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Martes, 9 de diciembre de 2008

MUSICA › FESTIVAL EN LA LOCALIDAD DE SAN MARTíN, MENDOZA

Rockeros con tonada cuyana

Unas 25 mil personas disfrutaron de la cuarta edición de General Rock. Babasónicos, Karamelo Santo, Las Pastillas del Abuelo y Bela Lugosi, entre otros, pusieron a prueba al público mendocino. La lluvia y el granizo impidieron que tocara Divididos.

 Por Cristian Vitale

Está San Martín en su caballo, con gesto de guerrero. El brazo derecho en alto, tal vez señalando la cordillera, y dos enormes baffles alrededor. La base es una ruta y a los costados hay montañas, con algún pico de nieve perdido por atrás. Sí... los diseñadores del icono del General Rock (cuarta edición) se las ingeniaron bien para que la combinatoria (prócer libertador + rock) impacte en los ojos. Diez en semiótica y festi vendido, pero en San Martín –la ciudad– no hay montañas. Ni montañas ni lagos. Es un páramo mendocino al borde de la ruta 7 –40 kilómetros del centro– que tiene acequias, canales, árboles, enólogos, intendente rockero, siesta larga pero no elevaciones naturales sobre el llano. Sus habitantes cuentan que de tanto en tanto hay temblores de 3 y hasta 4 grados, y que el verano es francamente insoportable. “40, 42 grados”, cuenta un baqueano de Palmira, barrio cercano, aprovechando la fresca a cierta hora de la madrugada.

San Martín es, también, un departamento campeón en bodegas y fincas, y tiene un equipo homónimo –el Chaca, por chacarero– venido a menos: de perder, hace unos años, un partido insólito con Atlético Rafaela que podría haberlo llevado a la A, pasó a embarrarse en el lodo combativo del Argentino B. San Martín tiene, además de sus ricas uvas, un rasgo que lo involucra en el todo provincial, cuyano: llueve poco y generalmente en forma intermitente, pero cuando las nubes se enojan feo, el temporal no perdona. Pudo haberlo sufrido cualquiera pero le tocó al plato fuerte de este festival organizado por la municipalidad: Divididos. Cuando Mollo, Catriel y Arnedo cimentaban los primeros esbozos de “Debedé”, primero unas gotas gruesas y después unas pesadas pelotas de agua helada eclipsaron la fiesta. Impresionante y salvaje el granizo. Media hora así y la decisión final de músicos y organizadores –más los unos que los otros– determinó la interrupción del festival. ¿Parte oficial?: daños técnicos en el audio, causados por el temporal. Así, las casi 25 mil personas que habían llegado desde las grandes y pequeñas urbes de las cercanías (Godoy Cruz, San Juan, Luján de Cuyo, Rivadavia, San Luis, San Rafael) tuvieron que irse con una mano vacía.

Con una, porque la otra se llenó con ciertos breves encantos: el parque Agnesi, sede del festival, es tal vez uno de los pocos –tal vez el único– foco turístico de la zona. Es inmenso y está lleno de árboles. Tiene sillas y mesas de cemento, parrillas, lago artificial, amplio lugar para acampar y un marco natural apto para el rock: guitarras, camaradería, remeras de todas las bandas, hijos, padres, tías, alcohol en abundancia y paz provinciana. Dos días así y, excepto el coito rocker interruptus de Divididos, todo pasó como estaba previsto: segunda noche –la del sábado– que abre con bandas locales seleccionadas entre las 50 que dice “censar” el municipio. Crónoma (new metal alternativo), Doppler, Orbis Tertius y un crescendo (con lo popular como parámetro, claro) que pasa por Bela Lugosi, gran crédito mendocino, Borregos Border y Las Pastillas del Abuelo.

La banda de Primera Junta, obstinada por el momento en negarle a su público la ejecución en vivo del máximo hit (“El Sensei”) encaró un set relojito. Estética atípica que incorpora diversas aristas (Redondos, Sabina, Callejeros, Jaime Roos) y los mezcla con cierto resultado: muchos fans que cantan –y se cuentan– entre sus historias a veces losers, a veces épicas, a veces catárticas como esa que dice “un fracaso no siempre es perder” o la otra que habla de encontrarle el sabor a la derrota. Por un andarivel más latino, diverso y multicolor, Karamelo Santo –banda, por local, comprometida con la organización– terminó cerrando la jornada con un trencito musical que nunca falla, ni de local ni de visitante: “Fruta Amarga”, “El Cangrejo”, “Nunca”, “Mamina” y la verba siempre positiva del Goy, alto portavoz de las causas nobles.

El día anterior, pese a la claridad prístina de una noche hermosa y el bajísimo costo de las entradas (10 pesos por día, 15 los dos), Babasónicos, Estelares, Degradé, Cabezamil y dos bandas de rock cristiano (Rescate y Sólido) no llegaron a la tercera parte de la convocatoria del día posterior. No más de diez mil personas entraron al interesante mundo de historias y personajes que siempre propone Estelares; asistieron a la arenga religiosa de Rescate y se quedaron para el momento de las guindillas ardientes, el microdancing y el colorido glam de Babasónicos, con Carca –el de pantalón amarillo– entre sus filas. En suma: festival con futuro, bien organizado, un tanto previsible –como casi todos, qué va– atravesado por una coyuntura hostil: la naturaleza jamás perdona voluntades humanas.

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Babasónicos, glamour en tierra mendocina.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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