Jueves, 14 de enero de 2010 | Hoy
MUSICA › RECITAL DE DIVIDIDOS EN UN PARADOR DE MAR DEL PLATA
El power trío convocó a una multitud de todas las edades, que disfrutó, relajada, de un show gratuito de primer nivel. “Gracias por tomar sol con nosotros”, se despidió Ricardo Mollo, que tuvo tiempo para un homenaje a Sandro en su versión de “Tengo”.
Por Facundo García
Desde Mar del Plata
Pobre del que no haya usado protector solar. Ayer, desde las tres de la tarde, una marea humana caminó entre los médanos para acercarse al parador Arena Beach y vivir el show de Divididos. La entrada gratuita –se podía colaborar llevando elementos no perecederos– colaboró para concretar uno de los conciertos más masivos del verano 2010. No hubo preámbulos ni muchas publicidades: la banda salió, probó sonido y de inmediato puso en marcha a la aplanadora.
En determinado momento, la púa de la guitarra sería reemplazada por una zanahoria. Pero faltaba para eso. Por lo pronto, bajo el escenario se veía un salpicado de tatuajes y bronceados en distinto tono. Agitadas por la brisa y la resonancia que adquiere la música cuando suena entre cuerpos semidesnudos, las banderas ya flameaban a pleno cuando Ricardo Mollo apareció en bermudas y musculosa, de cara al Atlántico. Tomó un trago de agua mineral y –aunque tenía aspecto de haber pasado dos o tres meses comiendo ensalada de lechuga y papilla para bebés– cuando se internó en territorio musical dejó claro por qué había por allí tantos rockeros de ley sacudiendo la cabeza. “Next week”, “El 38” y “Elefantes en Europa” encendieron una mecha que conduciría inexorablemente al fiestón rockero.
“Roberto Sánchez se nos fue.” Con esa introducción llegó “Tengo”, el éxito de Sandro que fuera reversionado en un célebre disco en homenaje al ídolo. Un recorrido ocular de lo que sucedía en la zona del público hacía evidente que, tras dos décadas de actividad, el power trío tiene adeptos que se convirtieron en padres reincidentes. De ahí que se vieran remeras de todos los tamaños con las caras de Mollo, el bajista Diego Arnedo y el batero Catriel Ciavarella. A veces, papá y nenes tenían exactamente la misma pilcha. Sin embargo, volverse familiar no significa necesariamente aflojarle la cincha a las distorsiones. Así lo demostró el vibrar de los parlantes. Por lo demás, los toques en la costa son diferentes: antes que nada, porque los asistentes vienen relajados, abiertos a lo nuevo. Entre tema y tema se veían parejas o grupos de amigos conversando, compartiendo carpas y mates con desconocidos. Descansando.
Las vacaciones estimulan la labia, y en consecuencia abundaban los pibes y pibas que acababan de conocerse. Marcelo Robledo, un tucumano que viaja para laburar la temporada, no necesitó hacer focus group para ver el potencial negocio. Se lo veía cruzar con agilidad el amontonamiento, vendiendo rosas a diez pesos y sacudiendo el ramo al ritmo del “besame/besame/besame” que sonaba con “Sábado”. “La mayoría de los que están acá tienen una mina que vienen registrando hace rato y se la quieren levantar. Apenas saben cómo se llama, y yo siempre les digo que la rosa es un mensaje para entrar con tutti”, contó el florista. Alrededor, la fila de los que seguían ingresando se desplazaba en diagonal hacia el cielo, a causa del desnivel del campo.
Y “Sobrio a las piñas” sonó perfecto, pero “Voodoo Chile” despertó ovaciones luego de que Mollo atajara una zanahoria que le tiraron y la usara, como es costumbre, para hacer el solo exótico de la jornada. La incógnita, igual, es qué demonios hacía alguien con hortalizas de forma cónica en la playa. Misterios del arte. El recital dejó entrever, por otra parte, las particularidades del “pogo estival”. No faltaron los que se habían venido en scooter, y así pudieron verse varios brazos levantándose, casco en mano, entre la masa oscilante. Estaban también quienes tiraban arena para arriba, lo que junto a la transpiración que provocaba un día de casi treinta grados contribuyó a que los que se integraron al baile terminaran haciendo la famosa milanesa en versión power.
Violencia, cero: algún adolescente que se colaba corriendo hacia el proscenio era controlado por los de seguridad y al volver recibía las palmas de cuarentones con remeras de Riff; no más que eso. Los músicos siguieron abriendo compuertas sonoras que iban del blues a la zapada psicotrópica. “Gracias por tomar sol con nosotros”, se despidió cerca del final el vocalista, para que “Basta fuerte” le pusiera un moño al último tramo. Fue una hora y media a pura energía y rayos ultravioletas. En cinco minutos, la orilla del océano parecía un hormiguero.
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