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Jueves, 2 de noviembre de 2006

ENTREVISTA A JAIME LABASTIDA

“No nos interesa trabajar con libros de ocasión”

El director de Siglo XXI, editorial de raíz mexicana con filial en la Argentina, llegó a Buenos Aires para brindar dos conferencias. “Las dictaduras rompieron la estructura comercial del libro en América latina”, señala.

 Por Angel Berlanga

Si veinte años no fueran nada, como propone “Volver”, ¿cuarenta tal vez sí? Ese tiempo es el que ha pasado desde octubre de 1966, cuando Arnaldo Orfila publicaba en México los primeros libros de la flamante editorial Siglo XXI, una de las dos casas de raíz local que sobreviven allí desde esa época en un rubro descalabrado en América latina por las continuas debacles político-económicas y “dominado” últimamente por los grandes sellos multinacionales. A dos años de su participación en el Congreso de la Lengua, el poeta y filósofo Jaime Labastida, actual director de la editorial, volvió a la Argentina –donde funciona la filial dirigida por Carlos Díaz– para dar un par de conferencias; a la que dio ayer, a propósito de las experiencias de Siglo XXI y del Centro Editor para América Latina, hoy a las 17 sumará “La construcción del sujeto científico”, ensayo que leerá en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

“Me interesa extender cada vez más las posibilidades de que la gente tenga acceso a la cultura –dice en diálogo con Página/12–. La imprenta logró algo de una importancia extrema: la democratización de la cultura. No es que crea que la razón tenga que ser democrática, ni en los vicios de la democracia –en los que tampoco creía Borges–, pero me parece que generar posibilidades más o menos comunes para que la gente pueda desarrollar inteligencia y sensibilidad es lo máximo que se puede hacer.” “Ahora se habla mucho del peligro de la globalización, que determinados avances tecnológicos lanzan a la calle a una gran cantidad de gente –agrega Labastida, y ejemplifica–. Con la imprenta, los pendolistas perdieron su trabajo, pero cuántos, gracias a ella, lo hemos tenido después. Incluso los profesores.”

–¿Cree que Internet, el libro electrónico y las bibliotecas virtuales modificarán la industria editorial?

–No creo. Desde hace años se habla de la muerte del libro, de las ideas en papel; incluso lo ha hecho gente muy respetada, como Umberto Eco. En este momento no hay nada más efímero que la tecnología asociada a las formas computacionales: cada seis meses tenemos que renovar equipos. El verdadero problema está en otro lado: yo creo que la gente ha exagerado muchísimo la información que se proporciona a través de estos medios. Porque es información, no formación. Por otra parte, la gente que se ha formado en los libros y la que ahora sigue leyéndolos tiene otras formas, incluso, de sensibilidad; para mí el olor del papel, de la portada, todo esto, no podrá sustituirse por el proceso electrónico. En Internet se ponen las obras que ocupan mucho espacio, que serían muy caras de editar; la Enciclopedia Británica es costosísima, pero ponerla en un disco es barato. Otra vez: es información, no lectura. Lo más importante es cómo ha cambiado la técnica de impresión del libro; yo todavía tuve que corregir galeras en plomo y prensa plana, y aquello era lentísimo, lleno de erratas. Ahora es un disco; los costos se han abaratado, se democratiza la razón y la gente tiene mayor acceso a comprarlo. Siempre y cuando haya suficientes librerías: en México están quebrando y cerrando muchas. Pero aquí sí abundan.

–¿En qué contexto se fundó Siglo XXI?

–En ese momento estaba muy viva la Guerra Fría y todos vivíamos bajo el temor de que con la bomba atómica tal vez no amaneciéramos el día de mañana. En ese momento Orfila empieza a publicar libros que son una novedad desde el punto de vista filosófico e histórico, obras vigentes y surgidas en ese mismo momento. El existencialismo, por ejemplo, llega a nuestros países 15 o 20 años después de haber sido producido, mientras que el estructuralismo llega en el mismo momento que se produce; quiero decir que nos hizo más contemporáneos con lo que se producía en otras partes. Esto ahora ya es común, pero en aquel momento no lo era tanto. Ahora sufrimos, nosotros, porque algún libro que queremos publicar nos es ganado por las agencias literarias que están en España o en cualquier otro lado y compran rápidamente los derechos.

–¿Es muy común que los grandes grupos “capten” autores que antes publicaban con ustedes?

–Aquí hay un primer problema: las agencias literarias empezaron a dividir el idioma español en varias parcelas. Y entonces el pago por los derechos de autor se incrementó: México y Centroamérica es una cosa, el Cono Sur otra, España otra, los países andinos... Nosotros en general compramos para todo el orbe de la lengua, para poder publicarlos simultáneamente en México, Argentina y España. El fenómeno tuvo consecuencias, quizá positivas para el autor, que cobraba más, pero nosotros teníamos problemas, porque una obra que publicábamos en México de repente se encontraba con la competencia del mismo libro importado como saldo desde España. Nuestra política editorial pretende trabajar con libros permanentes, de catálogo, que luego de 20 o 30 años sigan publicándose, que la gente siga necesitándolos. No queremos libros de ocasión.

–Hace unos días estuvo aquí Roberto Zurbano, editor de Casa de las Américas, y decía que para las editoriales de raíz local la distribución era un gran problema. ¿Coincide?

–Sí. En los años ’60 y ’70 nosotros distribuíamos más del 30 por ciento de nuestros libros en América del Sur, Uruguay, Argentina, Chile. Después las dictaduras rompieron la estructura comercial y ha sido muy difícil volver a reestablecerla. Tenemos muchos problemas de circulación mercantil; a veces no sabemos cómo enviar los libros, porque el transporte es muy caro.

–¿Los libros que publican en la filial argentina se publican también en México?

–Algunos, no todos. Porque muchos tienen interés local, no tendrían mercado suficiente. A algunos, como los de Beatriz Sarlo, los reproducimos, por supuesto; pero otros no tienen interés para el público mexicano. Los de la serie “Ciencia que ladra” también han sido tomados en cuenta incluso para bibliotecas escolares, allí, y hemos reproducido varios miles de ejemplares.

–¿Cuál es el perfil de la editorial? ¿Por qué publican tan poca narrativa?

–Este es un problema que se arrastra desde mucho tiempo atrás; en alguna ocasión se lo planteé a Orfila y me respondió que se publicaba “lo necesario”. El perfil nuestro está muy caracterizado; la gente ve a Siglo XXI como fundamentalmente dedicada a las ciencias humanas y sociales, historia, economía, lingüística, política, filosofía. Aunque en la filial de aquí no se publica literatura, en la mexicana sí lo hacemos, aunque no en cantidad suficiente. Hemos abierto ahora dos concursos, uno de ensayo y otro de narrativa, con premios de 20.000 dólares. Para una empresa como la nuestra no está mal, ¿no?

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Labastida es poeta y filósofo. Se presentará hoy en la Facultad de Filosofía y Letras.
 
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