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“Borges, profundamente irónico, no se cansó de percibir lo político en el lugar de la opinión cambiante”, dijo González.
Imagen: Lucas Vallorani
 
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