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Martes, 30 de octubre de 2007

JORGE GELMAN Y “NUDOS DE LA HISTORIA ARGENTINA”

“La crisis de 2001 generó esta voluntad de entender”

¿Qué es lo que lleva a que miles de personas sientan inclinación por desmenuzar el pasado argentino? Indios y cristianos, de Silvia Ratto, y El día que se inventó el peronismo, de Mariano Ben Plotkin, se proponen demostrar que, sin abandonar lo académico, otro lenguaje es posible.

 Por Silvina Friera

El entusiasmo por conocer y aprehender el pasado ha crecido notablemente en los últimos tiempos. La demanda masiva de libros de divulgación histórica comenzó a partir de la crisis de 2001, cuando la sociedad argentina –convulsionada por lo que consideraba el epílogo del país– trataba de escribir un tango rabioso y apresurado sobre el fracaso. En el transcurso de esa “escritura colectiva”, quizá por simple curiosidad o para comprender cómo se llegó adonde se llegó, muchos optaron por barajar y dar de nuevo. La historia, hasta entonces un placer de los especialistas, se volvió una herramienta necesaria para muchos. Mientras los textos de Felipe Pigna, Pacho O’Donnell y Jorge Lanata, entre otros, aparecían como la punta del iceberg de esta movida, los historiadores, desde la academia y las universidades, miraban con desconfianza el fenómeno, pero les costaba comunicar sus conocimientos a un público más amplio que el de sus colegas. Lejos de rechazar la democratización del saber histórico, cuestionaban que se impusieran como relatos del pasado textos “superficiales” en los que abundaban los estereotipos y la simplificación. Los académicos decidieron recoger el guante del desafío: estudiar a fondo episodios y personajes claves de la historia argentina y publicar libros rigurosos y a la vez atractivos. La novedad viene de la mano de una nueva colección de divulgación, Nudos de la historia argentina, dirigida por Jorge Gelman, que acaba de lanzar la editorial Sudamericana. Indios y cristianos, de Silvia Ratto, y El día que se inventó el peronismo, de Mariano Ben Plotkin, son los dos primeros títulos, a los que se sumarán, en diciembre, ¡Mueran los salvajes unitarios! La Mazorca y la política en tiempos de Rosas, de Gabriel Di Meglio, y Los usos del pasado. La historia y la política argentina en discusión (1910-1945), de Alejandro Cattaruzza (ver aparte).

Desatar el pasado, entender el presente

“Hubo diversos momentos en la historia argentina en que el interés por el pasado aumentó, y que se vinculan sobre todo con momentos de crisis o de incertidumbre en que se busca encontrar explicaciones a un presente complicado”, plantea Gelman, profesor titular de Historia Argentina I en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y autor de Historia del capitalismo agrario pampeano. “Cuando se tiene plena confianza en el futuro se mira poco para atrás, o inclusive se trata de olvidar un pasado que se cree perdido definitivamente. Con todo, me parece que se puede percibir un interés social fuerte por la historia desde la vuelta de la democracia en 1984, pero a la vez hubo un reflujo en los ’90 que no es exclusivo de la Argentina, donde parecía que las sociedades sólo podían seguir un camino que las iba a llevar al progreso. Eso hacía perder interés en indagar en el pasado y en la existencia de alternativas en el desarrollo histórico. Me parece obvio que la tremenda crisis de 2001 y 2002 marca un quiebre en esta percepción y genera una voluntad de entender las causas que llevaron a esta crisis y marcaron este presente poco prometedor.”

El objetivo de la colección, señala el director de Nudos de la historia argentina a Página/12, es responder al desafío de poner la buena historia que se está produciendo en la Argentina en las universidades, o apoyada por instituciones científicas como el Conicet, al alcance de un público mayor que el de los especialistas. “La investigación histórica avanzó mucho en los últimos 20 años, pero ha habido, como en otras ciencias sociales, un proceso de especialización que lleva muchas veces a que el resultado de ese trabajo sólo sea accesible a un puñado de especialistas que poseen las herramientas específicas para interpretarlas”, explica Gelman. “De esta manera, el trabajo de los historiadores profesionales limitó su capacidad de conectarse con un público interesado en comprender ese pasado. Y ese vacío lo llenaron muchas veces personas con limitado conocimiento histórico, o que tienen escasa rigurosidad para transmitirlo.”

–¿A qué atribuye la dificultad en la comunicación que tienen los historiadores? ¿En qué sentido un lenguaje más llano y accesible desvirtúa los acontecimientos históricos que se busca difundir?

–Una de las vías por las que la investigación histórica avanzó mucho fue por procesos de especialización, en los cuales los historiadores han aprendido a utilizar herramientas desarrolladas por otras disciplinas sociales, desde la filosofía, la economía, la lingüística, la sociología, la ciencia política, para aplicarlas al estudio del pasado y desentrañar fenómenos que sin esas herramientas no se podrían observar adecuadamente. Pero ello llevó a que surgieran sub-disciplinas, con lenguajes propios, herramientas conceptuales y metodologías que a veces ni sus propios colegas de disciplinas afines llegan a comprender. Esto resulta lógico y necesario. Pero a la vez ha logrado que muchos de los textos que los historiadores escribimos se conviertan en objetos oscuros, sólo aptos para unos pocos. El desafío que se presenta no es abandonar ese tipo de trabajo de historiador, imprescindible para el avance del conocimiento histórico, sino aprender a transmitir todo ese conocimiento nuevo en un lenguaje y con unas formas que sean accesibles y despierten el interés de un público mucho más amplio, que tiene avidez por comprender nuestro pasado. Y este desafío implica que en este camino no se pierda la complejidad de los procesos históricos.

En El día que se inventó el peronismo, el historiador Mariano Ben Plotkin rastrea el nacimiento del peronismo, la construcción del 17 de Octubre como fecha fundacional y a la vez constituyente del movimiento político más importante de la historia argentina reciente, y el vínculo entre Perón y las masas obreras. “Nuestro conocimiento del 17 de Octubre se articula alrededor de narraciones construidas a partir de una diversidad de vestigios, tales como la memoria de quienes fueron testigos y documentos de diverso tipo”, explica el autor. “Y esos vestigios se tornan inteligibles cuando alguien los ordena y les da sentido. En casos como el 17 de Octubre, esta tarea es muy compleja porque a las huellas dejadas por el pasado se han superpuesto una serie de discursos e interpretaciones, muchas de ellas incompatibles entre sí, y en muchos casos destinados más a justificar posiciones políticas que a conocer el pasado, que de alguna manera construyeron el sentido de la fecha.”

Plotkin cuenta que lo que intentó hacer, siguiendo la propuesta de la colección, fue poner al alcance del lector no especializado las interpretaciones más novedosas y renovadoras sobre los hechos de 1945. “En este sentido, no se trata de un libro propiamente de investigación, ni su propósito fue hacer ‘nuevos descubrimientos’ sobre los hechos, sino más bien mostrar el ‘estado del arte’ en lo que respecta al conocimiento de los episodios que llevaron a Perón al poder”, señala el historiador, autor de Mañana es San Perón y Freud en las pampas, entre otros títulos. “Lo que sí creo que aporto de manera original, aunque en rigor de verdad lo había tratado en un libro anterior, es el análisis del proceso de reformulación del sentido del 17 de Octubre, ocurridos durante sucesivas conmemoraciones a lo largo de los primeros gobiernos de Perón. La contrastación de lo que sabemos de los hechos del 17 con lo que se quiso hacer de él aporta elementos para pensar la forma en que se cimenta la memoria colectiva.”

¿Qué resonancia puede tener el libro a la luz del pasado festejo del 17 de Octubre, bastante opaco y dividido en tantos peronismos como candidatos se presentaron en las elecciones presidenciales? “Desde el menemismo, la liturgia peronista ha perdido la centralidad que tenía antes”, dice Plotkin. “Es curioso que en este momento en que una candidata que se dice peronista acaba de ganar las elecciones, la conmemoración de lo que se considera como la fecha fundacional del movimiento haya pasado dividida y sin pena ni gloria. Por un lado, uno podría pensar que es un proceso positivo que implica una mayor racionalidad política en que la fuerza de los símbolos se ha debilitado”, subraya el historiador. “Francamente no lo sé. Pero en cualquier caso espero y supongo que eso no tiene nada que ver con el posible impacto que pueda tener un libro que trata sobre un acontecimiento histórico de importancia. No lo pensé como un libro de coyuntura para celebrar el 17 de Octubre. Es un libro de historia que trata sobre un proceso que, para bien o para mal, cambió radicalmente la cultura política del país.”

Para Plotkin, el desafío mayor consistió precisamente en ocuparse de un hecho tan controvertido, del que lo separan tantas capas de memoria y tantas interpretaciones diferentes. “Otro desafío importante para quien hace historia reciente es intentar vencer el prejuicio de que sólo quien ‘estuvo allí’, el testigo presencial, tiene la palabra autorizada sobre los hechos”, admite el historiador. “Esta es una creencia muy asentada pero que no se sostiene. Es curioso porque, como digo en el libro, precisamente las dos personas que por sus funciones son las socialmente encargadas de dirimir el contenido de verdad de un relato, aunque cada uno de manera diferente, el historiador y el juez, casi por definición, no estuvieron en el lugar de los hechos. O sea que la presencia en el lugar de los hechos no solamente no parece garantizar la posesión de la verdad, sino que además pareciera deslegitimar la capacidad del testigo para construir un relato socialmente aceptado como verdadero. Desde luego que puedo historiar cosas de las que fui testigo e incluso protagonista, pero en ese caso mi memoria debe ser tratada con los mismos recaudos metodológicos que cualquier otra memoria de cualquier otro testigo.”

A propósito de este prejuicio, Plotkin recuerda a Fabrizio, el personaje de La cartuja de Parma, de Stendhal, que participó en la batalla de Waterloo, pero sólo se enteró de la relevancia de los hechos que lo tuvieron como testigo tiempo después, cuando se supo por otros de lo que había ocurrido. “Más de una vez se me descalificó, incluso gente muy allegada a mí, con el argumento: ¡qué vas a hablar vos del peronismo, si ni siquiera habías nacido!”.

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“La especialización llevó muchas veces a que el trabajo sólo sea accesible a un puñado de especialistas”, afirmó Gelman.
 
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