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Miércoles, 15 de julio de 2015

JUAN PABLO GóMEZ ESCRIBIó Y DIRIGE PRUEBA Y ERROR, DE LA COMPAñíA UN HUECO

Procedimientos que hacen a la disciplina

El tercer opus de la compañía es un “drama contemporáneo” que aborda los vínculos familiares, el dolor y la furia al interior de una familia, y cómo los chicos quedan atrapados en las miserias de los adultos. Puede verse los jueves en Timbre 4.

 Por María Daniela Yaccar

La compañía Un Hueco tiene una preocupación esencial. “Para que el teatro ocurra y no se convierta sólo en tradición, algo de la forma tiene que alejarse de eso. No tiene que parecer teatro inmediatamente. Hace años que las novelas no empiezan con ‘había una vez’. Hay una crisis del relato teatral”, dice a Página/12 Juan Pablo Gómez, dramaturgo y director de Prueba y error, el nuevo espectáculo del grupo. Hace cinco años el trío de actores que lo compone –Nahuel Cano, Patricio Aramburu y Alejandro Hener– sorprendía con una obra llamada, justamente, Un hueco. Sucedía en el vestuario del club Estrella de Maldonado, para apenas veinte espectadores. Hicieron 350 funciones, durante cuatro años. Prueba y error, su opus 3, es resultado de una búsqueda distinta, aunque es también un trabajo experimental, enfocado en los procedimientos que hacen a la disciplina.

Varias veces dice Gómez que el del grupo es “un trabajo intuitivo”. “Queríamos incorporar mujeres y laburar en un espacio contrario al de Un hueco: uno grande, abierto, sin límites. El caldo de la ficción son esos motores. No teníamos una premisa temática. Y yo tenía ganas de que ellos actuaran movidos y condicionados por algo muy exógeno: la niña lo es”, cuenta Gómez. “La niña” es la actriz Luna Etchegaray, de 12 años. En Prueba y error ella es Camila, hija de Sergio Grey (Aramburu), un artista plástico que trata a su hija como si fuera una carga. O “la destrata”, sugiere Gómez. La compañía Un Hueco se caracteriza por no partir de tópicos. Pero para sintetizar, podría decirse que ésta es una obra sobre los vínculos familiares, el dolor y la furia al interior de una familia, y sobre cómo los chicos quedan atrapados en las miserias de los adultos. “El título apareció al final de la obra. Y es porque trabajamos sin plan, porque los vínculos preceden al trabajo. El título es honesto porque todo fue así: la escritura, la instalación en el espacio, el trabajo de encontrar a la niña y conservarla. Prueba y error remite a la crianza y al trabajo del arte. La obra nos costó”, admite Gómez.

Este “drama contemporáneo” está teñido por el interés de darle una vuelta de tuerca a los procedimientos teatrales. Una puerta que se va corriendo de lugar es uno de los pocos elementos escenográficos en la enorme sala de Timbre 4. Hay unos personajes que están en el limbo entre la ficción y la realidad: ayudan a los personajes de la trama en algunas acciones, los contienen en momentos de ira y, por largos ratos, iluminan sus rostros a la vista del público. El elenco lo conforman Hener, Cano, Aramburu, Etchegaray, Anabella Bacigaluppo, los bailarines Ezequiel Sánchez y Manon Cotte y el pianista Santiago Torricelli. Las funciones son los jueves, a las 21, en México 3554. “Con una obra más grande que Un hueco, el desafío es pasar al ataque en relación a la conquista del público. Muchas veces el teatro de mayor singularidad y experimentación está en retirada. Nos encerramos, hacemos una obra para veinte personas y la sostenemos. Mientras, la porquería de la televisión y el teatro comercial avanza”, dice Gómez. Y agrega que aunque el de la compañía es un teatro experimental es, también, “popular”: “Reivindicamos esa noción aunque haya sido secuestrada por Miguel Del Sel”.

–¿Cómo fue trabajar con una nena de 12 años?

–Luna llegó a través de María Laura Berch, que hace castings. Estuvimos mucho tiempo buscando. El desafío era el hecho de que Luna no tiene un lugar de lo infantil como signo. Actúa completamente, a la par de ellos. No es que tiene un texto, dice “sí” o pasa. Tiene que llevar la línea de acción en un montón de momentos. La obra es compleja en cuanto a marcas y detalles, y ella es una máquina de retener, muy eficaz. La familia apoyó un montón y eso facilitó las cosas. La obra es fuerte y para adultos. Y ella está una hora y media en escena, tiene que estar concentrada, ve cosas feas, le dicen cosas feas... a los padres les dijimos “no pasa nada, trabajamos con súper amor, pero ésta es la obra”. Trabajé mucho con Luna sobre su comprensión de la escena. Le hago mucho la cabeza, le digo que piense cosas. La obra juega todo el tiempo con el lugar infantil, pero con estos actores adquiere crueldad, cierta textura y espesura.

–En Un hueco, el punto de partida de la ficción fue el espacio. ¿Cómo trabajaron en este caso?

–Aunque es, también, una creación colectiva, esta obra está más apoyada en mi escritura. Todavía estamos entendiendo de qué va la obra, qué cosas baja, qué opinión nos merece. No nos apuramos. Yo no tengo hijos, así que no tengo discurso en relación a eso. Me parecía interesante ver qué generaba filo en la ficción y todos fueron aportando. Este texto apareció hace un año y medio. Cuando me pongo a escribir utilizo situaciones y energías de las improvisaciones, porque sé lo que puede dar cada actor. Este fue un proceso que nos generó mucho desconcierto. La obra es una versión ficcionalizada de nosotros mismos: aparece el que es dejado de lado, el que quiere un tipo de vínculo, el amor, el desamor, los vínculos jerárquicos internos.

–¿A qué se refiere cuando dice que hay una crisis del relato teatral?

–La cartelera porteña es un poco ingenua al respecto. Me refiero al relato que cierra, que deja un mensaje, con un sentido determinado. Para nosotros, en cambio, no hay nada que se pueda decir de antemano fuera de estos actores, del encuentro con la niña... No hay algo que quiera transmitir fuera de este mundo ficcional, utilizando a los actores para eso. Los sentidos están moldeados por las personas, no por el texto. La obra tiene una trama muy abierta.

–¿Por qué?

–Hay una lucha entre la historia en el sentido más clásico y todo lo que ocurre alrededor. Queremos que esa lucha se mantenga viva, como malestar. Al espectador le puede producir malestar ver lo que le ocurre a Camila. Y también lo que le hacemos a Luna, lo que la obligamos a presenciar. Hay algo no pleno en cómo se arma la historia: sucede la historia y hay tres personajes afuera, chusmeando, desafectadamente. Si hubiera un tema en la obra es ése: lo difícil que es empatizar. Todo el tiempo hay personajes no empatizando con lo que les pasa a los otros personajes. Eso da cierta pista sobre la función del público, que empatiza y no, todo el tiempo. En cambio, en Un hueco, el procedimiento era completamente empático. Estábamos muy cerca, metíamos al público en un vestuario.

–Da la sensación de que en la exploración de los procedimientos teatrales se acercan al cine.

–Hacemos mucho desmonte de las películas de John Cassavettes. Un hueco es prácticamente una glosa de Maridos. Para esta obra miramos mucho Opening night. También Torrentes de amor: con esa peli estás media hora sin entender qué pasa, como si hubieras llegado tarde a una conversación. Así empieza nuestra obra, que pretende ser un drama contemporáneo. Nos preguntamos cómo narrar un drama que no sea un embole, para un espectador despierto, que tiene que laburar. Un drama contemporáneo no explica muchas cosas. El espectador de televisión y series está acostumbrado a un relato más sincopado. El estudio de la estética cinematográfica ha logrado extraer cosas más interesantes que el de la teatral, que muchas veces tiene un discurso muy académico. Pienso mucho en procedimientos cinematográficos y en cómo extrapolarlos al teatro.

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“Hay una crisis del relato teatral”, sostiene el dramaturgo Juan Pablo Gómez.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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