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Sábado, 31 de mayo de 2014

CINE ONLINE › STORIES WE TELL, DOCUMENTAL DE SARAH POLLEY

Los límites de la realidad

La directora es más conocida por su trabajo como actriz, pero esta descarnada mirada de la historia de su madre –contada por su padre y sus hermanos– mereció el premio de la Asociación de Críticos como mejor film canadiense de 2012.

“Sarah Polley ha filmado un documental asombroso”, proclamó Antonio Muñoz Molina en la revista Babelia del diario español El País. “Es una de las películas más osadas y excitantes que vi en los últimos seis meses”, publicó A. O. Scott en The New York Times. “Lo importante de Stories We Tell no son sólo los sorprendentes giros de la historia, sino el modo en que su directora ha elegido presentarlos”, escribió a su turno el canadiense Adam Nayman en la revista especializada CinemaScope. Producida por el legendario National Film Board de Canadá, Stories We Tell se presentó en la edición 2012 del Festival de Venecia y casi de inmediato en el de Toronto, y se estrenó a comienzos del año siguiente en Estados Unidos. Fue considerada una de las mejores películas canadienses de 2012 y recibió el premio a la mejor película que todos los años entrega la Asociación de Críticos de su país.

¿Qué film es éste, que ha suscitado semejante respuesta crítica, y quién es su directora? Conviene empezar por lo último: nacida en Toronto en 1979, Sarah Polley es conocida más como actriz que como directora de cine. Es la chica rubia a la que su compatriota Atom Egoyan convirtió en temprana bailarina de caño –tenía 15 por entonces– en Exótica (1994). La misma a quien su vecino David Cronenberg hizo ingresar en la realidad virtual mediante aplicaciones orgánicas en eXistenZ (1999). La joven que antes de morir deja organizada la vida de su familia en Mi vida sin mí, de la catalana Isabel Coixet (2003). Polley es también la precoz directora –esto se conoce menos– de dos lúcidos films de ficción. En Lejos de ella, su ópera prima como realizadora (2006), a partir de un relato de Alice Munro transmutaba un caso de Alzheimer en una historia tan tocante y universal como erradicada de sensiblerías y golpes bajos. En Take This Waltz (2011), editada aquí en DVD, abordaba con temprana sabiduría la incertidumbre amorosa.

Polley es, además –esto se sabe menos aún–, una ciudadana lo suficientemente comprometida como para ser miembro prominente del New Democratic Party, el partido político que representa al progresismo en su país. Stories We Tell, su primer documental, no va a estrenarse jamás en la Argentina ni tampoco editarse en DVD. Lo cual no tiene nada de asombroso: parecería que nadie quiere ir al cine o sentarse en un sillón para ver un documental. Asombroso es que no haya sido parte de la programación de los dos festivales de cine más importantes de la Argentina, el de Mar del Plata y el Bafici. Una vez más, una navegación bien orientada permite subsanar la falta. Traducible como Las historias que contamos, Stories We Tell es el más personal de los documentales. Como que Polley aborda en él los más inquietantes secretos de su propia familia. Secretos que, para más, la tienen a ella por protagonista central.

En verdad, hay dos protagonistas en Stories We Tell. Una es Polley, en quien se encarna el secreto familiar. La otra es su mamá Diane, actriz de teatro y portadora de todo aquello que iluminaba (o parecía iluminar) a la familia en pleno. A las familias, en verdad, ya que Diane tuvo dos. La menor de cinco hermanos, Sarah pide a todos los miembros de su familia que “le cuenten la historia de mamá”. “Hagan como que yo no la sé, cuéntenla desde el principio.” La idea no entusiasma mucho a papá Michael ni a sus hermanos John, Mark y Susy Buchan (hijos del primer matrimonio) y Joanne, hija del segundo. Acordarse de mamá es triste, justamente porque mamá era la persona más alegre, vital y kinética del mundo. Así la muestran las escenas de películas familiares en Super-8, asombrosamente abundantes.

Algo explica la sobreabundancia de home movies: la mitad de ellas están falseadas y actuadas. Algo que sólo sobre el final de la película se hace evidente, cuando la cámara muestra a la realizadora dirigiendo esas escenas. La señora tan atractiva que uno creyó Diane es en realidad Rebecca Jenkins, actriz conocidísima en su país... pero perfectamente desconocida fuera de él. Y los que en esas viejas imágenes familiares en Super-8 aparecen como de la realizadora, lo mismo: todos actores, miembros de un elenco soñado, en el que los parecidos físicos son asombrosos. Los que no son actores son el papá, los hermanos y etcétera que testimonian a cámara. Esos testimonios constituyen la otra serie de imágenes con las que está construida la película.

“La intención era que el espectador se preguntara todo el tiempo si lo que estaba viendo era real o no, ya que ésa fue mi experiencia: lo que creía real en verdad resultó no serlo”, dice Polley. Aquí, donde se impone continuar, es preciso detenerse. Stories We Tell guarda uno o dos secretos cruciales y dosifica su revelación con el mayor de los cuidados. Corresponde respetar la voluntad implícita de la realizadora: que el espectador se entere del modo y en el momento en que ella ha decidido hacerlo. Lo que no puede dejar de decirse es que Stories We Tell se construye con los elementos de un culebrón desaforado: infidelidad, soledad del hombre traicionado, una hija no deseada, sospechas de paternidades extramatrimoniales y una constatación que pone todo lo vivido cabeza abajo, como quien da vuelta un tablero minuciosamente armado.

Pero no hay película más lejana a un melodrama. Polley, cuyo rasgo más destacado como actriz es la sobriedad y contención, aborda su propia historia, y la de su familia, con la distancia de un testigo externo. “Me incluyo en la película, pero no como protagonista, sino como una periodista o investigadora que intenta averiguar qué pasó en esa familia”, confirma. De ahí el “contame todo como si no lo hubiera vivido”: hasta determinado momento, Sarah creyó en una novela de su vida que resultó no ser tan así. Serán los sobrevivientes de la novela quienes la cuenten ahora, con la película como hoja en blanco y la verdad como una serie infinita de versiones. De allí el título. De allí también que Polley incluya en la película el proceso de construcción (la cámara, el equipo de rodaje, el boom de sonido, ella misma filmando), pero también que varios de los testimoniantes exhiban una asombrosa aptitud discursiva, autoanalítica y narrativa.

La mecánica de distanciamiento que la película monta alcanza su cenit en el relato de la novela familiar que hace papá Charlie, en un estudio de grabación y frente a un micrófono, aprovechando su doble talento como actor y escritor, con la realizadora pidiéndole cada tanto que repita un párrafo o una frase. En ese relato, Charlie se narra a sí mismo en tercera persona. Funciona así como alter ego de la propia Polley, que en Stories We Tell reconstruye su historia, pidiendo que sean otros los que la cuenten.

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Polley aborda su propia historia, y la de su familia, con la distancia de un testigo externo.
 
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