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Sábado, 22 de septiembre de 2007

ENTREVISTA A USHIO AMAGATSU

“Lo diferente y lo universal”

El bailarín y coreógrafo presenta en el Teatro San Martín, en el marco del Festival de Buenos Aires, Kagemi, un espectáculo que renueva la danza Butoh.

 Por Cecilia Hopkins

Creada en 1975 por el bailarín y coreógrafo Ushio Amagatsu, la compañía Sankai Juku –nombre que significa “taller de la montaña y el mar”, dos elementos insoslayables de la geografía de Japón– se presentó el jueves por primera vez en Buenos Aires en el marco del FIBA con Kagemi, obra perteneciente al movimiento de renovación de la danza Butoh, expresión creada a fines de los ’50 por Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno. Llamada en los primeros tiempos Ankoku butoh o “danza que ilumina las tinieblas”, esta forma escénica toma elementos de las antiguas tradiciones del Noh y el Kabuki, además de aceptar ciertas influencias de la danza occidental. “Hay grupos que continúan siendo fieles al Butoh original –aclara el bailarín y director en una entrevista con Página/12–, pero yo, al pertenecer a la segunda generación, tengo otra experiencia en relación con sus fundadores, y otro concepto de esta danza.” Si bien también para Amagatsu el Butoh promueve una indagación acerca del hombre, su origen y su relación con el entorno, en su trabajo de entrenamiento psicofísico el artista pone énfasis en su relación con la fuerza de gravedad, en la búsqueda de un intenso diálogo entre cuerpo y universo. Este, precisamente, es el tema del taller para bailarines que está dictando en estos días (tiene incluso un libro publicado al respecto, Diálogo con la gravedad, editado en 2001). “A partir de 1965 estudié danza clásica y moderna”, resume el director. “En 1972, dos años después de haberse producido un movimiento estudiantil cuestionador del arte japonés, conocí a Hijikata y a Ohno y me introdujeron en el Butoh en forma natural.”

Recién en 1980, con 30 años cumplidos, Amagatsu realizó su primera visita a Europa. Desde entonces, reconoce su atracción por el contraste de culturas: “Los pueblos y sus diferencias hacen a la riqueza de la cultura, que puede ser diferente de un país a otro. Lo que no cambia, lo que es universal y común a todos los seres humanos son los sentimientos. Tal vez cambie la manera de expresarlos, pero el llanto o la risa, el rencor o la tristeza, eso es universal, aunque la expresión sea dispar. Por eso creo que la base de mi danza es la búsqueda de lo diferente y lo universal”, concluye. Aun cuando la compañía de Amagatsu reside en Japón, desde 1982 el Téâtre de la Ville, de París, ya financió más de diez producciones del grupo, y en 1992 Amagatsu recibió la condecoración de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, otorgada por el Ministerio de Cultura de Francia. Luego del estreno en París, las obras giran por el mundo con gran éxito. ¿Dónde cree el director que se funda la atracción que su arte ejerce en el público occidental? Amagatsu contesta: “En que la gente entiende que, a pesar de que no se usan palabras, hay algo que es común a todo el género humano: las emociones. Yo enfatizo la importancia de que aun no existiendo palabras, este arte puede llevarse por todo el mundo”.

La bomba atómica, los sufrimientos vividos en Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial son temas recurrentes del Butoh original. Pero también están presentes en Kagemi; la banda sonora lo anuncia con sus sonidos de sirenas y aviones, los intérpretes, con sus rostros distorsionados en un grito mudo: “Los mentores del Butoh tenían a Hiroshima entre una de sus vivencias directas y la trabajaron desde su personalidad”, aclara el director. “Yo no puedo soslayar ese tema porque es parte de la historia de mi país, pero tampoco puedo hacerlo como ellos porque yo no viví la guerra.” Kagemi significa “espejo” en japonés antiguo: “Con la obra busqué la imagen del espejo para hacer una metáfora y hablar de la profundidad del ser humano”, afirma Amagatsu. “Para mí, la palabra metáfora nombra algo similar a la mitología. Todos los mitos de todas las culturas son parecidos, por eso digo que el mundo imaginario de los seres humanos es también parecido”, continúa. Pero agrega también que con la imagen del espejo se refiere a la superficie del agua que permite reflejos y movimientos: “El agua es frágil, reproduce imágenes, se mueve, pero también permanece quieta aun cuando en la profundidad suceden grandes turbulencias”. Esta es, quizá, la clave para comprender que las grandes hojas de loto entre las que yacen seis de los bailarines, cuando comienzan a elevarse, intentan generar una ilusión. Así, la mirada del espectador parece introducirse, junto a los protagonistas, en el interior de una gran masa de agua.

Durante el montaje –expresión de una belleza minimalista en colores marfil y negro–, Amagatsu se reserva un papel protagónico: es él quien introduce a los personajes y su entorno, quien ejecuta un solo antes de conjurar el festejo macabro una vez que el tema de la guerra se instala en escena y es él quien cierra el espectáculo al ordenar que las aguas del estanque vuelvan a su nivel inicial. Si bien el director pertenece a esa mentada segunda generación del Butoh, su cuerpo conserva ciertas singularidades (tono muscular, contrastes, dinámica) ausentes en los demás intérpretes de la compañía, en virtud de que ellos representan al género reversionado ya en una tercera instancia.

* Kagemi estrenó el jueves y tendrá nuevas funciones hoy a las 20.30 y mañana a las 15, en la Sala Casacuberta.

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Kagemi significa “espejo” y es, para su autor, “una metáfora sobre el ser humano”.
 
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