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Martes, 21 de julio de 2009

MUSICA › EL FOLKLORISTA HORACIO BANEGAS PRESENTA SU AMBICIOSO PROYECTO DISCOGRáFICO

“No importa el sonido, sino la raíz”

Guitarrista y compositor santiagueño, Banegas está a punto de concluir el tercer disco de una serie de cuatro, cuyo fin es plasmar una investigación concienzuda sobre la historia de la chacarera y sus circunstancias: la identidad cultural de su provincia.

 Por Cristian Vitale

Horacio Banegas dice mil palabras, pero una basta como causa y justificación de las demás: santiagueñidad. A partir de ella, estructura el discurso: el antes, el durante y el después. Provincia generosa, claro, para llegar al centro de su ser en sí a través de rasgos muy definidos: un ritmo musical (la chacarera), un castigo del destino (la carencia), una situación injusta (los sin tierra y el siempre hostil terrateniente), una sociedad hermanada por una identidad fuerte, que en el caso de Banegas se potencia ¿Santiagueñidad al palo? “No sé. Creo que es una máscara que intentamos descubrir. ¿Qué se esconde tras ella? Para mí, Santiago es la pena cantada. ¿Quiénes son los responsables de la postergación del hecho santiagueño?”, principia. Banegas no habla en abstruso. Guitarrista y compositor de sobrados pergaminos nacido hace 54 años en la capital del Estero, está a punto de concluir el tercer disco de una serie de cuatro, cuyo fin es precisamente plasmar una investigación concienzuda sobre la historia de la chacarera y sus circunstancias, o sea –volviendo– sobre todo, qué implica eso de la santiagueñidad.

“Empezamos por descubrir la forma en que el género ha ido mutando desde los años ’20 hasta hoy, cómo se han ido cambiado las formas de interpretación y los rasguidos”, dice. Medio camino está hecho: uno, el primero, fue el aclamado El color de la chacarera (2006), un fresco vital de quince canciones con el fin de mostrar cuán unido está Banegas a sus pagos, pese a vivir en Buenos Aires. “Los colores de la chacarera en definitiva son abstractos, pero cada uno puede hacer una lectura libre, porque los colores incluyen personajes y lugares”, define. El segundo, Inmediaciones –discazo– le valió el típico rechazo de los tradicionalistas por la utilización de samplers y midis incorporados con el fin de mostrar los desplazamientos del género. Y los que vienen abarcan dos aspectos más de la investigación: la voz y la palabra. “Lejos de ubicarnos como folklorólogos o historiadores, intentamos una mirada más allá del hecho de tocar una chacarera. El concepto de Inmediaciones, por caso, tiene que ver con la urgencia que tiene nuestra música, sobre todo en lugares desprotegidos y olvidados socialmente; y desde ahí abordamos el entorno, el mestizaje, todo lo que se relaciona con la música que tocamos.”

–¿Cuánto hay de moderno en lo que toca y cuánto de tradicional?

–Más allá del sonido renovador, mi música sigue siendo tradicional ciento por ciento. Cuando grabamos Inmediaciones, a los tradicionalistas les resultó raro, pero para mí es lo más tradicional que grabé hasta hoy. Creo que la esencia está intacta y crece mientras pasa el tiempo. No importa el sonido sino la raíz. En este sentido, creo que hemos manifestado la necesidad de una renovación en el sonido junto a Peteco Carabajal y Jacinto Piedra, sin perder el sentido de familia, ¿no?

–¿Cuál es su mirada sobre el folklore comercial, del Chaqueño, Los Nocheros o Soledad?

–Los respeto, porque detrás de ese hecho comercial hay seres humanos. Desgraciadamente, a nosotros nos tocó una época en la que no se producían hechos comerciales. La diferencia es la presencia en los medios... Es como Maradona: se lo conoce porque fue genial, pero nunca tuvo el marketing que tienen los jugadores de hoy. Digo, al Chaqueño y a Los Nocheros les ha tocado vivir la era comercial. Si no, miremos a Coplanacu. Ellos son una expresión santiagueña muy de entrecasa, pero son más reconocidos porque están hoy. Igual creo que un artista no necesita de una campaña de prensa para saberse bueno: eso cae por su propio peso.

La utilización sistemática del nosotros no es azarosa. Horacio se refiere a la sumatoria entre él y su hijo, Cristian “el Mono” Banegas, arreglador, productor y bajista de sus últimos discos. A ambos, la gripe A les bajó varios recitales programados en Buenos Aires, pero cierto prestigio les abrió una gira por Europa (Holanda, Austria y Alemania) para septiembre. Por lo pronto, ambos están limándole la punta fina al sucesor de Inmediaciones. “El trabajo, en su totalidad, viene de una juntada que tuvimos con sociólogos, antropólogos y filósofos con la intención de develar qué es la santiagueñidad”, retoma. “Esto desembocó en un proyecto que presentamos en la Subsecretaría de Santiago con la idea de generar espacios de reflexión y acción cultural, buscando el afianzamiento de los vínculos, en los bordes de Santiago. Analizar en qué estado estaba nuestro patrimonio artístico y musical.”

–¿Lo aceptaron?

–Sí, pero nos agarraron las crisis económicas, la prudencia de no gastar, porque se está esperando el bicentenario para invertir plata. Espero que se gaste prudentemente.

Banegas vive en Buenos Aires hace diez años, pero el grueso de su producción fue en Santiago. Allí nació a la música junto a su hermano Coco con Los Banegas; procreó cuatro discos con Los Tobas; acompañó a Eduardo Avila, Alfredo Abalos y Sixto Palavecino; confluyó con Jacinto Piedra, Juan Saavedra y Peteco en el ciclo Mensaje en Chacarera; compuso su primera gran obra (La misa santiagueña); grabó Mi origen y mi lugar (1991); Pertenezco a este mundo (1992) y Sintaxis (1994), y aún anidaba entre montes cuando lo nombraron revelación del Festival de Cosquín. “¿Por qué me fui? Porque sentí la necesidad de mirar mi provincia desde afuera. Vengo a Buenos Aires desde los 14 años, y he vivido en hoteles, en pensiones, pero siempre volviendo. Ahora me instalé porque tenía la necesidad de sentir lo que sienten los santiagueños que viven acá, casi la misma cantidad de los que se quedaron. Restaurante o confitería que vayas, hay un santiagueño laburando”, se ríe.

–Además de lo duro que implica vivir en Santiago, los 800 mil inmigrantes que menciona lo explican mejor.

–Bueno, hay dos miradas: una es la afectiva, una forma sencilla de vivir que habla de la resignación o de no dramatizar. Si el santiagueño tiene un guiso, lo comparte con el que llega, saca su guitarra y parece que nunca hay problema. Pero los hay porque, salvo la administración pública, no hay industrias ni trabajo independiente. Son los grandes problemas de la provincia.

–Y todo se transforma en chacarera. ¿Es la forma que tiene el santiagueño de sublimarse?

–La chacarera es como un escape. En vez de dramatizar o llorar, nos alegramos a partir de la música, tal vez tapando cosas tremendas.

–¿Y cómo es esto de mirar Santiago desde Buenos Aires?

–Bueno, una necesidad que todavía no se me ha presentado de una forma clara; tal vez tenga que ver con una resistencia emocional también. Siempre me ha parecido curiosa la forma en que el santiagueño canta con nostalgia estando lejos de su pago. Yo no he podido.

–No cortó el cordón...

–No. Le sigo escribiendo como si estuviese en Santiago.

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“Más allá del sonido renovador, mi música sigue siendo tradicional ciento por ciento”, dice Banegas.
Imagen: Daniel Dabove
 
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