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Sábado, 29 de septiembre de 2007

TERMINA LA COLECCION “NOVELAS COMPLETAS” DE JOSE PABLO FEINMANN

Tras la sombra de un filósofo

La sombra de Heidegger cierra la serie de nueve títulos que Página/12 ofrece a sus lectores. El escritor analiza el juego entre el pensador alemán y su personaje Dieter Müller.

 Por Silvina Friera

“Todo lo grande está en medio de la tempestad.” La frase la dijo en 1933 Martin Heidegger al cerrar su Discurso del Rectorado en la Universidad de Friburgo, en el momento de máxima cercanía con el nazismo. Y la recuerda un gris discípulo del filósofo alemán, Dieter Müller, al principio de esa carta dramática que le escribe a su hijo Martin, en 1948, con una pistola Luger sobre su escritorio, desde Buenos Aires, ciudad a la que llegó después de escapar de Alemania. Como las dos caras de la misma moneda, el hijo decide visitar al autor de Ser y tiempo en la década del ’60 para pedirle explicaciones por la tragedia en la que se vio sumergido su padre y toda una generación. “La filosofía, el pensamiento, es, a veces, tan intolerable que mata”, dice el hijo, con la misma pistola Luger, pero ahora sobre el escritorio del genio filosófico, el maestro de Alemania. En La sombra de Heidegger, el último libro publicado por José Pablo Feinmann, que Página/12 ofrecerá mañana a los lectores del diario, el escritor explora, desde la ficción, esa tempestad que generó el filósofo más influyente del siglo XX al haber suministrado una coartada teórica para la justificación de las matanzas masivas en los campos de concentración nazis.

La sombra de Heidegger –novela filosófica y de filósofos– se inscribe en un proyecto novelístico que Feinmann viene elaborando desde hace más de una década. Completa la trilogía integrada por La astucia de la razón (1990) y La crítica de las armas (2003). “Heidegger creía que entre Heráclito y él casi no había existido nadie, quizá le concedía un lugar a Hegel”, recuerda Feinmann en la entrevista con Página/12. “Cuando subió Hitler, Heidegger vio la posibilidad de ser el Führer filosófico de Alemania.” Sobre Dieter Müller, la sombra de Heidegger, el escritor señala que es un personaje muy complejo. “Müller no vio hacia dónde iba el nacionalsocialismo, lo que se le revela de modo brutal en la noche fatídica del encuentro con los nazis en Buenos Aires. Se negó a ver que el odio iba a engendrar el exterminio.”

–¿La novela plantea un paralelismo entre cómo se hacen nazis Müller y Heidegger?

–Müller se hace nazi porque Heidegger se hace nazi, pero lo que a Müller le falta es el odio. Müller es un nazi que no odia, entonces eso lo hace sentirse apartado de los nazis. En Heidegger, en el Discurso del Rectorado, las cosas están marcadas a fuego, cuando dice que “todo lo grande está en medio de la tempestad” y cuando usa la palabra Sturm, que es la de las tropas de asalto de las SA, un lenguaje que remite a la violencia. Heidegger se hace nazi porque cree que el Tercer Reich va a instaurar una relación auténtica entre el hombre y la técnica. Heidegger está planteando una tercera posición y no es casual que aquí Carlos Astrada lo haya asumido, hasta incluso se pensó en traer a Heidegger al Congreso de Filosofía de 1949. Heidegger dice que Alemania está atrapada entre dos tenazas: el nihilismo americano y el colectivismo soviético. Entonces Alemania pareciera ocupar la tercera posición, típica del peronismo. No en vano en los setenta todos los de Guardia de Hierro leían a Heidegger.

–¿Cómo explica el paralelismo que se establece entre Heidegger y Discépolo en la novela?

–Discépolo es una especie de Heidegger del peronismo. Hay un texto muy lindo de Bernard-Henri Lévy, aunque no me agrade tanto como filósofo, en el cual dice que el autoritarismo es hijo del día y no de la noche. Esto es notable porque el Heidegger de Ser y tiempo es el de la República de Weimar, un Heidegger sombrío, como es sombrío el texto. Pero el Heidegger del Discurso del Rectorado es luminoso, tiene fe, habla a la luz del día a sus estudiantes, convocándolos a grandes gestas guerreras. Discépolo, que era el sombrío compositor de los tangos más desesperados, cuando habla por la radio peronista y da las charlas de Mordisquito es un Discépolo luminoso, que dice que no cree más en las calles oscuras del tango, que ahora cree en el asfalto y en las luces que hay en los barrios pobres, que las puso el peronismo. Discépolo tiene una grandeza impresionante. Ese tipo desesperado que escribe: “Somos la mueca de lo que soñamos ser”, en el ’52 se pone al frente de un micrófono y dice que “el peronismo es la vida en tecnicolor”. Discépolo adhiere al autoritarismo desde la fe, o como diría Bernard-Henri Lévy “desde la luz”. El autoritarismo es hijo del entusiasmo, en Heidegger y en Discépolo.

–Hay un personaje que señala que Heidegger es tan genial en filosofía como limitado en política. ¿Este sería uno de los problemas de los intelectuales cuando intentan hacer política?

–Sí, es muy posible que los intelectuales cometan muchas ingenuidades y que sean muy limitados políticamente. En realidad hay muy pocos intelectuales que hayan hecho gran política. Lenin o Trotsky eran grandes intelectuales, pero fueron feroces. El intelectual no sirve para la política porque en la política no hay que reflexionar demasiado sino actuar con rapidez, tener una mirada penetrante para descubrir los motivos del otro, y sobre todo hay que dejar de lado muchas cosas para, si es necesario, pisar las cabezas que hay que pisar. (Roberto) Perfumo dice que para jugar al fútbol hay que ser malo. Creo que para hacer política hay que saber ser malo en determinados momentos. Los intelectuales son soberbios, hinchapelotas, insoportables, pero no sé si todos están capacitados para pagar el precio de saber ser malos.

–La reflexión sobre la relación entre intelectuales, militantes y el poder está en la trilogía que cierra con La sombra de Heidegger. ¿Qué variaciones presenta este tema en las tres novelas?

–En La astucia de la razón hay una especie de castigo de la historia. Lo que siente Pablo Epstein es que, al haber sido incapaz de apreciar la dimensión de la crueldad de la historia, no pudo evitar su castigo. Lo que neuróticamente piensa es que fue castigado por haberse atrevido a enfrentarse al poder. En La crítica de las armas Epstein tiene mucho miedo de morir por dentro y de que lo maten por fuera. Es un miedo muy comprensible porque muy pocos atravesaron la dictadura con las células enfermas adentro y las células militares corriendo a las células subversivas por fuera, y esto lo lleva a Pablo a la locura o a la cercanía con la locura. El siente que fue un joven arrogante que creyó que iba a poder cambiar algo de la historia, y al rozar siquiera al poder, el poder se venga de Pablo con toda su crueldad. No sé si esto pasa con Müller, que es bastante sagaz en ese sentido al haberse ido a tiempo de Alemania, pero paga carísimo el haber participado de un movimiento sin hacerse las preguntas adecuadas ni averiguar lo necesario.

–Cuando Müller se encuentra con Heidegger éste le advierte que es monstruoso lo que están haciendo con el pensamiento de Nietzsche, sobre todo Rosenberg. ¿Esto es un dato de la realidad?

–Sí, Heidegger no usaba en absoluto el argumento racial. Para él Atenas se encarnaba en Alemania, que llevaría al hombre al encuentro con el ser. Heidegger nunca hubiera dicho que los judíos eran una raza inferior. Rosenberg decía que Francia era una “Tolón de Africa manejada por judíos”. Los defensores de Heidegger alegan que en los cursos que dio sobre Nietzsche entre 1935 y 1940 aparece su discusión con el nazismo, que es muy leve, porque Heidegger plantea que no hay biologismo en Nietzsche sino que es la culminación de la metafísica y la voluntad de poder.

–¿Heidegger sigue siendo una suerte de guía para una izquierda no marxista?

–Totalmente, como lo fue siempre. Heidegger es lo más poderoso que tiene el capitalismo para impedir el retorno de Marx. Adoro a Foucault, pero no puede establecer una idea de sujeto para luchar contra el poder. Constantemente se le ha preguntado a Foucault cómo se lucha contra ese poder y nunca dio respuestas. Para darlas, Foucault tendría que haberse acercado de nuevo a Sartre, que es el otro gran silenciado. Ya nadie habla de Sartre porque además de marxista, es el filósofo del sujeto, y el sujeto es mala palabra.

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“Heidegger nunca hubiera dicho que los judíos eran una raza inferior”, sostiene Feinmann.
 
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