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Miércoles, 22 de abril de 2015

DANIEL RIERA Y MAURO GóMEZ, DIRECTORES DEL DOCUMENTAL UN PAISAJE DE ESPANTO

“Surge del deseo de que se haga justicia”

En una visita a Trelew, el periodista Daniel Riera se topó con un caso de indisimulable violencia policial hacia un joven humilde, rápidamente desestimado. La investigación reveló que no era un caso aislado y que el común denominador es la violencia extrema.

 Por Oscar Ranzani

El 5 de septiembre de 2010 apareció muerto Gonzalo Julián Antillanca, de 20 años, en la ciudad de Trelew, Chubut. Si bien algunos medios no tardaron en señalar que murió como consecuencia de un coma alcohólico, las marcas de violencia en su cuerpo permitían inferir que fue brutalmente asesinado. Según testigos, Antillanca fue golpeado por cuatro policías y una mujer vio cómo arrojaban su cadáver desde un patrullero. En marzo de 2012, los cuatro policías de la Comisaría 4ª de Trelew fueron absueltos durante un juicio. Pero la Corte Suprema de Justicia de la Nación dictaminó que deberá realizarse un nuevo juicio por el caso Antillanca. El caso de Julián es abordado en el documental Un paisaje de espanto, de Daniel Riera y Mauro Gómez, en el que testimonian los familiares y amigos de Julián, y se muestran tramos del juicio. Pero el film también repasa otros casos de violencia policial en Chubut. Un paisaje de espanto se estrenará mañana a las 19 en el Espacio Incaa Gaumont (Rivadavia 1635).

Riera es un destacado periodista, escribió numerosos libros, colaboró en diarios como Página/12 y Sur y fue editor de la reedición de La patria fusilada, obra imprescindible de Francisco “Paco” Urondo, sobre la Masacre de Trelew. Había viajado a Comodoro Rivadavia a dictar un taller de periodismo: allí vio una fotocopia mal impresa y oscura que indicaba “Justicia por Julián”. Ver esa imagen le produjo una impresión que lo llevó a averiguar qué había pasado. “Y le pedí a la persona que me había llevado si podía contar con pasajes y hotel para que yo fuera con un cineasta a hacer un documental, y si me podía poner en contacto con el padre del chico. Lo cual es un poco raro porque mi formación es del periodismo gráfico y lo que yo hice toda la vida fue eso”, cuenta Riera en la entrevista de Página/12, en la que también participa Gómez.

“Tuve ese impulso. Pasó tiempo pero di con la persona indicada, Mauro. Armamos un equipo y lo pudimos hacer”, explica el periodista. Gómez acota que Riera “tuvo la sensación de que había que contarlo a modo de imagen antes que gráfico”. Y Riera completa la idea: “El caso era demasiado importante, demasiado tremendo para que quedara constreñido en una pequeña nota, porque sale una nota y no se ve más. Una película es algo que queda”. Gómez destaca que se pusieron de acuerdo “en el modo de contar la película” porque Riera ya tenía un trabajo de investigación realizado que se completó cuando viajaron a Trelew. “Ahí empezamos con las entrevistas a los familiares de las víctimas”, cuenta Gómez.

–¿Por qué decidieron contar lo sucedido prácticamente desde el punto de vista de la familia?

Daniel Riera: –Porque también es el nuestro. La decisión de hacer la película surge a partir de la rebelión contra una injusticia muy profunda. No es que tuvimos que forzar para adquirir ese punto de vista. El deseo es que la película se use para que se haga justicia, que colabore con esa causa. Estamos parados en ese lugar. No vamos a fingir una neutralidad o un lugar de asepsia que no existe.

–La pregunta apuntaba a si intentaron hablar con algún responsable del sector policial, por ejemplo...

D. R.: –No, no lo intentamos. Nos paramos desde ese lado. Sí buscamos los testimonios en el juicio. Me pareció que la palabra de ellos tenía que estar, pero con los testimonios en el juicio, que son muy fuertes y con el modo en que ellos se defienden que, además, es muy escueto: “Yo no estuve ahí”. No es que ellos dicen: “El chico me provocó”. Ellos niegan todo. La negación que hacen es muy radical. Procuramos no editorializar, no bajar línea, que los hechos hablaran. No hay off en la película, solamente unas placas muy chiquitas.

Mauro Gómez: –Las placas se utilizan para completar la información más que nada. No son una bajada de línea ni mucho menos.

–¿Por qué creen que se intentó tapar este asesinato?

D. R.: –No hay nadie preso por el asesinato de Julián. Lo que puedo decir es que todos los casos que aparecen en la película hasta el momento están impunes. No sé si es complicidad del Poder Judicial o por lo menos desidia: todos los casos “salen con fritas”. Siempre se juzga que no hay prueba suficiente, que los testimonios de los testigos no alcanzan. Nada parece ser suficiente para que se haga justicia.

M. G.: –Y, además, lo poco que sale, sale distorsionado. Acá no llega ese tipo de casos. Lo poco que sale en Chubut es el caso de Julián, que “murió por coma alcohólico”, que en el caso de Iván Torres “los testigos que no murieron se suicidaron”. Entonces, lo poco que sale es distorsionado de esa manera. La complicidad con los medios de comunicación es algo que ayuda a mantener la impunidad que tienen.

–¿Creen que hubo complicidad entre la policía y los medios de comunicación de Trelew?

M. G.: –Sí, por supuesto. Estuvimos discutiendo bastante tiempo poner o no las fotos del cadáver de Julián. Nos parecía muy fuerte ponerlas, pero por otro lado era algo contundente en contraposición con la nota periodística de un diario que decía que “hallaron muerto a un joven de coma alcohólico”. Incluso, hasta parecía necesario. La discusión terminó en el momento en que nos vimos casi obligados a ponerlas.

D. R.: –Al haber sido ésa una especie de coartada policial, la manera de desarticularla era mostrar y decir: “Mirá cómo le dejaron la cara a este chico. ¿Eso es coma alcohólico?”.

–¿Este accionar forma parte de un grupo o es la estructura policial de Trelew que está corrompida?

D. R.: –Es una pregunta difícil. Yo diría que es la estructura policial de Trelew que está corrompida. Mientras estábamos haciendo el montaje de la película, apareció quemado en una celda un chico llamado Mauro Castaño. Es decir, es como si hubiese un continuum. Está todo el tiempo pasando algo por el estilo. Hay una situación de violencia estructural a cierta clase de pibes que, generalmente, son morochitos, pobres.

–Después de investigar para el documental, ¿a qué conclusión llegaron respecto de cuál puede ser el interés en cometer este tipo de asesinatos?

M. G.: –La película tiene una base que se fundamenta justamente en eso. La pregunta que nos hacíamos era: ¿por qué pasa? Y por qué pasa no es el porqué se mata a alguien, porque eso sería bastante sencillo de responder. El porqué pasa que un policía agarra a un chico y lo mata a piñas: ¿Por qué tanta violencia? ¿Por qué tanta furia?

D. R.: –No hay balas en ninguno de los muertos que investigamos para la película. Hay saña, hay violencia física, un deseo de hacer daño con sus propias manos. Uno puede pensar en una visión marxista de manual: la policía como herramienta de control social protege a una pequeña burguesía de los laburantes y de la gente más pobre. Ahora bien, ¿termina eso de explicar todo cuando ves que desfiguran a trompadas a un chico? No, ahí hay una cuestión filosófica muy profunda, que tiene que ver con lo que le pasa a un tipo cuando dispone de un pequeño poder y no está preparado psíquicamente, intelectualmente ni mentalmente para ejercerlo. Y se ensoberbece con el uso de ese poder. O sea, no alcanza con una visión política del asunto. Hay una cuestión que tiene que ver con el mal: ¿cómo llega un tipo a pervertirse así?

–¿Sigue habiendo miedo de hablar de éste y de otros casos en los habitantes de Trelew?

M. G.: –Sí, el hecho de que las personas vayan a hacer una manifestación a la puerta de la comisaría con máscaras no es un hecho poético. Es el miedo. Hubo personas que no quisieron hablar. Aun así, personas que hablaron reconocieron el miedo que tenían a hacerlo y mencionaron cosas que les pasan cotidianamente. No es sólo que, por ejemplo, pasó un hecho y ya está. Sigue habiendo situaciones de hostigamiento constante contra esas personas. O se les cagan de risa en la cara a los familiares de las víctimas. Entonces, es algo que no se puede evitar: el miedo a la muerte está.

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“En los casos no hay balas: hay saña, un deseo de hacer daño con sus propias manos”, dicen Gómez y Riera.
Imagen: Arnaldo Pampillón
 
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