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Miércoles, 14 de febrero de 2007

MURIO ALICIA BRUZZO

Adiós a una mujer que lo intentó todo

Trabajó en cine, TV y teatro, y batalló hasta el fin con sus problemas de salud.

“En 1995 dejaron de llamarme de la televisión... venía de la intoxicación con propóleo en el ’92 de la que me recuperé con el saldo de una polineuritis, una enfermedad de la mielina que hace que los músculos no reciban buenos estímulos nerviosos. Empecé a sentirme tan mal que quise dejar de fumar y de tomar pastillas para dormir, que me habían acompañado toda la vida. Ahí engordé como una cerda.” La brutal confesión de Alicia Bruzzo a Marta Dillon, en un reportaje publicado por Las 12 en mayo de 2001, da una idea de las dificultades que debió atravesar la actriz en los últimos años: anoche, a los 51 o 56 años –las biografías disponibles no se ponen de acuerdo en el dato, aunque su currículum lleva a hace más confiable la segunda hipótesis–, Alicia Bruzzo murió en el Instituto Fleni. La causa fue una descompensación pulmonar por la que debió ser trasladada de urgencia hace una semana desde Mar del Sur, aunque a los problemas de salud que citaba en aquella nota se había agregado en los últimos tiempos un tratamiento contra el cáncer.

Nacida en un ascensor de la maternidad Sardá, Bruzzo inició estudios de abogacía, pero nunca llegó a recibirse: luego de trabajar animando fiestas infantiles junto a Pipo Pescador, al despuntar la década del ’70 ya estaba trabajando en televisión (El monstruo no ha muerto, de Narciso Ibáñez Menta; Nacido para odiarte y Un extraño en nuestras vidas, de Alberto Migré), un medio que le dio grandes satisfacciones. Su aparición junto a galanes como Carlos Estrada en El joven Albéniz y Rodolfo Bebán en la versión para TV de Cumbres borrascosas le fueron abriendo camino para su primer gran éxito, El Rafa, de 1981: allí encarnó a Susana Delmónico, mujer fatal que enamoraba al Cholo (Carlos Calvo) y cuyas libertades irritaron a los censores, que “solicitaron” a Abel Santa Cruz que casara a los amantes. En el mismo medio se vería su participación en Pobre Clara y Alta comedia, gracias al cual ganó dos Martín Fierro a la Mejor actriz.

Figura habitual en la pantalla chica, Bruzzo transitó menos los escenarios teatrales, aunque tuvo algunos papeles clave: en 1972 compartió cartel con Alfredo Alcón para una versión de Las brujas de Salem y luego apareció en La rosa tatuada, Alta en el cielo y Yo amo a Shirley, obra por la cual ganó el Konex y el María Guerrero en 1991. Catorce años después, luego de haber participado de la exitosa Monólogos de la vagina, la actriz se dio el gusto de reponer esa obra en Mar del Plata, esta vez acompañada por su hija Manuela, fruto de su matrimonio con el director Raúl Serrano.

En el cine y desde su debut con Me enamoré sin darme cuenta (1972, Fernando Siro), la actriz participó en casi veinte películas, con títulos como Las venganzas de Beto Sánchez (Héctor Olivera, 1973), La isla (Alejandro Doria, 1979), Sentimental (Sergio Renán, 1980), Una sombra ya pronto serás (H. Olivera, 1994), El Che (Aníbal Di Salvo, 1997) y La mitad negada (Augusto Fernandes, 2003). Pero su rol más resonante fue el de Pasajeros de una pesadilla (Fernando Ayala, 1984), la película basada en el “caso Schoklender”. La ausencia del medio por sus problemas de salud le dio tiempo para iniciar una carrera como artista plástica –sobre todo en formato digital–, montando varias exposiciones.

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El trabajo de Bruzzo le valió dos premios Martín Fierro, un María Guerrero y un Konex.
 
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