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Martes, 16 de marzo de 2010

MUSICA › CULMINó CON éXITO EL PRIMER FESTIVAL DE TANGO INDEPENDIENTE

El 2X4 “under” bajo el microscopio

Los logros de la iniciativa son varios, tanto por el lado de sacar a la luz a nuevos artistas y temáticas como de haber hecho visibles espacios necesarios para el desarrollo del género. Todo eso, por fuera del circuito para el turismo.

 Por Cristian Vitale

El verbo visibilizar tiene una sola acepción: “Hacer visible artificialmente lo que no puede verse a simple vista”. Los ejemplos que pone el diccionario son dos: el de los rayos X y su luz sobre los cuerpos ocultos, y el del microscopio que ve lo que el ojo humano no. Fue, más o menos entendido así, el verbo que dio origen, sustento y explicación, que “sobrevoló”, a una intención: la del Festival deTango Independiente. El que circuló, permanente, entre las bocas de todo aquel que puso su parte para que el todo sea posible: Ildefonso Pereyra, presidente de la Unión de Orquestas Típicas; el equipo del programa Fractura Expuesta; los músicos, los laburantes, los que aportaron jugosa verba en la serie de charlas-debate que acompañó a la movida musical. Durante una intensa semana, sucedió esta experiencia casi piloto que, de haber podido dormir en el letargo de una oficina estatal, terminó alzándose con lo contrario. “Cuando dejamos la carpeta con el proyecto en la oficina de Castiñeira de Dios –director de Artes de Cultura Nación– pensamos que podía perderse entre los cajones, como a veces pasa. Felizmente nos equivocamos”, tuvo que sincerarse Pereyra, también integrante de la Red de Cultura Boedo, ubicando al ser del festival en su principio.

Analogía con el verbo: la puesta en acto de esa idea “visibilizó” un cuerpo oculto, un cuerpo “colectivo” de músicos que hacen tango hoy y aquí, en la Argentina, sin esperar que la industria del turismo le tienda la alfombra roja. Visibilizó, entonces, músicos concretos, pasionales, sin artificios. Más allá de figuras que este tango Lado B toma de guía, como el Tape Rubín, El Afronte o Dema con su Orquesta Petitera, que hace tiempo han perdido su invisibilidad a fuerza de talento y estar (no “star”), tornó visible a un gran Quinteto de música ciudadana que, lejos de estancarse en versiones de “Tu pálida voz” o “Apología tanguera” –aunque las hace y bien–, tiene mucho para aportar. Una nueva lírica, por caso, con letras que hablan de llevarse un par antes de morir, de Mitre y ese papel tan de patria chica que la historia oficial insiste en omitir, o del cogotudo que se va pa’ Pinamar, porque odia villas y negros: Ruth De Vicenzo y Angel Pulice, aire fresco para un género en movilidad permanente. También a una orquesta, La Vidú, que desde su origen suburbano profundo (Florencio Varela) puede sorprender al mundo con el barro de la historia. A la seducción de Analía Sirio, la bizarrez barriobajera y tal vez autorreferencial de Juan Penna y sus Bonavenas. Al atrevimiento atonal del Proyecto L.C.B, el intimismo del dúo Cucuza CastielloMoscato Luna, o el péndulo entre ortodoxia y ruptura que, vistos en conjunto, propusieron Alan Haksten, el Fernández Fierro Julio Coviello y el Quinteto Negro La Boca. Pibes, en suma, que se suben en las espaldas de los grandes para mirar más allá.

Pero el aspecto musical, de no haber sido apoyado por las charlasdebate, hubiese adolecido en parte de su riqueza. Porque otra arista clave que el festival visibilizó fue la de discutir, poner de relieve, exponer en público ciertas problemáticas que hacen a la existencia del género, más allá de estilos o posturas estéticas. El tango, hoy, produce mucha plata. Y estuvo Jorge Marchini, economista y tanguero, explicando con datos empíricos quién se queda con la parte del león; estuvo el mismo Castiñeira hablando de la intervención del Estado; y Diego Boris, motor incansable en la defensa de los trabajadores musicales, disertando sobre lo imprescindible de la Ley Nacional de Música. También el luthier Oscar Fisher y su idea de proteger los bandoneones, y Gustavo Varela, historiador y filósofo del tango, versando acerca de la identidad del género y su devenir de 120 años, entre Villoldo, Discépolo y los poetas de la actualidad.

Y la tercera visibilización: los espacios. Excepto La Viruta y su reputación gringa –el evento terminó allí con un orquestazo–, el primer Festival de Tango Independiente expuso lugares de y para el género que han logrado torcer los caprichos de la larga paranoia –con olor a billete– que sucedió a Cromañón: Bendita Milonga; el Bar Mussetta, cuyo espacio reducido terminó “expulsando” gente durante la actuación del PuliceDe Vicenzo Quinteto; el coqueto (y carito) Pan y Arte de Boedo; Aguante la Vidú, la milonga sórdida y atrapante que esa orquesta protege en Moreno al 2300; El Faro, bar un poco alejado del circuito caliente que anudan Almagro y Boedo; o Sanata, colorido bar de esquina que los nuevos tangueros de ley ven como el epicentro vital de un tango que, distante de academias y lentejuelas, sobrevive en los barrios. De boca en boca. Es que el microscopio del tango detectó algo –lo “visibilizó”–, y esta vez no fueron microbios.

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