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Domingo, 29 de diciembre de 2013

OPINIóN

Finales

 Por Eduardo Fabregat

A veces el concepto de “final” es una cosa muy relativa. Cerrar un libro tras el último punto, parpadear ante las luces que se encienden en el cine o el teatro, advertir el pesado silencio que queda tras la última canción de un disco, no necesariamente significan un final: en lo que hace a la cultura, nada realmente termina. Películas tan disímiles como El gran pez o Toy Story 3 dejan impresiones duraderas: aun en registros tan diferentes, sus finales impactan de manera análoga, y dejan un continuo de pensamientos en la cabeza del espectador. Solo las películas-artefacto como Se7en o Sexto sentido pierden precisamente sentido cuando se revela el último mecanismo: allí, sin sorpresa no hay historia, y el final es el final nomás. Hay libros a los que siempre se vuelve, aunque se conozca el desenlace; libros a los que se vuelve precisamente porque se conoce el final, y la relectura es el gozo de descubrir los infinitos resortes de la narración. La música... la música nunca termina. Como dijo Robert Fripp, está allí todo el tiempo, aunque no haya nadie para tocarla o escucharla.

El final es una convención que nos inventamos. Es esto que vivimos, estimado/a lector/a, cuando llegan los calores de diciembre, el olor a vitel toné y la sensación de pero la puta, cómo se fue el año, y ahora qué pasa, ahora qué hacemos, hagamos balance.

El balance: esa otra cosa relativa y necesaria. Como es habitual a esta altura del partido (un partido que hay que parar a cada rato para que los juagadores se refresquen), en Cultura & Espectáculos son días de análisis y repaso, de intento de resumen, de echar un vistazo a doce meses y sacar algo en limpio. Una manera de ponerle moño a algo que siempre continúa, que no se cierra tan fácilmente: salvo ciclos puntuales, ediciones 2013 de festivales de cine, música, teatro y esas cosas, la cultura no se ordena como un calendario deportivo. Se mueve. Se altera día a día, se construye en cada pequeño y gran gesto. Esa movilidad permite también construir teorías y panoramas a cada instante, produce la fascinación de lo que muta y por eso resulta fascinante. Esa movilidad, ese agradable caos, permite organizar unos últimos apuntes, postales, pantallazos de cosas que sucedieron en estos doce meses.

- El rock independiente hecho en Argentina siguió confirmando su buen momento. La caída de ciertos paradigmas de producción, el criterio de la gran industria de seguir solo apuestas seguras y la cada vez más aceitada vía de comunicación directa entre los artistas y el público hizo que los músicos tomaran en sus manos decisiones cruciales. Hubo grandes canciones, muy buenas producciones independientes e infinidad de shows de grupos y solistas que demuestran que la meseta creativa de comienzos de los ’00 está largamente superada. Y la web permitió que los espíritus inquietos se enteraran no solo de lo que sucede en CABA y La Plata (con su escena siempre en ebullición), sino también en muchas plazas de todo el país.

- En ese sentido, 2013 trajo excelentes noticias para los músicos independientes. La larga lucha de la UMI y la FAMI en pos de una Ley de la Música que garantice mejores condiciones para el desempeño de la profesión y un acceso más igualitario a la difusión siguió sumando logros con la sanción definitiva y la creación del Instituto de la Música, un organismo similar al Incaa o el INT, que fija nuevas reglas de juego y federaliza la pelea. Al frente del Instituto, además, quedaron Diego Boris y Celsa Mel Gowland, que conocen largamente las necesidades del gremio. Aún queda mucho trabajo, pero los músicos locales pueden festejar un momento inédito: pocas veces se contempló de tal manera la satisfacción de reclamos de larguísima data. A nueve años de Cromañón, el rock puede empezar a atacar cuestiones que condicionan su desarrollo. Del mismo modo, la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual trajo la obligación en los medios de cubrir una cuota de música argentina, destinando un porcentaje de esa cuota a la producción independiente. La gran incógnita es cómo fiscalizar que eso se cumpla, algo todavía en proceso.

- En el mainstream también hubo movimiento: cerrada toda posibilidad de reunión del monstruo redondo, El Indio y Skay se reencontraron en las disquerías con la buena salud de Pajaritos, bravos muchachitos y La luna hueca; allí mismo Richard Coleman se recibió de solista en toda la regla con el soberbio Incandescente y Babasónicos puso Romantisísmico, un disco buenísimo desde la tapa y el título. Andrés Calamaro volvió a pelar grandes canciones en Bohemio y a convocar multitudes con una noche inolvidable en el Hipódromo. León sacó el temático Verdaderas canciones de amor y otro disco junto a La Banda de Caliton, y cumplió con su rol de trovador por las rutas argentinas. Charly García montó su show de acordes sin terceras en el Teatro Colón y Fito Páez entregó sus propias canciones enamoradas. A Gustavo Cerati y Luis Alberto Spinetta se los sigue extrañando cada día.

- Pocos podrán olvidar tres conciertos internacionales que se llevaron todos los aplausos. En River, The Cure cumplió una vieja promesa de volver tras aquellas accidentadas noches en Ferro y dio un show impecable, con las canciones que todos querían escuchar y un Robert Smith en plena forma. Algo similar sucedió con Bruce Springsteen, que desmintió sus 64 años con un set arrasador en GEBA, y al día siguiente regaló vía web su versión de “Solo le pido a Dios”. Pero la verdadera sorpresa del año fue Black Sabbath: en el Unico de La Plata, Ozzy Osbourne, Tony Iommi y Geezer Butler estuvieron a la altura de su leyenda y más, con una impecable lección de rock duro.

- En ese terreno de figuras internacionales, la gran pérdida de este año sucedió el 27 de octubre, cuando el mundo de la música quedó hecho un nudo ante la muerte de Lou Reed. Muchas veces –más aún en caso de muerte– se lanzan adjetivos grandilocuentes con figuras del rock, pero en este caso todo era justificado. Y el hijo de Nueva York fue un rocker, pero mucho más que eso: fue un renovador, un inventor de formas, un poeta, un artista que abrazó el riesgo y lo tradujo en canciones inolvidables. No habrá otro igual.

- El informe realizado en estas páginas por Emanuel Respighi lo dejó claro: el consumo televisivo ha cambiado, y es una tendencia irreversible. El aparato televisor es hoy un ítem más en una oferta multiplicada, y en la mente del público queda cada vez más atrás la noción de estar sentado frente a la caja en un día y horario específico. Esa realidad hizo aún más incomprensible la decisión de la señal AXN de no transmitir en simultáneo con Estados Unidos la temporada final de Breaking Bad, que reclamó con justicia un lugar en el top ten histórico de grandes series. Mientras el público se volcaba masivamente a sus tablets y computadoras para conocer el destino de Heisenberg y Jesse Pinkman, terminaron armando de urgencia un maratón previo a un grand finale con piel de pollo. Se sigue hablando de televisión como medio genérico, pero el respetable habla cada vez más de productos específicos que de la tele o los canales.

- Claro que los canales de aire no han dejado de existir, y en esta temporada ofrecieron dos confirmaciones. Una, que Diego Capusotto y Pedro Saborido ejercen un humor personalísimo e inspirado, que sintoniza con varias generaciones que conocen el código y agradecen una interpretación lanzada a las fronteras del absurdo y la locura, pero nunca al sinsentido. La otra, que Julio Chávez es uno de esos actores que magnetizan. No se trata sólo de la valentía de Farsantes en poner al aire una historia de amor entre dos hombres: lo central es que todo fue creíble, sin lugares comunes ni subrayados innecesarios, gracias a la verdad actoral puesta en juego por Chávez y Benjamín Vicuña.

- El cine argentino tuvo una producción record y los problemas de siempre para acceder a canales de exhibición que permitan trabajar la posibilidad de llevar más público a las que no son “tanques”. Pero todos, al cabo, están sujetos a una puja con un monstruo mucho más potente, un Hollywood definitivamente volcado a la producción de remakes, sagas, reboots, universos ampliados de superhéroes y spin offs que le dejan cada vez menos margen a un cine que busque una identidad que no sea la corporativa. Apuestas seguras y en más de un punto predecibles. No es que los Avengers no sean entretenidos. El problema es la sobredosis de pochoclo.

- Ni siquiera el poder de Marvel, la perspectiva de los X Men jóvenes y maduros juntos para 2014 en Days of the future past o el anuncio de la combinación Batman + Superman consiguen oscurecer la expectativa por el regreso de uno de los artefactos más poderosos e irrefutables de la historia del cine. El desembarco de J. J. Abrams en la saga Star Wars solo puede ser tomado con signo positivo: por su currículum, porque es tan fan como las varias generaciones que interpretan el código jedi, porque lo hizo muy bien con Star Trek y porque... bueno, porque hay que esmerarse mucho para superar las metidas de gamba de George Lucas en la segunda trilogía. Este año, cualquier mínima noticia relacionada con SW fue escrutada en todas sus posibilidades por millones de personas.

- Millones de personas en todo el mundo, también, dijeron: “¿Otro disco de The Beatles?”. Y millones de personas dijeron sí y salieron a buscarlo. En 2013, una banda formada en 1960 y separada en 1970 salió de un DeLorean estaciondo en la BBC de Londres y volvió a enamorar. ¿Reciclaje mercantilista? ¿Aprovechamiento del fanatismo por la banda que inventó casi todo? ¿La cultura se muerde la cola? Son The Beatles: ese nombre cierra la discusión.

Podría decirse más, o menos. En dos días todo esto será historia, pero la cultura seguirá andando. Habrá que intentar seguirle el tren, y disfrutar la aventura.

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