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Jueves, 23 de agosto de 2007

ALEIDA GUEVARA Y LA “AUSENCIA PRESENTE”

“Mi papá se ganó el amor y el respeto que siempre le tuve”

Invitada por el Centro Cultural de la Cooperación, la hija del Che presentó un video en el que cuenta detalles de la vida cotidiana del revolucionario argentino-cubano.

 Por Oscar Ranzani

Aleida Guevara es médica, igual que su padre, y posee unos cimientos intelectuales muy fuertes sobre el valor de la Revolución. Igual que el Che. Aleida vive en Cuba y vino de visita a la Argentina en un viaje íntimo para seguir profundizando el conocimiento de los orígenes de su padre. Invitada por el Centro Cultural de la Cooperación, presentó el video Ausencia presente, en el que narra a cámara los recuerdos más emotivos que tiene de su padre, el Che, y en el que intenta dar respuesta a esa pregunta ineludible que le hacen siempre que viaja desde la isla: ¿cómo era el Che? A lo largo de media hora, es difícil no conmoverse con el inmenso cariño que logra contagiar Aleida y por el enorme afecto que su rostro transmite hacia quien, de alguna manera, siempre sentirá presente. De ahí el título del documental.

Cuenta Aleida en Ausencia presente que cuando tenía dieciséis años, un día se le ocurrió preguntarse por qué quería a su padre. “Los padres no siempre tienen automáticamente el afecto o el cariño de sus hijos. Hay que cultivarlo, hay que ganarlo”, sostiene. “Mi papá no había tenido tiempo para hacerlo. Sin embargo, siempre lo he querido, lo he admirado y lo he respetado. Entonces, me pregunté por qué. Y busqué en mi memoria toda una serie de imágenes, de recuerdos que han quedado. Y cada uno de ellos, de alguna manera, me fueron demostrando que, efectivamente, a pesar del poco tiempo que convivimos, mi papá se había ganado ese afecto, ese amor y ese respeto que siempre le he tenido”, afirma Aleida antes de comenzar a desgranar una serie de bonitos recuerdos de infancia, otros más tristes vinculados con el momento de la muerte del Che y los más actuales, referidos al momento en que sus restos fueron repatriados a Cuba.

Aleida describe en la película que cuando el Che salió de Cuba, ella tenía apenas cuatro años y son muy pocas las imágenes que conserva. De todos modos, hay una muy especial que no se le borra ni necesita reconstruir con comentarios de familiares. “Siempre alguien te repasa algo que pasó y tú lo revives, lo reintegras. Pero en este recuerdo, nadie ha interferido. Es una imagen que está en mi memoria y para mí es una de las cosas más tiernas”, dice Aleida, que la cuenta así: “Está mi padre vestido de militar y yo estoy mirando como de perfil a él y a mi madre (N. de la R: Aleida March). Es decir, mi madre está de espaldas a mi papá y en su hombro está la cabecita de mi hermano más pequeño, Ernesto, que apenas tiene un mes de nacido. El con una mano grande está tocando la cabecita del niño. Hay mucha ternura en esa escena. Yo tenía apenas cuatro años y medio pero recuerdo exactamente lo que estoy diciendo. Lo estoy contando y lo estoy viendo en imágenes. Y mi papá quizá se está despidiendo. No lo sé. Muchos años después, yo supe que ésos eran los últimos momentos con nosotros”, señala Aleida sobre la frescura de esa imagen. Ese es el tono de Ausencia presente: la confesión de lo más íntimo, lo más profundo, lo cotidiano en el mundo de la familia del Che.

En otro relato se puede vislumbrar la personalidad del revolucionario, esa postura moral del Che que se puede reconocer hasta en los actos más sencillos. Un día llegaron unos amigos a Cuba y el Che los invitó a cenar a su casa. “Mi papá como ministro fue siempre austero y renunció a cualquier tipo de prebendas o comodidades que no fueran las mismas de las que disfrutara nuestro pueblo. Por lo tanto, el alimento era en ese caso muy restringido en la época que estoy narrando.” Esa noche, recuerda Aleida en Ausencia presente, ella regresó del Círculo Infantil, donde había cenado. “Yo venía completa, sólo quizá para tomar un baño y dormir. Sin embargo, cuando vi los preparativos, yo quise participar también. Mi papá me intenta explicar que esto es imposible: que yo ya había cenado y que, por lo tanto, no lo podía hacer de nuevo. Es muy difícil convencer a un niño en esta situación y, además, yo también tenía mi dosis de mala crianza y empecé a llorar porque quería comer con ellos.” Fue entonces que el Che la tomó en sus brazos, la llevó hasta el cuarto y le dijo: “Cuando usted termine de llorar, llame que papá la viene a buscar”. Cerró la puerta y se fue. “Fue un momento de rápida reacción, no sé cómo llegué a abrir la puerta y cuando papi se sentó a la mesa, estaba yo a su lado diciendo: ‘Papá, la niña no llora más’”, concluye Aleida Guevara emocionada sobre ese recuerdo que le enseñó a creer que otro mundo era posible. Como siempre pensó su padre.

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Aleida vino a la Argentina para profundizar sus conocimientos sobre los orígenes de su padre.
 
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