espectaculos

Domingo, 27 de diciembre de 2015

OPINIóN

Cuatro diciembres

 Por Eduardo Fabregat

Es diciembre de 1983, y el Coliseo está lleno, y ya va una hora y media de show y el Flaco no da signos de que la cosa vaya a terminar. Y está bien, nadie quiere que termine. Ya sonó todo Bajo Belgrano y algunos temas de Alma de diamante y Los niños que escriben en el cielo, y algo de Mondo di Cromo que es el otro disco que presenta Spinetta hoy. Luis, no el de arriba del escenario sino el de fila 12 un poco a la izquierda, lo disfruta como siempre pero no consigue concentrarse del todo: a la altura de “La diosa salvaje” –y eso fue al tercer o cuarto tema– se dio cuenta de que al lado suyo hay una chica, y que solo el perfil ya le llamó más que la atención. La chica está con una amiga y Luis está con un amigo, pero cada tanto ellos que quedaron en butacas pegadas coinciden en el gesto de admiración ante algún pasaje maestro de Luis Alberto, o suspiran del mismo modo cuando suena “Maribel se durmió” o “Vida siempre” o “Era de uranio”. Hay algo entre los dos, y hubo más de un cruce de miradas y por eso Luis no se concentra del todo y percibe que ella tampoco. “Me tuve que poner unas pichicatas...”, está diciendo Luis Alberto. “¡Un aplauso para mi vieja que está ahí y me puso unas pichicatas para que pueda cantar! Vamos, Julia...!”, dice y de repente la chica de al lado levanta la voz y grita “yo soy Julia, como tu vieja”, y el Flaco mira para la fila 12 un poco a la izquierda: “¿Vos sos mi vieja, flaca? Ah, sos tocaya, te llamás Julia, claro. Qué incesto, si fueras mi vieja...”, y todos se ríen y Julia y Luis el de la fila 12 también pero además se miran ahora de frente y se ríen juntos, y el Flaco ya está presentando el tema, “a ver, bueno, supongamos que explotara una bomba de esas que están haciendo... uno de esos Avernos que están fabricando en algún laboratorio bélico y que no quedara ni el loro, es decir queda muy poca gente y este personaje, sobre una bruma de materia fosforescente que quedó porque se pudrió todo, el tipo está abandonado y ve una vía de tren que se mete por ahí...”, dice y todos ya adivinan lo que viene y Jade se pone a tocar “Yo quiero ver un tren” y Luis siente que la noche del Coliseo ya es perfecta y no solo por la música.

Luis y Julia se van juntos. Los amigos quedan atrás, no importan y además entendieron que no tenían baza en el asunto, o quizá ellos también se fueron juntos pero a Luis y Julia les tiene más bien sin cuidado porque de pronto están en una burbuja en la que solo existen ellos dos. Hablan del Flaco y de la vida, de las canciones y cómo esas canciones se aplican a cada uno, de Julia la madre de Lennon y Julia la madre de Luis Alberto, de las ganas de arrancar la facultad ahora que va a asumir Alfonsín y necesariamente las cosas tienen que cambiar, del miedo que se acaba, de un verano que estuvieron al mismo tiempo en Gesell pero claro, no se conocían. Hablan y hablan, Julia y Luis, como queriendo ganar tanto tiempo perdido de no conocerse. Y al final de la noche finalmente se besan pero Julia tiene que irse porque debe acompañar a sus padres a algún asunto familiar, y le escribe su teléfono en la mano y se va y a Luis volviendo a casa lo agarra una lluvia que borra el número y la memoria resulta complicada. Luis y Julia nunca vuelven a encontrarse.

Es diciembre de 2009, y el Flaco toca en Vélez. No sólo toca en Vélez: está otorgando un regalo inolvidable, está juntando a las Bandas Eternas, está haciendo realidad el sueño imposible de miles y miles que llenan el estadio de Liniers y se emocionan, se les hace carne de gallina y agua en los ojos. Acaba de sonar “Perdonado” y Luis, no el del escenario sino el que está en la fila 18 hacia la derecha, siente que no puede más, que el pecho le va estallar, que Invisible es demasiado, que no pueden tocar así tantos años después y entonces, dos filas adelante, la ve. Y el tiempo se detiene. Y el tiempo vuelve atrás y adelante.

Luis y Julia vuelven a irse juntos, y ya no son chiquitos pero tienen mucho para decirse y se lo dicen, y al final de la noche vuelven a besarse. Pero esta vez no se separan.


Es diciembre de 1977, y Aníbal espera en la oscuridad de una sala de cine en Mar del Plata. No es habitual hacer una salida con el padre –no es habitual el padre, punto– pero allí están, en un raro programa compartido. Aníbal tiene diez años y sospecha que su papá no tiene muchas ganas de ver esa película, y por eso el momento le parece doblemente valioso. Se apagan las luces, pasan propagandas, pasa el noticiero, aparece el bigotudo ese de uniforme que provoca muchos comentarios en la familia pero después les dicen a Aníbal y a su hermana que ni se les ocurra repetir afuera de casa lo que acaban de escuchar, que hay orejas por todas partes. Aníbal no termina de entender eso de las orejas por todas partes, mira y solo ve las orejas de la gente, las orejas peludas de don Pepe el verdulero y las orejas con aros gigantes de María la almacenera pero no repite eso de milicos hijos de puta, las instrucciones fueron bien claras.

Por fin, se terminan las “variedades” y empieza la película, aparece el cartel y las trompetas de la 20th Century Fox y el papá hace el chiste de “ufa, ya la vi” y Aníbal hace como que se ríe aunque su mamá ya se lo hizo tres o cuatro veces, y a Aníbal se le ocurre que es raro que su mamá y papá puedan coincidir en esas cosas pero ya no vivan juntos pero el pensamiento pasa volando, no, desaparece, porque de repente la pantalla explota con un cartel de letras amarillas y una orquesta que inunda todo, y algo que Aníbal nunca vio antes: uno, dos, tres párrafos que avanzan por la pantalla y se van hacia el espacio. Y arriba de todo dice “Episodio IV - Una nueva esperanza”, momento, algo no está bien, Aníbal quiere preguntarle al padre cómo que episodio 4 si esta es la primera película, dónde están las anteriores, cuándo las dieron, no vamos a entender nada porque falta ver tres películas. Pero a su papá no le gusta que hablen en el cine, y además es su papá el que se inclina y le susurra “no hay ninguna anterior, no te preocupes, vas a entender todo”.

Aníbal entiende todo. Un rato después, no sabe cuánto porque perdió toda noción de todo tiempo y lugar, no puede pensar más que en la Fuerza y los Jedi y en el extraño terror que provoca esa figura alta y vestida de negro con esa máscara, la pura maldad, y los soldados de armadura blanca y el uniformado de cara afilada que hace volar un planeta entero –milicos hijos de puta– y los robots y los jawas y la cantina espacial y las naves rebeldes entrando a las trincheras de la Estrella de la Muerte con un efecto de vértigo que nunca sintió en el cine y su favorito, el pirata espacial y su amigo peludo y grandote surcando el hiperespacio con la chatarra más veloz de la galaxia. En los días, los meses que seguirán Aníbal jugará casi siempre a ser Han Solo, está bueno lo del sable de luz pero es mucho más divertido manejar el Halcón Milenario. Su papá sale más convencido de lo que entró, después lo escuchará comentar con un amigo que no es el cine que a él le gusta pero que es una linda historia y que a todos les gustan las historias bien contadas. Para Aníbal es mucho más que una linda historia y va una y otra vez al cine a verla, nada será igual después de La Guerra de las Galaxias.

Es diciembre de 2015, y Aníbal espera en la oscuridad de la sala. No necesita explicarles nada a sus hijos, vieron juntos todos los Episodios y lo único que hace es guardarse sus opiniones sobre algunos giros desafortunados –ay, Jar Jar Binks y los midiclorianos, qué necesidad–, pero ahora están todos de acuerdo en que la excitación y el entusiasmo serán recompensadas, que hay viejos amigos esperando por el reencuentro, que es probable que J. J. Abrams haya entendido todo.

Abrams entiende todo. Un rato después, no saben cuánto porque otra vez perdieron noción de todo tiempo y lugar, otra vez esa electricidad, multiplicada por la de los pibes, la fantasía como puro goce. Leyendas contadas frente a un fuego o leyendas contadas frente a una pantalla luminosa, lo mismo da. Y Aníbal se emociona cuando aparece el viejo y querido Han Solo que sigue siendo un pirata espacial, que no sentó cabeza, que sigue surcando el hiperespacio con su amigo peludo y su chatarra más veloz de la galaxia. Está Leia y está Luke y Artoo y Threepio y hay mucho para entusiasmarse en la nueva generación, pero Han sigue siendo su favorito. Y al final está ahí lagrimeando, tan grande y tan pibe a la vez, y se encienden las luces y los pibes dicen pa, tenemos que verla de vuelta y Aníbal dice que por supuesto, porque la Fuerza está despertando y porque la Fuerza es poderosa, y porque al cabo todos queremos que nos cuenten una buena historia.

Compartir: 

Twitter

 
CULTURA Y ESPECTáCULOS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.