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Miércoles, 9 de abril de 2014

ALBERTO TARANTINI Y SU HOMENAJE AL LEGENDARIO COMPOSITOR

Al rescate de Cole Porter

“Hice un trabajo detallado de investigación, pero elegí lo que elegí simplemente por gusto”, explica el músico, que le pone su voz a una exquisita big band que presenta todos los jueves de abril su Tributo a Cole Porter en La Botica del Angel.

 Por Cristian Vitale

La lluvia emparda las cosas. La gente que escucha es casi igual, en número, a la que toca. Poca en el primer caso. Mucha en el segundo. Poca, en las butacas, debido al clima, lógico, pero también a la endémica impronta under del jazz argentino. Mucha, en escena, porque los que acompañan a Alberto Tarantini en su cruzada por revivir a Cole Porter configura una big band. Está Bernardo Monk, que se encarga del solo de saxo tenor de “I Get a Pick out of you”. Están Fernando Chiappero en corno y Juan Cruz de Urquiza, que luce su trompeta en “Every Time we Say Goodbye”. Está el saxo alto de Gustavo Cámara que manda en la sintomática “Easy to Love” y están todos –ellos y varios más, claro– bajo la dirección de Juan Carlos Cirigliano, y el fin de recrear un puñado de piezas, “apenas” dieciocho, de entre las más de mil que sembró el compositor y letrista estadounidense, muerto hace ya cincuenta años. “Fue mi gusto, así de fácil. Me leí dos biografías enteras de Porter. Conozco desde que se cayó del caballo y se arruinó las piernas hasta sus amantes con problemas, y fui viendo épocas, musicales, contextos. No sé, hubo cosas muy buenas y hubo sapos también... el tipo la peleó mucho, ¿no? En fin, hice un trabajo detallado de investigación y elegí lo que elegí simplemente por gusto, los temas descollantes y los que más emocionan”, dice Tarantini, consumado el concierto, y con un retrato de Gardel que lo mira “de coté”, mientras cuelga de una pared de La Botica del Angel.

De la casa –es un decir– de Eduardo Bergara Leumann (Luis Sáenz Peña 541), donde la big band de Tarantini presenta y presentará el disco Tributo a Cole Porter todos los jueves de abril, rodeada de angelitos colgantes, antigüedades, fotos de artistas que jugaron de local en ella y cuadros de Berni, Soldi o Noé. “El tipo que toca el piano en el bar de Medianoche en París, la película de Woo-

dy Allen, es Cole Porter, y este lugar, como aquél, también es el de un artista, un mecenas, un vanguardista, un tipo de este palo del cual Porter, sin dudas, hubiese sido amigo. Me siento cómodo aquí, y espero que no haya lluvia en la próxima”, ruega el cantante, con las luces del café concert en retirada y los ecos de la bella “Miss Otis Regrets” sostenidos entre rincones, esperando revancha.

–¿Por qué Porter?

–Porque era un tipo culto, muy sofisticado, que hizo un año de Derecho en Harvard, y yo estudié ahí, incluso tuve contacto en la disputa entre esa universidad y la de Yale, por su legado, ¿no? Porter era un tipo del ambiente universitario, y eso me produce una cercanía con él. Además había estudiado mucha literatura y era un tipo que había compuesto letras y músicas, con una gran comunión entre ellas. Y a mí me importan mucho las letras.

–Se nota. En el vivo acaba de explicar de qué hablan o en qué marco fueron compuestas.

–Porque sé que no todos entienden inglés y no quiero que estén en la luna.

–¿Y en lo musical?

–Bueno, hay temas de Porter que son más raros que perro verde (risas). El arreglador se queja: “El puente en vez de ir para acá va para allá, ¿cómo es esto?” (risas). Y eso que Cirigliano –el arreglador– es un tipo que tiene mucha escuela musical. Estudió con Bill Evans, sabe un montón de música y conoce muy bien cómo se arregla una banda. Es un lujo para mí tenerlo a él y tener a estos músicos, claro.

Tributo a Cole Porter, que Tarantini editó a través del sello BlueArt, es el tercer disco de una cosecha que comenzó con Jazzy, placa en la que el baterista devenido cantante combina standards de jazz en portugués, inglés y francés con un par de tangos. Y prosigue con el nodal Gershwin & Piazzolla, disco doble destinado a cruzar el legado de ambas musas urbanas. “Me di el gusto de juntar los mundos del jazz y del tango, e incluso de cantar piezas de Astor que no muchos saben que tienen letra. Me refiero a ‘Adiós Nonino’ o ‘Invierno porteño’. Pasó eso, y por rescatar a Gershwin que, para mí, tiende un puente directo con Porter. Digamos que quise plasmar una continuidad estética”, explica Tarantini, a quien una mezcla de empirias y azares lo llevó a trocar la batería y el piano por el canto. “Me decidí a cantar por dos motivos: uno, porque mi mamá era cantante y yo lo hago desde los cinco años. Incluso tengo una versión de ‘El viejo hospital de los muñecos’, grabada en el Jardín Japonés (risas). Pero cuando era joven me gustaba el rock and roll, me gustaba Cream, y de hecho tenía un trío de guitarra, bajo y batería con dos bombos, y fui por ese lado”, evoca.

–¿Nunca intentó cantar y tocar la batería como Javier Martínez, ya que habla de “los Manal ingleses”?

–Lo intenté, pero nunca pude. No puedo porque muevo la cabeza y el micrófono se mueve, en fin... en aquella época no había un micrófono que te siguiera. Además estás lejos de la gente, estás atrás de los tambores, de los platillos... no te ven, es un lío. Y la otra razón es que tuve un problema en la muñeca, un ganglión que me llevó a dejar la batería y comprar un saxo, que tiene el mismo registro de la voz humana... uno puede tocar y cantar, ¿no? Y bueno, descubrí que lo que más me representa es cantar. Es lo que me define completamente, y es lo mejor que puedo poner de mí para evocar a estos monstruos.

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“Cantar es lo mejor que puedo poner de mí para evocar a estos monstruos”, dice Tarantini.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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