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Viernes, 25 de noviembre de 2005

MUSICA › MIRIAM GARCIA HABLA DEL ESPECTACULO “AMERICA EN CUEROS”

“El silencio revaloriza todo”

Heredera artística y continuadora de Leda Valladares, García lleva adelante una propuesta que es toda una ceremonia, en la que voces y percusión provocan un clima de comunión colectiva.

 Por Cristian Vitale

Es viernes de noche. Hace mucho calor en Buenos Aires y la sensación es que la diversión standard está en otro lado. Tal vez muy cerca, en alguna milonga de San Telmo, o en la plaza –cervecera a esa hora– de los artesanos, o en las cumbiambas de Constitución. Pero no en el Espacio Ecléctico (Humberto Primo al 700). Allí, la primera impresión abruma, embruja y despista: doce personas en círculo –dos percusionistas, una “solisto” y nueve cantores/as que también tocan la caja– en derredor de un mismo número de velas. El silencio es sepulcral –casi está prohibido emitir sonido–, se olfatean carboncitos aromáticos y nadie aplaude entre temas que se suceden salpicados: vidalas anónimas riojanas, santiagueñas, catamarqueñas; tonadas del altiplano y un repertorio afro que recorre joropos venezolanos, landós peruanos y candombles brasileños. Todos ejecutados bajo un aura primitiva, gutural, misteriosa, que apenas permite el contorneo introspectivo de un par de hippies porteñas. La marcha va por dentro. “Sentir vacío cuando hay silencio es una cuestión puramente urbana. Queremos jugar con eso, porque el sonido se revaloriza cuando se revalorizan los silencios”, introduce la impulsora de todo este flash sensorial, llamada Miriam García, la “solisto” que dirige el rito.
En términos formales, la puesta es ni más ni menos que América en cueros, creada por Leda Valladares en 1992 –fue estrenada en el Teatro San Martín con ocho funciones–, y Miriam, su discípula, decidió reinventarla en un ciclo que concluye hoy. Para ella es una misión inevitable. “Así lo quiso Leda. Me pasó sus instrumentos, sus cintas y su discoteca con la intención de que yo continúe su obra, de la que sólo se conoce una parte. Todo lo que grabó fue a pulmón y, por lo tanto, hay un montón de material en cintas abiertas para revisar y clasificar.”
–Durante el espectáculo, el silencio se profundiza cuando usted canta la Tonada de Pascua sin acompañantes. ¿La intención es reforzar el papel de la palabra?
–En estas expresiones rurales, el cantor se toma sus tiempos y juega con pausas que hacen a un bordado íntegro. Dice frases muy fuertes y, claro, deja un espacio para pensar lo que estás escuchando.
–¿Por qué se inclinó por estas formas folklóricas, a contramano de tendencias más en boga?
–Siempre busqué una forma diferente de cantar folklore. Rechacé el melódico, el aterciopelado, para buscar expresiones más agrestes. Por eso, cuando di con Leda, centré en su legado el foco de mi investigación y mi trabajo. Hoy, la idea de folklore está muy tergiversada por la existencia masiva de músicos que cantan de una forma más melódica, más pop o abolerada. Yo, en cambio, busco que se conozca un repertorio distinto al que habitualmente se escucha. Dar a conocer una música antigua que, pese a su larga vida, se conoce poco, porque está tapada por la industria. Leda fue una trabajadora incansable en este sentido.
–Llama mucho la atención que nadie aplauda durante el trance.
–Son reacciones del público. Esto está planteado como una unidad, algo que comienza, se desarrolla y culmina. No como compartimentos estancos. Vas contando una historia sin relato, y cada espectador se imagina algo diferente. El público percibe el desarrollo de un tema y entonces no quiere intervenir ni interrumpir. Igual, esto está propuesto para que la gente intervenga como quiera.
–¿Por qué los músicos se presentan en círculo y no de frente al público? ¿Cuál es el significado?
–Que la ronda es lo que llama a los cantos comunitarios. El círculo aglutina, incluye a todos.
Toda la solemnidad que ocurre durante el rito se modifica al final. Miriam, en verdad, es simpática y agradable. Tiene 44 años y rasgos indígenas en su rostro. Parece una mujer del norte profundo, pero en realidad nació en Ciudadela. También actriz, su sangre fusiona glóbulos españoles, correntinos y paraguayos. Todos campesinos. “Tengo una raíz campesina y eso se nota en mis cantos”, explica. La cantora se vinculó estrechamente con la incansable etnomusicóloga y recopiladora Isabel Aretz –que murió en junio, a los 96 años– y, claro, con Leda Valladares. En 1992, cuando ésta estrenó América en cueros, hacía ya siete años que cantaba para su grupo. La conoció en 1985, como alumna en los talleres de canto con caja que Leda daba en el CEDAS (Centro de estudios antropológicos y sociales) y, de a poco, se fue transformando en su heredera. “Yo estaba interesada en estudiar la marginación del indio en Buenos Aires y di con esos talleres, que me abrieron el corazón”, marca García. “Después grabé en los discos Grito al cielo I y II y me integré a la comparsa del Mollar, dirigida por Leda.” Años después viajó a Iruya, para realizar su trabajo de campo en un ritual precolombino llamado la Adoración de los Cachis –una danza de enmascarados que se realiza poco después de la fiesta de la Pachamama– y, en 1998, publicó su primer registro discográfico: Cantos milenarios de la tierra. En él conviven coplas, vidalas, tonadas y bagualas recopiladas por su maestra. Es un auténtico muestreo de cómo fueron evolucionando –oralmente– los ritmos tritónicos en las zonas montañosas y rurales del noroeste argentino, hacia otras formas rítmicas. De la baguala a la vidala, en suma.
–Lo que usted propone es muy típico de zonas agrestes, solitarias. ¿Qué se pierde cuando lo trasvasa a pleno San Telmo?
–Si estuviéramos en otro lugar, haríamos una fogata (risas). Igual, las velas aportan intimidad, iluminación y sensación de despojo. América en cueros es, al decir de Leda, voces y tambores colaborando con un canto totalmente despojado. Y yo agrego que es una suma para invadir las sensaciones del espectador.

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“Tocamos en ronda porque el círculo aglutina, incluye a todos”, explica García.
 
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