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Viernes, 29 de junio de 2007

LOS PRODUCTORES DEL GRUPO FARSA HACEN UN ANALISIS DE LA INDUSTRIA DEL VIDEO MUSICAL EN LA ARGENTINA

“La idea es tomar cada clip como una pequeña película”

Su trabajo para artistas tan disímiles como Arbol, Catupecu Machu, Attaque 77 y Pimpinela los posicionó en un medio que agotó los recursos arty y buscó nuevas formas. Eso no significa que eludan fácilmente los límites que imponen las cadenas de videos ni que tengan modos de estrella: “Hay que ponerle muchas ganas, porque los presupuestos nunca son demasiado altos”.

 Por Julián Gorodischer

Están acostumbrados a deformarse y a deformar: así son los cinco monstruos que apoyan (a pedido del fotógrafo) las caras contra el vidrio, para que se transformen en otra cosa. Se achatan las narices y se expanden las bocas; se desvían los ojos y se empalman sus extremidades hasta asemejarlos a una única criatura que le compite el podio al calamar gigante de The host (Joon-ho Bong, 2006). Curioso pero cierto es el caso de la multitud de estrellas de rock que contratan los servicios a estos directores y productores mimados por la industria y los aficionados, cinco ejecutores que encarnan un sueño argentino nacido y criado en Haedo (su isla), artífices de Farsa, el grupo que introdujo narraciones en el territorio gastado por misceláneas y playback ilustrado de cantantes y bandas. Luego de cinco años, empezando por el video que le hicieron a Arbol (“Cosaquosa”), se han convertido en los reyes del video musical, requeridos desde Miranda! a Pimpinela, incluyendo a Kapanga y Attaque 77, con propuestas muy diferentes entre sí, pero unidas en el cambio de rol al que someten a los líderes de las bandas. Ellos lo hicieron.

Empezaron a circular imágenes renovadas que le cambiaron un cierto aire al panorama ajado de videos musicales para el lucimiento único de un vocalista. El Mono de Kapanga aparece en circulación doméstica, desmitificado como héroe suburbano al punto de mostrar el culo y permanecer “en bolas” durante todo lo que dura el clip de “Rock”, o los Smitten travestidos al punto de encantar a los programadores de MTV, pero de horrorizar a los de Rock & Pop TV, que se negaron a hacerlos circular porque “en MTV no entrará la sangre, pero en Rock & Pop TV no entra la mariconada” (dice Berta Muñiz, ex VJ de MTV e integrante de Farsa). ¿Qué otras imágenes componen este catálogo de momentos impensados en un paisaje infrecuente de rockeros heavy travestidos o chicos duros sensibilizados, como los Attaque 77 repentinamente inclinados a un kitsch romántico en el video de “Arrancacorazones”? Allí mismo, en ese clip protagonizado por Bárbara Lombardo, los Farsa decidieron contar una historia de desengaño, con símbolos riesgosos como la cajita de los recuerdos, definido por Walter Cornás, otro chico Farsa, como “una poesía como de Tim Burton, pero más marrón”. Ahí están, también, para quienes quieran aproximarse a su estética con préstamos de su propio cine fantástico (desde Plaga zombie a Filmatrón) los videos de Bahiano (“Sales”, con una banda de mercenarios liderada por el cantante, contra una invasión de monstruos) y Arbol (“Cosaquosa”, con la banda convertida en un grupo comando que se infiltra en casas desde las piletas y ataca con bombitas de agua), tendiendo un puente común que desarma la ilusión que se sigue manteniendo en posiciones más erguidas y compuestas de ciertos videos de Gustavo Cerati, que no requirió los servicios de Farsa.

–Nuestra idea –se remonta Hernán Sáez a los inicios del boom– fue proponerles a los Arbol que tiraran bombitas de agua a la gente en “Cosaquosa”, perseguidos por la policía; la de ellos era interpretar a un grupo de buzos que se metía en la casas de la gente a través de las piletas para destruir. Para una banda vestirse de policías es lo peor del mundo y, sin embargo, confiaron en nuestro criterio y lo hicieron: aceptaron porque luego se pasaban al bando aquaterrorista.

–¿Qué cambió en el panorama de videclips luego de la irrupción de Farsa?

–Los tomamos como pequeñas películas –dice Paulo Soria– y aportamos historias. Fue contar algo más allá de vender a la banda. No sé si me parece importante que se cuente una historia, pero básicamente nosotros hacemos películas, y es la manera en que lo podemos encarar. Casi llegamos a hacer el último video de Los Pericos pero no pudimos; sí hicimos el último de Mambrú. Los enterramos.

Walter Cornás: –La ola llegó con el de Attaque 77, “Arrancacorazones”, porque Arbol no era una banda tan mainstream como es ahora. Es una historia muy melosa, con una cajita que guarda recuerdos adentro. Fue el ingreso a una compañía grande y fueron llegando Kapanga, los Pimpinela, el Bahiano, Mambrú.

Tal vez los Mambrú no se hayan enterado de que el video de “Ayer” estaba basado en They live, de John Carpenter, con los carilindos encerrados en un lugar oscuro “viendo la verdad a través de unos anteojos de sol”. “A lo mejor por eso –ironiza Paulo Soria–, Mambrú no volvió nunca más a grabar un disco.” “El origen de todo es el cine fantástico, aquello que los unió desde la infancia en las tardes de Haedo, función vermouth de Terminator, Tiburón o La guerra de las galaxias, pero hay margen para la comedia brillante que ilustra la pegadiza “Dónde están los hombres”, de Pimpinela, donde la curiosidad no es el coro y el ballet de bailarinas vestidas de novia ni la escalera en caracol digna de una época de oro, sino el propio Berta Muñiz camuflado como una bailarina más: pequeña hendija donde se filtra un aporte de sarcasmo en el dominio del pop pegajoso de consumo masivo. “Hay que ponerle muchas ganas –asume Paulo Soria, melena, lentes y camperón pura onda vintage–, porque los presupuestos nunca son demasiado altos. Nadie vive haciendo videoclips, salvo que se lo hagas a Diego Torres. El de más presupuesto que hicimos fue el de Pimpinela; el de más dificultad fue el de Catupecu Machu, con un escenario desarmable, con el pibe que entraba y salía de una habitación, pero en diferentes locaciones”. Walter Cornás elige resumirlo en la apelación a su propio ídolo: “Es lo más Michel Gondry que pudimos hacer en la Argentina”.

Hace poco citaron a una multitud de fans en el Jardín Botánico para filmar el clip “Obvios no”, de Migue García, y les pidieron a todos que registraran la actuación con una cámara digital; luego editaron el material definitivo hacia un resultado final, haciendo intervenir una de sus prioridades, una intervención política: introducir el punto de vista del fan. El efecto, en ese tema, es la aparición de un panóptico en el cual por una vez el poder queda para el público, como si esa gente tan entusiasta se devorara a Migue y sus músicos con las miradas, en reivindicación tardía del rol de la masa que apoya y que corea, como también se ve en el dvd Kapangstock que les encargó Kapanga.

–Ellos dicen que son Los Beatles de mierda y que nosotros somos los Monty Python de mierda –explica Walter Cornás–. Y como Los Beatles y los Monty Python fueron amigos, tiene cierta lógica. Nos dan la libertad de delirar.

–El show en vivo muestra lo que hay –sigue Paulo Soria–, pero está muy bueno lo que pasa en el escenario. Le dimos una camarita al Mono para que filmara y metiera la relación de Kapanga con el público.

Cuando se trata de poner el foco en la producción reciente de videos musicales, eso que los circunda (el ámbito en el que producen, la vara con la que se miden), Hernán Sáez dice que “hay una media en la que te das cuenta de cómo lo filmaron: quizá no tienen la organización necesaria o les falta un buen presupuesto. Se nota cómo están hechos. Hay ideas hechas a medias”. Las limitaciones llegan muchas veces de los requerimientos de las cadenas internacionales, como MTV, que no programaría “nada que hiera el sentimiento latinoamericano: no entraría un video en el que apareciéramos pisoteando una bandera de Uruguay”, dice Berta, que hace unos años presentaba videos en esa señal.

“Tampoco puede ser preponderante una marca –sigue–, algo que se tome como publicidad encubierta. El video que hicimos para 2 Minutos no rotó en MTV porque era muy sangriento, inspirado en La masacre de Texas. Pero no es grave; vemos que no pueden poner algo porque tienen sus formas”. Paulo Soria recuerda al video para Smitten “como si fuera uno amateur de fiesta de quince, con ellos vestidos de minitas; feo, muy feo, muy trucho, en colores pastel. A ellos y al sello les generó miedo por cómo les caería a las fans. A MTV le encantó; a Rock & Pop TV no le gustó”.

¿Hay una ideología Farsa? Tal vez, en presencia de un maratón de sus producciones, pueda llegar a concluirse que la intención es desacralizar eso que podría denominarse como “una ceremonia”. El hard rocker travestido o “en culo” podría funcionar como un símbolo que los representa: “Si lo hicimos –dice Soria– es porque está bueno mostrar un culo. Pero el culo que se ve no es del Mono, sino del bajista. Se lo propusimos y agarró viaje. Bahiano en bolas, en cambio, no rankeaba: ya es mucho pelado”. Los Arbol devenidos en policías (en “Cosaquosa”) podrían ser sumados a la serie desmitificadora/ corrosiva, como parte de una operación simple pero no menos transgresora que promueve como un lema la posibilidad de terminar con la demagogia del artista ante su séquito. Todos los que participan de ese plan (ellos mismos y los músicos deformándose como los monstruos tremendos que se ven en el video de “Sales”, o como los zombies que abundan en su cine, más allá de los videos musicales) se deforman como ahora mismo sucede con los chicos de Farsa, posando para la foto, sus caras reventadas contra el vidrio.

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Farsa forjó su estilo en funciones vermouth de Terminator, La guerra de las galaxias y el cine de terror.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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