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Martes, 4 de marzo de 2008

CORA ROCA Y UNA BIOGRAFíA DEFINITIVA DE SAULO BENAVENTE

Vida de un apasionado del teatro

En su libro sobre el genial escenógrafo argentino, la autora entrecruza el ensayo con la investigación biográfica, como excusa para reconstruir una época de oro de las tablas.

 Por Hilda Cabrera

El contexto histórico, cultural y político es fundamental en el retrato de un personaje como el escenógrafo Saulo Benavente. Así lo entiende la docente e investigadora Cora Roca, quien ha publicado un trabajo sobre este artista sin desestimar anécdotas ni apuntes sobre la vida privada. El libro, Saulo Benavente, ensayo biográfico, editado por el Instituto Nacional del Teatro y distribuido en forma gratuita, incorpora fragmentos de entrevistas, fotografías y bocetos, anticipando en este punto otra búsqueda de la autora, centrada en la recuperación de las escenografías de Benavente, de quien “se perdieron unas 500 obras y alrededor de 100 diseños de vestuario”. Esta biografía es una muestra más de la pasión por el teatro, antes manifiesta en dos textos premiados, La palabra en acción y Días de teatro: Hedy Crilla (Alianza Editorial), volcados al estudio de la actriz, directora y maestra austríaca que, escapando del nazismo, se radicó en Argentina. Su nombre real era Hedwig Schlichter, había nacido en Viena en 1898 y murió en Buenos Aires en 1984.

–¿Qué destaca en este nuevo ensayo?

–Al rastrear en los orígenes de Saulo apareció un primer elemento imprescindible para mí que es la adhesión a la cultura del trabajo, algo que estamos perdiendo. En Saulo y sus antepasados existían esas ganas de construirse un espacio y crear un país. Necesité rescatar esa actitud para entender cómo pudo hacer tanto. No me conformaba pensar que era un tipo genial: un superdotado. Lo era, pero había algo más. El entorno y la propia familia contribuyeron. Su padre, el español Francisco Benavente, era escritor, autor de teatro, escenógrafo; y su madre, Aída Padín, provenía de una familia de artistas circenses de origen portugués.

–¿Otra gran influencia fue la de José González Castillo?

–Para Saulo fue su segundo padre. Recibió mucho de este autor (Los invertidos, Los dientes del perro) y compositor de tangos. González Castillo era anarquista, en una época en que había relación entre los que estaban en el movimiento, en el teatro y la música popular. El anarquismo tuvo enorme importancia entre 1900 y 1916, año en que nació Saulo. Se ponían obras pedagógicas en salas de barrio. Aquella mirada libertaria le resultó provechosa a Saulo, aunque él se inclinó por el comunismo, militancia que sostuvo durante el primer peronismo. Después, en la época de la Triple A, su nombre apareció en las Listas Negras. Saulo hizo mucho con pocos recursos. Su riqueza estaba en su formación y en el deseo de hacer; de no abandonarse. Pensemos que mucha de esta gente había vivido en conventillos. Por eso, el desconocimiento de estas vidas y sus obras es un asunto muy desgraciado.

–¿Faltan registros de toda esa actividad?

–Más que faltar, diría que se ha producido un deliberado vaciamiento cultural. Hay excepciones, como en todas las áreas, pero abundan los distraídos de todo. Saulo era un grande, y hubo otros, también de su época, muy interesantes, en diferentes tareas y oficios. Se guardó poco material. Cuando escribí sobre Crilla, que fue mi maestra, me resultó facilísimo obtener datos de ella en Alemania, Francia y Austria, de donde había escapado de los nazis. En otro momento, estuve interesada en Juana Manso, extraordinaria pedagoga que vivió entre 1819 y 1875. El problema era que no encontraba material de primera mano, porque casi todo está fuera del país y para tener acceso a esos materiales hay que pagar. La información se vende, y acá es, en líneas generales, un desastre. Cuando los archivos no vuelan es porque fueron a parar a la basura.

–¿Qué determina en su caso la elección de la persona a biografiar?

–Lo esencial, para mí, es la ética. No me interesa escribir sobre alguien que, como persona, es una basura. Lo rechazo, aunque sea un profesional brillante. Saulo fue modelo de ética para los creadores.

–¿Cuál es la dificultad mayor al momento de investigar?

–La escasez de archivos. No sé qué hacía la gente con sus papeles y fotos. Es inexplicable, pero muchos no han guardado siquiera lo propio. Para este libro hice varias entrevistas y así fui hallando pequeñas cosas. Ha sido un trabajo descomunal recoger los bocetos de Saulo para el próximo libro, por ejemplo. En el lugar menos esperado encontraba de pronto un dibujo, una foto... Tampoco la gente tiene cómo organizar lo que posee y menos aún dónde dejarlo. Hablando con Alicia Sanguinetti –hija de la fotógrafa Annemarie Heinrich, que produjo hermosos retratos de personalidades del cine y el teatro– supe que a ella le pasaba algo semejante con el legado de su mamá.

–¿Qué se necesita para modificar esa situación?

–Voluntad y dinero. En el área de teatro se empezó a tener apoyo a través del Instituto Nacional del Teatro, de Proteatro y, de forma más acotada, del Fondo Nacional de las Artes. Investigar es complejo, lento, pero necesario. En escenografía, hubo, para mí, tres grandes maestros que no debemos olvidar. Dos fallecieron: Saulo (en 1982) y Luis Diego Pedreira (en 1998). El arquitecto Gastón Breyer, que tiene sus años, armó su archivo y está dispuesto a divulgar sus trabajos.

–¿En qué situación se hallan los más jóvenes?

–Están solos y con muy poco trabajo. Casi no se utilizan escenografías. La excepción está en las obras del circuito comercial, donde la entrada cuesta 65 pesos. En época de Saulo, el teatro independiente mostraba una escenografía elaborada.

–Se produjeron cambios en el gusto...

–Sí, pero es un disparate no tener en cuenta la escenografía. ¿Qué es la ópera y el cine sin escenografía? Saulo trabajó en teatro, ópera, cine, televisión, y ejerció además la docencia. Realizó el diseño del local El Viejo Almacén, de Edmundo Rivero; y escenografías para 63 películas (La muerte en las calles, de Leo Fleider; Barrio Gris, de Mario Soffici; Shunko, de 1968; La Mary y Quebracho, las dos de 1974) y produjo dos. Una de estas películas fue Los inundados, de 1962 (sobre un relato de Mateo Booz y dirección de Fernando Birri). No era común en esa época intentar estos trabajos, sin embargo Saulo se empecinó y pidió plata a todo el mundo.

–Hoy se representa a marginados y marginales casi como una moda...

–Y nadie se escandaliza, como le pasaba entonces a alguna gente. Ahora se filman documentales sobre las villas, la Villa 21, de Barracas, por ejemplo.

–¿Qué espera del libro?

–Que llegue a destino y se lea. El Instituto se encarga de distribuirlo de forma gratuita. Mi deseo es que retomemos las ganas de pensar a nuestro país, como un lugar donde queremos vivir. A los argentinos nos pasaron por encima los militares y el capitalismo salvaje, y nos quedamos en un mundo light que adormece y anula. Cuando una estudia a personalidades como la de Saulo se pregunta qué pasó acá; cuánto quedó y cuánto nos falta por hacer.

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Cora Roca se acercó a través de Benavente a una “cultura del trabajo”.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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