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Sábado, 22 de octubre de 2005

OLIVERIO GIRONDO, MAÑANA EN PAGINA/12

El poeta indispensable

De regalo con la edición de este domingo, una antología con los mejores versos del autor de Calcomanías y Espantapájaros.

 Por LILIANA VIOLA

Una biblioteca que, más allá de sus ordenados y elegantes anaqueles, pretenda seducir a lectores de verdad, tendrá que reservar un espacio para el delirio. Y admitido esto, ya no podrá quedar fuera de ella un poeta capaz de afirmar a quemarropa: “No se me importa un pito que las mujeres tengan senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno de papel de lija. Si no saben volar, pierden tiempo las que pretendan seducirme”. Es, en parte, por esta razón que Página/12 mañana regala a sus lectores un libro de Oliverio Girondo. Corresponde advertir que encontrarse por primera vez –o una vez más– con este escritor, que nació en Buenos Aires en 1891 y murió también aquí en 1967, supondrá despertar preguntas tan dormidas como éstas: ¿Nos olvidamos a veces de nuestra sombra, o es que nuestra sombra nos abandona de vez en cuando? ¿Resultará más práctico dotarse de una epidermis de verruga que adquirir una psicología de colmillo cariado? Y una vez desatado el moño de esta obra intensa y breve, pocas chances quedan de quedarse tranquilo de este lado del lenguaje.
La realidad, así como la sintaxis y las buenas costumbres, entran con Girondo en genial combustión. Esta antología recupera los poemas más conocidos, aquellos que popularizó en su momento la película El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela: el habla de las chicas de flores, el de los colores que se rebelan, el que enumera los verbos con los que se hace el amor. Pero también recupera muchas exquisiteces que suelen recordar solamente los expertos. A través de casi 200 páginas se pueden visitar todos sus libros de poemas y advertir las mutaciones que fue sufriendo su estilo a medida que pasaban los años. Se ha respetado el orden original en que aparecieron los libros y las aclaraciones que el mismo autor consignó en cada uno. Están aquí los primeros textos viajeros y nítidos de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) o de Calcomanías (1925), hasta las fórmulas encantadas de En la masmédula (1956) donde el lenguaje parece haberse dado vuelta para mostrar sus propias vísceras. Ente estos extremos se encuentran también las invenciones de Espantapájaros y Persuasión de los días. Campo nuestro es un raro y extenso poema que apareció en una edición independiente en 1946 y que aquí se reproduce tal cual figura en el original, sin fragmentar. La antología se completa con los prólogos que el poeta Enrique Molina escribió para cada uno de los libros que sacó en su momento Editorial Losada. También están presentes muchos de los desopilantes y sutiles dibujos que el mismo autor realizó para ilustrar sus espantapájaros.
Girondo, que había nacido en una familia de clase alta argentina, le concedió a su familia su título de abogado a cambio de que le permitieran viajar asiduamente por el mundo. Se podría decir entonces de él, sin necesidad de recurrir a una metáfora, que fue un poeta que llegó a remontar el Nilo. Refleja en sus obras y en sus gestos ese espíritu diletante entre el glamour y la autenticidad, mientras coincide en gran medida con el perfil de todo un grupo de intelectuales que actuó en el país en la primera mitad del siglo XX. Girondo integró un cenáculo tan cosmopolita como preocupado por la construcción de un discurso nacional, acorde con la ubicación geográfica de nuestro país. El mismo resume el tamaño de esta esperanza sin escatimar nada de su habitual ironía: “Tengo la certeza de que en nuestra calidad de latinoamericanos, poseemos el mejor estómago del mundo, un estómago ecléctico, capaz de digerir, y de digerir bien, arenques septentrionales, kouskous oriental y también unos chorizos de Castilla”.
Casado con Norah Lange, la pintora hermana de Borges, fundador del diario vanguardista Martín Fierro, anfitrión de Gómez de la Serna, precursor de los gestos de marketing y la embriaguez de los happenings que vinieron 30 años después, fue el primero en contratar lindas señoritas, que hoy conocemos como “promotoras”, para que vendieran sus libros el día de la presentación. Compartió veladas con escritores como Güiraldes y pintores como Spilimbergo. Pero también se distanció, con medios propios, de la levita y los esquemas, de “aquellos que confunden amor con masaje, y poesía con mocos y congoja”. Dejó bien aclarado para la posteridad que no estaba trabajando en pos de los gorriones, esto es, que no esperaba el bronce de ninguna estatua. Su nombre, que parece haberlo destinado a la poesía por excéntrico y musical, resiste al tiempo más que los halagos.
La poesía, ese género tan difícil de enseñar, criticar, de leer en voz alta, tiene, aun así, la persistencia de las verdades últimas. Y paradójicamente, a pesar del miedo que le tienen los editores, tal vez sea uno de los géneros más eficaces y amables a la hora de iniciar a los jóvenes en la lectura. Los adolescentes, tal vez por la clarividencia que dan los primeros amores, en algún momento se acercan a ella. Tal vez este mismo domingo se produzca el encuentro. Hay que volver a advertirlo: si un lector, joven o viejo, se cruza con Oliverio Girondo, difícilmente salga de allí igual que como entró.

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