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Domingo, 23 de octubre de 2005

LESGART, GRINSTEIN Y GALVAN EN EL SAN MARTIN

Tres coreógrafos para una compañía como no hay otra

El nuevo programa del Ballet Contemporáneo del TSM está integrado por tres creaciones que parecen concebidas especialmente para poner a prueba la versatilidad de la compañía.

Cuando a los tres coreógrafos que han sido elegidos para montar el actual programa del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín se les pregunta acerca del camino creativo que decidieron tomar, para ellos la respuesta es sencilla. En primer lugar, lo más importante es rechazar todo lenguaje “copiado” de los pilares de la danza contemporánea europea, alejándose de las modas que llevaron a coreógrafos y maestros nacionales a utilizar, por ejemplo, elementos de flying low (una técnica de piso) que terminaría en disputas acerca de la autoría de tal o cual caída o rodada. En segundo término, reafirman su tendencia a considerar al bailarín como “un ente creativo”, que participa activamente en la creación que luego llevará sus firmas. Sobre todo, si se trata de los bailarines del Ballet del San Martín, compañía a la cual consideran “absolutamente versátil, que puede hacer cualquier trabajo que se le proponga, con bailarines excelentes con una ductilidad no sólo física sino también emocional”.
Y éste no es sólo un cumplido para la compañía que estrenó sus respectivas obras ayer en la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín (Avda. Corrientes 1530). Existe de parte de este trío creativo –compuesto por Roxana Grinstein, Roberto Galván y Gustavo Lesgart– una real admiración hacia esta materia dancística técnicamente extraordinaria que además “tiene algo que hoy en día no es muy común, que es la pasión. Yo he trabajado con otras grandes compañías del mundo y pocas veces se encuentra la versatilidad y apasionamiento de estos bailarines. Yo se los digo lo más que puedo, que son fantásticos”. Así los define Roberto Galván, en diálogo con Página/12, mientras sus compañeros de programa asienten con la cabeza y con un cúmulo de elogios.
Es esta misma compañía la que le pone el cuerpo a En cero, coreografía de Grinstein, Simple, de Lesgart, y Saharaui, de Galván. Con total libertad por parte del director del ballet –Mauricio Wainrot– y a partir de la interacción con el grupo humano perteneciente al ballet del TSM, se constituyó este programa heterogéneo que podrá verse, desde este fin de semana, los martes a las 20.30 y los sábados y domingos a las 17, hasta el 20 de noviembre.
“En cero surgió de un suceso cotidiano que me hizo reflexionar acerca de las limitaciones e imposibilidades. A mí me pasa mucho esto de tener ideas a partir de cosas que me suceden en la vida real”, cuenta la coreógrafa que se define como una “artesana laboriosa, dedicada a la tarea de armar y combinar” y que hace años dejó de bailar porque encontró “más placer en el mirar”. Y en ese mirar halló una estética en el vacío, en los huecos y en los contornos, en los desencuentros y en las imposibilidades, todo a partir de la nada, o –lo que es lo mismo–, del cero. “En el diccionario se define el cero como algo que no existe en un lugar donde es fundamental que exista. El uno existe, el cero no, pero la matemática y un montón de otras cosas se arman desde ese lugar que no existe. El cero se vincula con el vacío, con las presencias que nombran ausencias, y en la obra genero todo un clima de imposibilidades que tiene que ver con esto, seres que no se encuentran, nada se concreta y se vuelve al principio del camino”, cuenta la creadora de la compañía El Escote.
Por su parte y a partir de otro disparador, Lesgart presenta un trabajo basado en patrones de movimientos fácilmente reconocibles: caminar, saltar, rodar, caer, gatear, empujar, tocar, mirar, sostener y muchas otras acciones básicas constituyen el punto de partida de Simple. “Son las leyes del juego que permitirán a la escena despegar hacia otros lugares”, cuenta Lesgart. “Yo no tengo un lenguaje específico, sino que cada trabajo me lleva a un sitio y cada momento me lleva a realizar un determinado trabajo. Yo he estudiado ballet, acrobacia, técnicas de release, Cunningham y Graham, todas las cuales merecen mi más profundo respeto, pero lo que hago no es específicamente nada de eso, sino lo que me ha quedado en el cuerpo de ello. Y no me importa tanto lo formal, si el brazo pasa por quinta, sexta o por un número que no se ha inventado todavía, sino la organicidad, el fluir de la acción”, explica el creador que confiesa haber desechado todo material coreográfico concebido a priori para reinventar toda la obra junto al grupo humano con el que le tocó trabajar.
También para Galván los bailarines aportan “un cincuenta por ciento del trabajo, sobre un marco que yo les doy dentro del cual pueden moverse con plena libertad”. Bajo esta metodología, el coreógrafo argentino radicado en el exterior preparó Saharaui, un tríptico basado en las ansias de independencia del pueblo saharauita del norte de Africa, que le inspiró volver a crear, luego de una “pausa creativa” generada porque “había perdido la pasión”, cuenta. No casualmente fue después del 11 de septiembre de 2001 que a Galván le interesó ahondar en las costumbres y vivencias de un pequeño pueblo árabe, “que dentro del Islam es el más libre, sobre todo en lo que respecta a la mujer”, explica. “Conozco esta cultura de cerca, tengo muchos amigos árabes y este poema coreográfico, como yo lo llamo, es una forma de reivindicar, desde mi lugar y desde lo que yo puedo aportar, esa música, esa estética y esa poesía, que hoy por hoy está completamente negada.”

Informe: Alina Mazzaferro.

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Gustavo Lesgart, Roxana Grinstein y Roberto Galván, listos para correr el telón.
 
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